Hermanos míos, no puedo estar en esta fiesta amable porque sé de qué está hecha.
Resumen
Desde
la perspectiva del vivir bien / buen convivir (sumak kawsay) y los
principios de complementariedad y reciprocidad (yanantin, masintin),
observamos que grandes masas de entrerrianos padecen un grado de
hacinamiento en su provincia o fuera del territorio por distintas
razones, entre ellas la imposibilidad de contacto fluido con la
naturaleza. El fenómeno se torna obsceno si consideramos las
inmensas superficies productivas y despobladas alrededor. Aquí
enumeramos males del hacinamiento y derechos invisibilizados;
señalamos el ecocidio generado por la tala rasa en forma simultánea
con desarraigo y éxodo rural, y pivotamos en dos interrogantes: ¿es
el hacinamiento una manifestación de colonialidad y una marca de
racismo? ¿Urge una segunda libertad de vientres para superar este
flagelo social?
Abstract
From
the point of view of good living (sumak kawsay) and the principles of
complementarity and reciprocity (yanantin and masintin), we can
observe that, due to many reasons, great masses of the people from
Entre Ríos suffer from overcrowding in their province or out of it.
One of the reasons is the impossibility to maintain fluid contact
with nature. This phenomenon becomes obscene when we consider that
Entre Ríos has vast fertile lands that remain unpopulated. Here we
enumerate the ills of overcrowding and the rights made invisible; we
point out the ecocide produced by deforestation simultaneously with
uprooting and rural exodus; and we pivot on two questions: is
overcrowding a manifestation of coloniality and a sign of racism?
Does it urge a second freedom of wombs in order to overcome this
social scourge?
Palabras
clave:
sumak kawsay, hacinamiento, libertad de vientres
Un
viaje
Vamos
en colectivo. Subimos en la terminal de Paraná hará media hora, nos
preparamos unos mates y en este momento nos sorprende gratamente un
clan de pirinchos al sol.1
Si
en verdad somos el paisaje, aquí marchamos en una cápsula de
chapas, vidrios, plásticos, pero el mate nos recupera.
Los
diez o doce pájaros que se derraman en racimo por el lateral de un
algarrobo2
dicen lo que no es el hacinamiento. En ese punto de confluencia de la
comunidad en el paisaje damos inicio a estas reflexiones sobre el
hacinamiento en el litoral, con foco en este maravilloso territorio
de los panzaverdes,
para apuntar hacia una segunda libertad de vientres.
La
serenidad
Ahora
un puñadito de garzas blancas3
con su habitual parsimonia. Pico amarillo, patas negras metidas en un
charco.
Nos
viene a la memoria un viaje por esta ruta con Miguel Ángel Martínez,
el
Zurdo.
Junto a los conocidos hornos de carbón con forma de iglú avistamos
aquella mañana una bellísima garza con las inmaculadas alas
extendidas en el fondo plomizo. Colgaba del cuello, en un cable de
alta tensión. Qué pesadumbre. Probablemente la velocidad adueñada
de la ruta la había espantado.
Sentimos
el adiós de un pañuelo que contara Claudio Martínez Paiva4
como un estremecimiento, porque la modernidad le había truncado el
vuelo a la “garza viajera” de Aníbal Sampayo.
Nuestra
civilización está enferma de velocidad, dice Edgar Morin.5
El país está enfermo de latifundios, agrega Gastón Gori. La
relación no es caprichosa. Desarraigo, hacinamiento, apuro, van de
la mano.
Queremos
creer que este paisaje guarda fibras de resiliencia, que el hombre
acelera, rompe, cuelga la garza del cogote, y la naturaleza hace su
duelo pero cura sus heridas y retorna. Queremos creer.
Alcide
d’ Orbigny visitó nuestra región en 1827 y avistó a las abuelas
de estas aves. “El croar ronco de las garzas me anunciaba con
intermitencia su presencia al borde del agua donde solas, en actitud
estúpida, aguardaban la aproximación de los peces para atraparlos
al paso y retomar luego su impasibilidad acostumbrada”, escribió
el francés, y en seguida este tremendo vaticinio: “¡Pobres
pájaros! Cuando la civilización haya invadido esta ribera salvaje
ya no habréis de recorrer con paso tan leve los meandros de vuestras
charcas! Vueltos más ariscos, ya no tendréis tranquilidad. Con
demasiada razón sospecharéis trampas y peligros por todas partes, y
vuestros hábitos tan confiados cambiarán en razón del avance de
vuestros nuevos dueños por esta tierra donde aún imperáis”.6
Hemos
conocido aves y peces que comparten un lugar, comen distintos
alimentos a distintas horas y de distintas maneras. Así conviven.
Es
común la agrupación de ejemplares de una especie. Días antes
pudimos ver una bandada de espátulas7
en un camino parecido, todo un manchón rosa a corta distancia, qué
regalo; y así varias de morajúes8
y cardenales9
en un revuelo anarquista, y hervideros de patos coscoroba10…
Aquí
están, ante nuestros ojos, el ñandubay11,
el chañar12,
los ceibos13,
las totoras14.
Entonces: ñandubaysal, totoral, chañaral, ceibal, sin excluir a las
especies hermanas.
El
aire, el agua, el pasto, los murmullos, nada es ajeno. La comunidad
se despliega a sus anchas. Pero ¿cómo calzamos los humanos?
Desde
el Abya yala
Muchos
hombres y mujeres fueron extirpados de este paraíso y viven
hacinados en nuestro territorio, o afuera. Todo un contraste.
Hace
un par de siglos, la manumisión desde el vientre fue una forma
solapada de continuar la esclavitud y cumplir a medias, a la vez, con
una demanda. Pero alivió a los esclavizados el saber que los hijos
se salvarían de las cadenas, y la comunidad de mandones fue
comprendiendo límites.
Oscar
Montaño ofrece en su Historia Afrouruguaya diversos testimonios que
muestran en nuestra región los tremendos esfuerzos de esclavizados
por comprar su libertad, o la de sus hijos, hermanos, nietos. Comenta
las denuncias por abusos de los amos sobre las hijas de las
esclavizadas, y las promesas de libertad a cambio de sexo. Es decir:
la libertad de los niños era particularmente anhelada entre los
negros secuestrados en África, mientras negociaban la propia,
formando a veces cooperativas de esclavizados y libertos para el
rescate.15
Además
esa promesa de libertad de vientres era una muy buena noticia porque
cabía suponer que la esclavitud se sostendría varias décadas
después, como se sostuvo16,
aún en medio de la violencia. Estas historias se repiten. Entre Ríos
tuvo esclavos en las estancias, hoy sus descendientes se esparcen en
todo el territorio.
Ahora:
el racismo en la esclavización de los negros de ayer ¿tiene
equivalencias con el hacinamiento de los desterrados de hoy? Ese
alivio de los padres frente a la libertad de vientres prometida ¿no
nos estimula a la hora de pensar recetas contra el hacinamiento?
Aquí
nos proponemos analizar el destierro y el amontonamiento de nuestros
pueblos del litoral desde saberes antiguos y vigentes del Abya yala
(América); principios como el vivir bien y bello / buen convivir,
sumak kawsay en quichua, suma qamaña en aymara, tekó porá en
guaraní, küme mongen en mapuche, que no son sinónimos exactos pero
sí nociones emparentadas que conciben al humano en la naturaleza, en
diálogo, en armonía, como fibra de una trama. En adelante
resumiremos esa cosmovisión en la expresión sumak kawsay.
También
miraremos desde el comunitarismo, en sintonía con el ayllu del
noroeste y el tekohá del litoral, es decir, ese espacio de
convivencia en el paisaje, en las casas, el pago de uno, donde
practicar el sumak kawsay. Y desde el principio de complementariedad
o de opuestos complementarios que en quechua decimos yanantin, y el
principio de solidaridad y reciprocidad que llamamos masintin. Sin
descuidar nuestras tradiciones de resistencia, sea en la lucha del
charrúa y las montoneras o el no actuar del altiplano.
Por
eso viene bien que digamos Abya yala, voz de los pueblos kuna de
Panamá y Colombia traducida como tierra en plena madurez, tierra de
sangre vital. Y es que no encontramos razones para aislar a Entre
Ríos de los saberes del altiplano, la selva, la pampa, es decir,
entendemos nuestra región integrada en un continente, fuera de
chovinismos.
Nos
preguntaremos si hay en el hacinamiento una marca de racismo, para el
individuo y para la comunidad acorralada.
El
abolicionismo contra la actual segregación (que inspira nuestro
aporte) apela a la conciencia, de donde derivarán quizá luchas y
leyes; y la reflexión va dirigida especialmente al pueblo
desterrado, hacinado, desnaturalizado.
Planteamos
una reforma agraria y no (sólo) para devolver tierras al humano sino
para devolver el humano a la tierra, lo cual haría sustentable el
proceso y sobre principios hondos, no utilitaristas. Un cambio que
reformaría la estructura de la propiedad y del uso de la tierra, y
atacaría una enfermedad que nos consume en la acumulación, el
consumismo, el individualismo, el antropocentrismo, la mala
alimentación, el hambre.
Ninguna
originalidad
No
venimos a descubrir el problema del hacinamiento. Ya en 1951 en su
obra “Tierra y libertad” (en homenaje al lema de Emiliano
Zapata), dijo Luis R. Mac’Kay: “Se ha producido un verdadero
éxodo de liberados que huyen del campo… que no luce para la
economía de la nación, pero luce esplendente para ellos en el ‘Gran
Buenos Aires’, como se ha dado en llamar para escarnio del
federalismo argentino a la capital federal y poblaciones
circunvecinas, verdadero monstruo que sustrae, absorbe y abarrota la
juventud campesina, naturalmente dotada para el esfuerzo y fecunda
iniciativa que demandan los surcos, malogrando su vocación natural y
nobles aptitudes y deformando así su espíritu y su vida. No ha
emigrado solamente el campesino proletario, sugestionado por mejores
posibilidades, sino también el hijo del chacarero, defraudado y sin
perspectivas en la actividad rural… con sus cartas rudas, pero
preñadas de seducción, atrajo a sus hermanos, parientes y amigos
que siguieron el espejismo, así vivieran hacinados en una habitación
o en miserables tugurios improvisados en los baldíos cercanos”.17
Rafael
Barret lo vio entre los guaraníes. En “El dolor paraguayo y lo que
son los yerbales”18
arenga para no tolerar “que la tierra, en cuya faz venerable hemos
esculpido nuestra estupenda historia, sea de quien no la merece.
Luchemos por conseguir que cada hombre, al nacer, encuentre su parte
de herencia natural, la parte de tierra a que tiene derecho”.
La
tierra en el centro
La
inquietud por el acceso del humano a un espacio es antigua. En
nuestra región, con tantas familias de tradición judeocristiana,
suponemos que aún resuenan los ayes sobre los malvados del Libro de
Isaías, con amenazas de juicio divino a la voracidad: “¡Ay de los
que juntan casa a casa y añaden heredad a heredad hasta ocuparlo
todo! ¿Habitaréis vosotros solos en medio de la tierra?”.
Para
algunos historiadores como César Pérez Colman la precoz matanza de
pueblos originarios “colocó a Entre Ríos en una situación de
privilegio”, y fue “una fortuna” la eliminación de ese
“problema social” que se oponía a la “obra civilizadora del
conquistador”.19
El racismo en la historiografía regional daría para otro estudio.
La
tierra está en el centro de las luchas por la libertad. Elsa Vignola
dedica varias páginas al independentista entrerriano Bartolomé
Zapata, y antes a la situación social de este territorio. Dice de
Gualeguaychú: “El progreso de esta Villa se vio entorpecido por
los conflictos surgidos con los grandes terratenientes”, y cita a
Leoncio Gianello para apuntar “la incertidumbre en que vivían gran
parte de los pobladores con respecto a la tierra que estaban
trabajando y cuya propiedad alegaban poderosos terratenientes
vinculados a las autoridades virreinales que amenazaban
desalojarlos”.20
Luego copia a César Blas Pérez Colman: “Ningún factor gravitó
tanto en la opinión pública, como el que engendró la lucha librada
por los pobladores a fin de no ser desplazados de sus posesiones. Por
ello la aspiración por el logro de la autonomía gubernativa asumió
los caracteres de una pasión popular”. Y termina entonces Vignola:
“Como vemos, nuestros paisanos identificaron la patria con la
tierra, de ahí su ardiente defensa aún a costa de sus vidas”.21
(No es difícil ver cómo entronca con el principio de soberanía
particular de los pueblos que enarbolaría José Artigas).
Mencionaremos
más adelante ciertas respuestas de Tomás de Rocamora y José
Artigas, sin menoscabo de la resistencia anterior de los pueblos a la
invasión privatizadora. Manuel Belgrano se ocupó también del
asunto en el norte de la Mesopotamia en su expedición al Paraguay.
Más
cerca en el tiempo Alejo Peyret buscó abrir una brecha,
principalmente con la idea puesta en los inmigrantes. En la obra
Peyret y Goliat, el estudioso Américo Schvartzman resalta su
concepción de la democracia agraria, “y su planteo de que entre
‘la estancia’ y ‘la colonia’ había una contradicción
insoluble y de cuya resolución dependía el futuro de la república.
‘Ha llegado el momento de decidir cuál de estas dos señoras ha de
sacrificarse’, le escribe a Urquiza… Peyret vincula la idea de la
subdivisión de la propiedad rural a la cooperación, y a la
‘democratización de la propiedad aristocrática’”.22
Eso
en torno del acceso al suelo para el trabajo, pero en estas últimas
décadas predominó en cambio la concentración de la propiedad y la
tenencia. Es notoria la merma de explotaciones y de población rural
en Entre Ríos y eso influye en el conjunto. Hay departamentos como
Nogoyá y Tala que en medio siglo disminuyeron su densidad
demográfica.
Por
otro lado, la naturaleza está recuperando un lugar en la conciencia.
Entre Ríos recuerda en 2016 las dos décadas de la histórica lucha
popular que enfrentó al imperialismo contra el represamiento del
Paraná Medio, por caso, y culminó con una ley anti represas. Este
aniversario encuentra a los panzaverdes
unidos contra la explotación de los hidrocarburos por métodos no
convencionales. La fuerza participativa de las asambleas en estos 20
años es toda una novedad, empezando por los colectivos a favor de la
salud del agua y contra los agrotóxicos y transgénicos.
La
Constitución de Entre Ríos de 2008 refleja en alguna medida esa
inclinación: Artículo 22, ambiente sano y equilibrado, desarrollo
sustentable, preservación; Artículo 83, principios de
sustentabilidad, precaución, equidad intergeneracional, prevención,
utilización racional, progresividad y responsabilidad, preservación
de ecosistemas, corredores biológicos, conservación de la
diversidad biológica, medidas preventivas y precautorias del daño
ambiental.
Más
se nota la relación estrecha naturaleza/cultura en la Constitución
de Bolivia cuyo preámbulo anuncia: “Principios
de soberanía, dignidad, complementariedad, solidaridad, armonía y
equidad en la distribución y redistribución del producto social,
donde predomine la búsqueda del vivir bien”. Y la de Ecuador, que
celebra la Pachamama y reconoce el sumak kawsay y los derechos de la
naturaleza más allá del humano.
La
Pachamama está en el centro de la cosmovisión ecológica de nuestra
región amplia y sin compartimentos estancos. Desde allí miramos
nuestro estado de cosas. Es una antigua tradición que da respuesta a
los problemas del futuro.
Eugenio
Zaffaroni apunta precisamente al inmenso campo que abre esta
concepción andina llevada al derecho. “El constitucionalismo
andino dio el gran salto del ambientalismo a la ecología profunda…
La invocación de la Pachamama va acompañada de la exigencia de su
respeto, que se traduce en la regla básica ética del sumak kawsay…
La ecología profunda, basada en el reconocimiento de la personería
jurídica de la naturaleza, no deja de producir cierta molestia y
abierta desconfianza en el campo de la teoría política”, admite
Zaffaroni.23
El
apuro
Seguimos
en un vehículo llamado colectivo, pero bastante enfrascados, cada
uno en lo suyo. Individuos sumados nomás. Cortinas corridas, aire
acondicionado. Días antes habíamos conversado en Paraná con
estudiantes de tres establecimientos, y nos fue imposible lograr
alguna referencia a la cigüeña que nos trae al mundo, el tuyango24.
Pues aquí avistamos varios ejemplares ya.
Menos
comentarios recibimos sobre el simpático aguará popé25,
de hábitos nocturnos. Los alumnos conocían algo del mapache del
norte, nada de su primo que lava sus alimentos con las manitos aquí,
en la orilla. La distancia del humano y su entorno es palpable en
nuestra región. La muerte de humanos en ruta da para un análisis
desde distintos ángulos. Veinte personas por día en la Argentina,
muchos de ellos chicos, con la velocidad como principal causa. No
solo ignoramos el entorno o lo menospreciamos, subidos a la soberbia
del que se tiene por superior: también nos matamos. Y lo mismo se ha
naturalizado la masacre de otras especies: el destino de la comadreja
(mbicuré)26
es emblemático. Pero esa guillotina en que convertimos las rutas no
se llama catástrofe, se llama apuro.
En
la chamarrita titulada “No sé si un día” que cantaba Juan
Carlos Angelino, los también entrerrianos Juan Carlos Alsina y
Carlos Santa María añoran “volver al tiempo del sin apuro,/
charla y amargo y algunos vasos,/ que a los amigos, como los tragos,/
no hay que tomarlos jamás al paso”.
Y
en el “Regreso pitanguero” con música de Alcibíades Larrosa y
letra de Walter Ocampo, una de las canciones bellas del mundo:
“Mándeme al monte, madre, para ese tiempo/ en que el almíbar
cuelga como un rubí,/ que en esas siestas largas de gestos lerdos/
quiero encontrarme a solas con mi gurí”.
No
nos asombra la actitud hacia una siesta lerda y la necesidad de
reencontrarse con la autenticidad del niño subido comiendo frutas de
ñangapirí27,
como tampoco nos asombra la vida comunitaria si está allí, abierta
en los hornitos a la vista, por caso. En “Décimas con trinos”
dice Héctor Deut del casero28:
“No le interesa la moda/ ni gorjeos solitarios/ no pretende
campanarios/ ni burgueses privilegios/ su pico no tiene arpegios/ el
hornero es proletario”.
Desde
el colectivo se presienten hormigas, vaquitas de San Antonio,
mariposas; la biodiversidad se despliega, el humano choca y se choca.
Vivir
bien / buen convivir
No
partimos aquí del hombre sino de la biodiversidad que lo incluye.
Arturo Escobar recuerda que los activistas negros del bosque tropical
del Pacífico, en Colombia, definen biodiversidad como “territorio
más cultura”.29
El
lema “nadie es más que nadie” ha prendido bien en esta región y
puede interpretarse en un sentido individual, colectivo, o entre
especies: el hombre no es más y tampoco es menos.
El
desarraigo y el hacinamiento muestran efectos dañinos por varios
flancos: el amontonamiento de las personas en lugares inadecuados,
las enfermedades, la distancia geográfica y cultural entre las
personas y el resto de la naturaleza, la erradicación de la
naturaleza en los (no) lugares humanos: también el reemplazo de
humanos por máquinas, la ignorancia del humano sobre sus alimentos,
la desocupación, la pérdida de soberanía alimentaria y la
exposición a los monopolios, el sistema utilitarista que toma al
suelo como mercancía; y así el ecocidio y la erosión de los
suelos, las pruebas con sustancias químicas que ponen en riesgo o
enferman la vida misma desde el embrión y la variedad de especies,
la destrucción de una red de antiguos y vigentes conocimientos y
oficios, la zozobra de vastos sectores sociales, la pérdida del
equilibrio de la complementariedad urbano-rural; la invisibilización
de derechos a pensar con identidad propia, a comer sano, a
relacionarse, a la soberanía particular de los pueblos, a la vida y
el trabajo comunitarios, en definitiva: la aniquilación del
principio de armonía llamado vivir bien / buen convivir.
Dicha
para nadie
En
apenas algunas leguas pasamos del país de los hacinados al país
despoblado. Intuimos el río más allá, y no hay caminos que nos
conduzcan a la orilla, todo ha sido privatizado. El río mismo, de
facto.
No
vemos personas cultivando la tierra, caminando en el monte; no vemos
personas podando frutales, ni frutales. No hay personas ordeñando
las vacas, no hay un horno para el pan, tampoco una fábrica; no hay
personas jugando, cantando, no hay canastos de alimentos a la vera de
la ruta, ni gallineros. Un paisano a caballo es ya una excepción.
“La
naturaleza no ha creado pedazo de tierra más privilegiado”, dice
Sarmiento en Argirópolis sobre Entre Ríos.30
Suelo feraz, clima benigno, cielo claro, sol a raudales, flores a los
cuatro vientos, arroyos, acuíferos, alas y trinos... Y muy pocos
humanos.
Las
familias que no fueron desterradas están hacinadas, aunque las
estadísticas digan que Entre Ríos conserva población rural (ya
veremos los censos), y seamos conscientes de que algunos resisten en
chacras de citrus, el trabajo con las aves y un par de rubros, no
muchos más, porque hasta los tambos fueron raleados.
Nada
tiene de novedad esta situación. Podemos comprobarlo en estos versos
de Juan L. Ortiz, de 1947. “El agua, diosa también etérea de
estos campos./ El agua, que daría la dicha a los hijos de estos
campos,/ errantes por los caminos,/ o incorporándose de debajo de
los carros con criaturas de pecho en el escalofrío del amanecer...”
“El
campanilleo de la perdiz flota en la brisa morada./ Hermanos míos,
no puedo estar en esta fiesta amable porque sé de qué está hecha./
Para que esta fiesta se hiciera para nadie/ fue necesario que os
arrojaran a los caminos/ o a vivir bajo un cielo que no tiene
ciertamente sonrisas”. El álamo y el viento. 1947.
En
otros versos: “Cuánta dicha que se da para nadie, ay, para nadie./
La madreselva ha florecido y cubre casi el rancho abandonado”.
El
artista de Puerto Ruiz se desgarró ante el destierro y el sistema no
ha hecho más que consolidar esa estructura expulsora.
Antes
lo había comentado Arturo Capdevila. Tras una gira por el país,
contó lo que vio en la capital entrerriana: “Sólo sabemos que
esta ciudad de Paraná, enferma del mismo mal que todo Entre Ríos,
no saber retener a sus hijos. Los entrerrianos emigran… Entre Ríos
es una de las provincias en que más ha gravitado la rémora del
latifundio… ¡Lo que sería Entre Ríos con los hombres que perdió!
Más en donde la tierra yace en la esclavitud estas nupcias con el
trabajo son imposibles; la tierra espléndida se queda triste y el
novio magnífico se va”.31
Los
viajes del “narrador de ciudades” son de la década del 30.
¿Pasará un siglo para que escuchemos el mensaje?
Hacemos
un descanso para señalar un cambio en nuestra mirada. Hasta ayer
muchos decíamos “la tierra para el que la trabaja”, pero una
visión así llevó a algunos pensadores europeos a justificar la
invasión al Abya yala, con el pretexto de que el humano de este
continente en algunas regiones no cultivaba el suelo. La idea se
entiende mejor si decimos con nuestros pueblos que el hombre es de la
tierra y allí vive, cultiva, conversa, recoge frutos, reza, ama,
dialoga con sus antepasados. Allí practica los principios del vivir
bien / buen convivir que ha enumerado Fernando Huanacuni Mamani
(2010).
Este
estudioso difundió trece principios que constituyen el vivir bien
del altiplano, lo que equivale a no alterar el entorno, si vemos todo
interconectado. Esos principios se sintetizan así: saber comer (en
aymara suma manq aña - no en referencia al estómago), saber beber
(suma umaña - lo mismo, en referencia al fluir del corazón), saber
bailar (suma thokoña o thukkuña – Huanacuni dice “saber danzar,
entrar en relación y conexión cosmotelúrica, toda actividad debe
realizarse con dimensión espiritual”).
Luego:
saber dormir, saber trabajar, saber pensar o meditar (“el silencio
equilibra y armoniza”), saber reflexionar desde el corazón, saber
amar y ser amado (chachawarmi, complementariedad), saber escuchar (no
sólo con los oídos – recordemos que también para el charrúa las
piedras hablan); saber hablar (para lo cual hay que sentir y pensar
bien), saber soñar (proyectar), saber caminar (con la Pachamama), y
saber dar y recibir.32
Volvemos
a preguntarnos, ¿cuántos obstáculos pone el hacinamiento para
recuperar ese mundo?
Bernardino
Horne33
denunciaba el latifundio argentino en la primera mitad del siglo XX.
Decía que nuestro país era de los que tenían entonces más
concentrada la propiedad rural, que la tierra era objeto de
especulación sobre su valor social. Y
qué decir de las advertencias de Gastón Gori en La Forestal:
“En la mesopotamia criolla, latifundios increíbles acaparados por
unos pocos”.34
Marcelino
Román
supo del desarraigo. “Derrumbados afanes fundadores: taperas./
Montoncitos de historia, rastros de vida rota./ ¡Adiós querencia,
hogar, enseres, sementeras!/ ¡Tanta gente sin tierra por la tierra
rebota!”. Eso dice en su obra Taperas, y luego en Un Rancho: “En
el rancho que aprende a ser tapera/ un fuego de biznaga apenas
arde”.35
Amontonados
en el desierto
Amontonar
personas en un mismo lugar no preparado para la vida decente con
comodidades, higiene, seguridad, espacios de recreación y oficios:
eso es hacinarlas.
En
la región litoral se constata y no debe atribuirse a la
superpoblación. Entre Ríos cuenta con 16 habitantes por kilómetro
cuadrado y tiene vastas extensiones con menos de uno, por el éxodo
rural y semiurbano hacia la creciente concentración de almas en el
gran Paraná y otras pocas ciudades. Cuba o Costa Rica rondan los 100
habitantes por km2. En un territorio un poco mayor que el de Entre
Ríos, Corea del Sur tiene 50 millones de habitantes, casi 500 por
km2. Nosotros apenas superamos el millón y siempre parece que
sobramos, cuando sabemos que si cada entrerriano tuviera acceso a una
hectárea (una familia de diez miembros, 10 ha), todos los habitantes
de la provincia ocuparíamos sólo un cuarto de la superficie
productiva. Entre Ríos podría contar con corredores protegidos de
biodiversidad en las costas de sus ríos y arroyos en millones de
hectáreas, sin afectar la vida de los humanos, y apenas protege hoy
unos pocos miles de hectáreas en zonas no sostenibles, por el
aislamiento de las especies.
El
hacinamiento se da con un fenómeno paralelo que es la expulsión. De
hecho, Entre Ríos pasó del 5 % de la población de la Argentina en
1947 al 3 % en 2010. Es notoria la presencia de entrerrianos fuera de
su territorio. También Santa Fe achicó su participación. En 1947
Entre Ríos era la quinta región más poblada del país. Hoy, la
octava. Tucumán, Mendoza y Salta nos superaron.
El
hacinamiento afecta a muchas ciudades. Se siente más en los barrios
por la falta de espacio para el vivir bien, y de válvulas de escape.
La cantidad de personas por habitación, la falta de servicios
adecuados, la desocupación, la imposibilidad de cultivar una huerta
o criar animales de granja, dan indicios de hacinamiento. Pero aquí
miramos desde otro ángulo: el distanciamiento de las personas de
ámbitos que les permitan una vida decente en contacto con la
naturaleza y con posibilidades, además, de producir alimentos
variados, sanos, cercanos. Distanciamiento obsceno, si tenemos a la
vista vastas superficies deshabitadas en el mismo territorio.
Como
los colombianos, consideramos dentro de la biodiversidad a la
naturaleza y la cultura. De manera que el hacinamiento de humanos sin
lugar para otras expresiones de la vida entraña un desequilibrio, y
peor por la existencia, al lado, insistimos, de amplias zonas sin
humanos.
Los
pueblos antiguos de la región no ven que el humano pueda desplegar
sus alas extirpado del resto de la naturaleza. Atahualpa Yupanqui
recitaba un poema del oriental Romildo Risso que dice “si hay leña
cáida en el monte/ yo no v’y a cortar un árbol:/ Po’el aire no
puedo dir,/ de no, ni pisaba el pasto”. Hoy esa actitud para la
mínima invasión no se constata en el hacinamiento de las grandes
urbes y los barrios apretados, y tampoco en el sistema de
agronegocios a escala con sustancias químicas, transgénicos y
enormes máquinas. El hacinamiento enferma. Los agronegocios también.
Hemos escuchado conferencias y leído informes de científicos como
Andrés Carrasco y Rafael Lajmanovich36,
que apuntan los riesgos de malformaciones en embriones, además de
los efectos que provocan en la salud de la comunidad el desarraigo y
el destierro.
Quatro
ambiciosos
El
nicaragüense “fundador de pueblos” Tomás de Rocamora, que en
sus intercambios con el virrey Vértiz terminó consolidando en 1782
el nombre “Entre Ríos” usado cien años antes, escribió unas
cartas
sin desperdicios. “Contener y reducir a lo que justamente necesiten
a quatro ambiciosos, que quieren abarcar lo mejor de todos estos
Partidos, y así impiden su Población”, decía el organizador de
Gualeguay, Concepción del Uruguay y Gualeguaychú.37
Pasaron
230 años, y los “quatro ambiciosos” mandan. Hoy se llaman,
claro, banqueros, terratenientes, proveedores de insumos,
exportadores.
Rocamora
informaba al virrey que los capitalistas de Buenos Aires cometían
tropelías contra los entrerrianos pobres, los expulsaban de las
tierras que esas familias ya habitaban, y lo hacían con papeles en
la mano.
“Sólo
uno de estos (capitalistas de afuera) tenía, y pienso que aún
conserva, avocados sesenta mil postes de la otra parte del Gualeguay,
para amojonar por el Arrecife desde aquel Río hasta el Clé, que es
decir toda la población más útil de este Partido”.38
Un
terrateniente iba a cercar todo el territorio habitado.
Rocamora
era parte de un movimiento de invasión que había expulsado y
masacrado familias enteras; los charrúas y demás pueblos lo
sufrieron al extremo, pero ya gobernante advertía algunos de los
despropósitos, defendía a los trabajadores, cuestionaba a los
acaparadores.
No
sólo promovía chacras mixtas a salvo de incendios, sino que,
además, llamaba a cuidar el monte. Lo dice Juan José Antonio
Segura: “Por ser de los requisitos más esenciales para la
subsistencia de los pueblos la conservación de los montes,
destruidos en las costas por el desorden de los faeneros extraños
que talaron sin discreción, debía prohibírseles absolutamente el
corte de leña y de madera entre los ríos, que quedaría a beneficio
de sus vecindarios, pero limitando los cortes al número de hachas y
parajes que se les señalaran. A ese fin debía comisionarse en cada
partido un juez o comisionado de Montes, dependiente del Comandante
principal para que celara y cuidara la observancia de este encargo”.39
Segura
aclara: “A pesar del tinte sombrío que Rocamora daba a las cosas,
no parece que se hubieran adoptado las solicitadas medidas de
protección”.40
Después
de 230 años de esas disposiciones, los diarios entrerrianos
anunciaban en 2015 la siguiente noticia: “La
Cámara Alta dio media sanción al proyecto que crea Fiscalías para
que actúen en delitos contra el ambiente”. En el mismo momento,
conocíamos la aplicación del nuevo Código Civil y Comercial de la
Nación, en vigencia desde agosto de 2015, que reduce el antiguo
camino de sirga de 35 metros a 15. Una nueva privatización de las
costas, con influencias notables en una provincia con 7.700 ríos y
arroyos y más de 41.000 kilómetros de cursos de agua, cuyas costas
debieran ser protegidas.
La
tala rasa lleva 500 años en nuestro territorio, pero es en los
últimos 100 en que la destrucción alcanzó ribetes de ecocidio. La
llamada “modernidad” coincide aquí con la expulsión de los
habitantes (charrúas, chanás, yaros, guaraníes y otros), el
apropiamiento de grandes estancias por “quatro ambiciosos”, y la
destrucción del monte. Con matices, hasta nuestros días.
Los
deseos desmedidos
Le
dijo Rocamora al virrey: “Conténganse Excelentísimo Señor los
desmedidos deseos de algunos pocos. Redúzcanse a lo que necesiten
mas que sea con abundancia; pero cercéneseles o no se les permita
que adquieran lo muy superfluo, para que encuentre acomodo el pobre
vecino, que con el producto de la tierra que les sobra a ellos, puede
mantener una familia numerosa y útil al estado”.
“Asegúrese
en quietud a estos vecindarios (es decir, quitémosle las zozobras);
repártanse graciosamente los realengos... Habrá tres o cuatro que
en el último caso pleiteen contra este arreglo económico. Pero
fuera pleitos, valga la razón y asegúrese Vuestra Excelencia que
ejecutado
como planteo,
antes de muchos años será la de Entre Ríos, de que trato, lo que
dije, la mejor Provincia de esta América”.41
La
expresión “ejecutado como planteo” es clave. Para que Entre Ríos
fuera una bella provincia había que asegurar espacios a los vecinos,
a sus chacras, y contener los desmedidos deseos de algunos pocos. A
230 años podemos reclamar exactamente lo mismo.
Algunos
pensadores europeos tuvieron influencia sobre gobernantes de nuestro
territorio. Gaspar de Jovellanos, Pedro Rodríguez de Campomanes,
Pablo de Olavide, Benito Jerónimo Feijoo, son señalados, entre
otros, por el entrerriano Juan L. Ortiz y el oriental Eduardo
Galeano, como fuentes de los cambios propuestos en el régimen de la
tierra. Y sabemos que el mismo Rocamora había aprendido la
distribución en la Sierra Morena de España.
Juan
Antonio Vilar recuerda en su obra Revolución que José Artigas tuvo
“una experiencia interesante como ayudante de Félix de Azara con
la distribución de tierras en Batoví”42
Tres
décadas después de Rocamora, Artigas dispuso en la región un
reparto que no encuentra comparación. “El 10 de setiembre de 1815
–en el corto lapso de paz que la Banda Oriental pudo disfrutar
libre de españoles, porteños y portugueses- sancionó el Reglamento
provisorio de la Provincia Oriental para el fomento de la campaña y
seguridad de sus hacendados”, recuerda Vilar43,
y enumera los beneficios para negros, zambos, indios, criollos
pobres, viudas, bajo la consigna “que los más infelices sean los
más privilegiados”.
Admite
que Artigas “fracasó en su objetivo de organizar un estado
republicano federal”, y “lo que más revela la profundidad de su
derrota es su política de distribución de tierras. Artigas es
venerado en el Uruguay como el máximo héroe nacional. Sin embargo
han borrado todo lo que fuera su lucha”, afirma el historiador de
Paraná y apunta: “Una vez que los ingleses crearon la República
Oriental del Uruguay, jurídicamente fueron reconocidas como
legítimas las concesiones de tierras hechas por los españoles
durante la colonia, por los portugueses, los brasileros durante su
ocupación, los revolucionarios de 1825 y los gobiernos desde 1830,
con exclusión de las hechas por el Reglamento de 1815”.44
El
fracaso de la revolución artigueña equivale al triunfo de los
“deseos desmedidos de algunos pocos” que denunciaba Rocamora. (En
una conferencia sobre la tierra, que se encuentra en Internet, el
profesor Juan Vilar demostró que la concentración de la propiedad
en la Argentina sigue políticas de la metrópolis, en las antípodas
del pensamiento de Artigas).45
El estudioso Curapil Curruhuinca Roux explicó la sanguinaria
ambición de la oligarquía argentina (ya no europea solamente) por
la propiedad del suelo, extendida a fines del siglo 19 a la
Patagonia. “La anexión de las franjas neuquinas sirvió, ante
todo, para hacer negocios mayúsculos de venta, reventa y
subdivisión, y favorecieron, en primer término, a los capitalistas
de la Campaña. Que los hubo. Hubo, sí, quienes jugaron a la
campaña. Al feliz desenlace. A la ganancia abundante”.46
Vale
recordar aquí que aquellas luchas por el arraigo, el trabajo, el
acceso al suelo, se dieron en el mismo año 1815 en que se izaba en
el litoral la bandera de la banda roja. Sostener la bandera
entrerriana (federal, artiguista) equivale a reavivar, cada mañana,
la disputa por la tierra, aunque los sectores de poder traten de
ocultar esa raíz. Disputa que, desde los pueblos antiguos, no debe
hacerse por asuntos de propiedad y ganancia sino de buen vivir, buen
comer, buen beber, con criterio sustentable, como dice Huanacuni.
En
el Uruguay, y más cerca en el tiempo, llama Daniel
Viglietti
“¡A desalambrar, a desalambrar!”. Y pregunta Aníbal
Sampayo:
“Por qué me quitaron/ la tierra y después/ crecieron los campos/
de un mister inglés”.
En
Entre Ríos canta Miguel Ángel Martínez, el
Zurdo,
este cielito con letra de José
María Díaz:
“Si usted sale a caminar/ ve sin fin el campo flor,/ y en tierra de
mala muerte/ la ranchada de algún peón./ Cielito, miren qué cielo/
el cielo de los sauzales,/ por qué cambiarnos la tierra/ por un baúl
de caudales”…
Ecocidio
Culturas
del Abya yala coinciden en el altiplano, la selva, el sur, sobre la
armonía del humano-en-la-naturaleza. Es un tema que está presente
en las obras del profesor Juan José Rossi, radicado en Chajarí. “La
tierra no es del hombre, sino el hombre de la tierra formando una
unidad con el resto del universo. Filosofía ésta prácticamente
opuesta a la proveniente del mundo occidental-cristiano que sostiene
una supuesta superioridad del hombre”.47
En
las Jornadas de la indianidad realizadas en abril de 1984 en Buenos
Aires (en coincidencia con la apertura democrática), el primer punto
de la mesa de trabajo sobre Derechos territoriales dice: “Los
indios reclaman la tierra por cuanto su existencia separada de ella
no tiene sentido”.48
Y luego: “Por sus derechos inmemoriales sobre ella (la tierra). Y
por ser indispensable para su subsistencia y su integridad como
Nación su relación con ella responde a la cosmovisión propia de
los pueblos indios que consideran a la comunidad humana como parte
integrante de la naturaleza y no su propietaria administradora”.
La
mesa 4 de política y organización de aquellas Jornadas apunta a los
saberes del Abya yala: “Se resume su filosofía en una dialéctica
de opuestos, no antagónicos sino complementarios, guiados por una
visión unificadora del ser humano con la naturaleza toda y el
cosmos… La unidad cósmica y existencial es ley de la naturaleza y
motor de la historia… toda opción realista de la participación
política debería ser iniciada por la tenencia real de la tierra en
forma comunitaria”.49
Podríamos
abundar en ejemplos similares. En esa visión del humano confluyen
nuestros pueblos, y no es difícil hallar similitudes con culturas de
otros continentes.
Sin
embargo, en una gira por el litoral y en especial por la geografía
de Entre Ríos constatamos con nuestros ojos los vestigios del éxodo,
sea en las taperas como en los llamados pueblos fantasmas. La
ausencia del humano es palpable en zonas ayer pobladas.
Los
censos denuncian el éxodo durante todo el último siglo; lo repiten
economistas, historiadores, poetas, trovadores, vecinos.
El
proceso de desarraigo y expulsión de las familias y las comunidades
tuvo otro fenómeno paralelo: la tala rasa. La destrucción del monte
nativo es una marca de todo el siglo XX y principios del XXI. Aunque
no hallamos coincidencias en los informes, se calcula que no menos de
10.000 hectáreas fueron taladas cada año.
Para
dar un ejemplo zonal, los expertos Juan de Dios Muñoz, Armando
Brizuela, Betina Zucchino y Hernán Povedano informaron que solo en
la cuenca del Feliciano “al menos 18.500 hectáreas que en 1990
estaban ocupadas por bosque nativo fueron taladas entre 1990 y 2005
dentro de los límites de la cuenca y localizadas próximas al cauce
principal del arroyo. Representa una tasa de 1.250 ha por año y un
2, 2% de la superficie de la cuenca”.50
Y
estamos hablando en años recientes, ya con restricciones legales al
desmonte. Hay informes de 2013 referidos al aumento de actas labradas
por desmonte, adjudicadas al corrimiento de la frontera agrícola.
Las multas se pagan a veces, y el juego no se frena. ¿Cuántos
ejemplares masacrados? ¿Y nidos destruidos? ¿Cuántas especies?
Las
consecuencias negativas de la tala en la erosión de los suelos
fértiles está comprobada también, sobre todo en Entre Ríos, cuyas
arcillas se desgastan con facilidad a razón de 4 a 8 toneladas (y
hasta 20 tn) por hectárea, perdidas cada año si no hay cuidados con
terrazas en la agricultura (según informes de los ingenieros Egidio
Scotta y Carlos Weber).
La
devastación de los montes es un ecocidio. Y no matamos para vivir
nosotros, porque Entre Ríos es un territorio que expulsa. Es la
provincia argentina con menor crecimiento demográfico en los últimos
70 años, sólo comparable en eso con Santa Fe.
Números
del destierro
Veamos
lo que decía una
geografía de Felquer de 1962, textual: “Comparando el censo de
1947 con el de 1960, comprobamos que Entre Ríos es de las provincias
que menos población aumentó en dicho lapso… El país, en 1960, en
relación a 1947, acusa un aumento de 25,9%, mientras que Entre Ríos
solamente representa el 0,8%; Misiones, 34,9%; Buenos Aires, 34,4%;
Formosa, 34, y Chubut, 32,6%”.51
Los
últimos censos confirmaron la tendencia. Entre 1947 y 2010 la
Argentina creció un 152%, contra el 57% de Entre Ríos. Si esta
comparación es sintomática, la disparidad con la provincia de
Buenos Aires apabulla.
Ecocidio
y destierro: triste combo, de una Entre Ríos convertida en zona de
sacrificio. En dos décadas se ha multiplicado por tres el área
sembrada pero esa mayor producción se realiza con menos campesinos.
El
flagelo del éxodo había sido denunciado por décadas. Se imponía
un diagnóstico para enfocar correctamente la enfermedad e iniciar un
tratamiento adecuado. Sin embargo, frente a las evidencias, los daños
del ecocidio y el destierro simultáneos, desembarcó aquí el
sistema de agronegocios con producción a escala. Hemos preguntado
ante especialistas dónde está el diagnóstico, y cómo se explica
el sistema a escala con transgénicos patentados y herbicidas. La
respuesta fue el silencio. Llegamos a la conclusión de Arturo
Jauretche, que en su Manual de Zonceras recuerda una frase de Varela:
“Si el sombrero existe, solo se trata de adecuar la cabeza al
sombrero”.52
Metáfora de la resignación.
El
monte fue talado. En parte aprovechado para combustible, madera,
postes, o quemado. Ese fue el modo de explotar una riqueza, y quitar
a la vez un “obstáculo” del camino. Al humano lo empujaron al
hacinamiento.
Los
barrios de Rosario y Buenos Aires, algunos de ellos de conocidas
dificultades para la convivencia, con problemas de desocupación,
violencia, droga; y lo mismo los barrios de Paraná, Concordia y
otras ciudades entrerrianas, son frutos (en parte) del proceso de
ecocidio, desarraigo y destierro, que incluye el epistemicidio, como
veremos más adelante.
Para
que este proceso se diera sin mayores contestaciones o revueltas fue
imprescindible mantener a las familias en la ignorancia sobre su
propia condición. La dicotomía cultura/naturaleza, la distancia
entre el humano y su entorno, aceitan el camino del destierro. El
hombre no sabe, no ama, no defiende. Los desterrados que hemos
consultado desconocen las causas de su emigración, las adjudican a
problemas personales. La víctima suele creer que no tuvo condiciones
para encajar en el mercado. Para lograr esa no conciencia el sistema
debió invisibilizar o desacreditar por siglos los saberes del Abya
yala, que hoy vuelven por sus fueros, empezando por el buen convivir.
Atopía
En
una serie de columnas en diario UNO en 2015 bajo el título “De
chacra a confederación” pusimos acento en la atopía y el
epistemicidio. Decíamos entonces que la bella complejidad del
entorno es la sangre que le está faltando al sistema circulatorio de
los establecimientos educativos. Un torrente capaz de transportar
nutrientes, oxigenar rincones, atravesar muros creados entre la
cultura y la naturaleza, muros entre la escuela y la región, y a la
vez cruzar muros entre las disciplinas, esos compartimentos estancos.
El
tema era pues el lugar, desdeñado por décadas pero recuperado en
los últimos años.
Dice
Arturo Escobar: “Al restarle énfasis a la construcción cultural
del lugar… casi toda la teoría social convencional ha hecho
invisibles formas subalternas de pensar y modalidades locales y
regionales de configurar el mudo”.53
Para
tratar la necesidad de mayor porosidad en las aulas podemos valernos
de la voz atopía y sus acepciones. Por un lado, atopía como “sin
lugar”, difícil de clasificar. Lo que carece de ubicación, o lo
que no ocupa lugar en el medio corporal. Los conocimientos venidos de
casa no tienen lugar (muchas veces) en el aula, no hay cómo
ubicarlos en los casilleros de la escuela. Son como exóticos.
En
nuestros colegios podemos afirmar que están ausentes el monte, los
humedales, la cuenca, el mate. El lugar no tiene lugar en la escuela.
En
la segunda acepción, atopía refiere el malestar frente a lo dado,
en estructuras que no nos conforman y en las que nos sabemos
extraños, expulsados. Comparables a la ausencia de acomodo del
eremita en la ciudad, del nómade en el encierro urbano, y de tantos
urbanos que celebran huir, cuando pueden, de sus propias urbes.
Ahí
atopía expresa al estudiante dentro de las cuatro paredes del aula
que (tantas veces) no lo contienen, ese “no lugar”, sitio hostil.
La
voz atopía es útil para señalar una condición propia de la
persona en la modernidad, lavada de sabidurías y tradiciones
milenarias, ignorando también experiencias de siglos, y pendiente de
la pantalla del televisor, las violaciones de la propaganda, el
entretenimiento, las modas.
Hay
otro asunto ligado a la atopía: el litoral expulsa a sus hijos.
Atopía dice aquí la incomodidad de los desterrados habitando
periferias de grandes urbes, donde su compleja red de conocimientos y
valores resulta inútil.
Esa
gran urbe alejada de los ritmos naturales, como dice Ariel Drucaroff,
desconectada del ecosistema, lo cual facilita nuestra actitud
predatoria “incompatible con las capacidades de regeneración y
recuperación de la naturaleza”.54
Atopía,
pues: el conocimiento familiar menospreciado en el aula, el joven
fastidiado entre cuatro paredes, el campesino ajeno en la ciudad
extraña, el hombre bloqueado en la modernidad.
Epistemicidio
Todo
lo que expulsa, excluye, menosprecia, incomoda; lo que divide, lo que
intenta meternos a la fuerza en casillas preestablecidas no es más
que el engaño de una modernidad que defiende el sistema capitalista
como único posible y la razón como única vía del saber, lo que
algunos autores llaman epistemicidio. Boaventura de Sousa Santos
señala los conocimientos al margen del monopolio occidental, habla
de epistemicidio y propone una ecología de saberes que no implica un
menosprecio de la ciencia sino su uso contrahegemónico. “Se ha
realizado un epistemicidio masivo en los últimos cinco siglos, por
el que una inmensa riqueza de experiencias cognitivas ha sido
perdida”.55
En
referencia al derecho (clandestino, original) al conocimiento, dice
Sousa: “La supresión de este derecho original fue responsable del
epistemicidio masivo sobre el que la modernidad occidental construyó
su monumental conocimiento imperial. En una época de transición
paradigmática, la reivindicación de este ur-derecho implica la
necesidad de un derecho a conocimientos alternativos”.56
Frente a los atropellos de la invasión europea, algunos de nuestros pueblos perdieron su condición, o el impacto resultó demasiado grave. Otros parecen aguantar el cimbronazo sin destruirse por completo. La subsistencia de organizaciones milenarias como el ayllu habla de una gran capacidad de adaptación y resiliencia. En el plano intelectual, la recuperación de saberes antiguos en el norte argentino, Bolivia, Perú, Chile, Ecuador, por caso, es una clave del siglo XXI, y el movimiento Modernidad Colonialidad (M/D) ya resulta insoslayable para comprendernos.
Otros
derechos
Hay
autores que no ven en la llamada “modernidad” el florecimiento de
la creatividad, la ciencia, la industria europea: ven el genocidio,
el saqueo del Abya yala y el epistemicidio. Sousa Santos recupera una
serie de derechos que llama ur-derechos, derechos originales, que
considera clausurados por el sistema capitalista. Señala como
primero de estos derechos el derecho al conocimiento, como decíamos.
El autor encuentra en la invasión al Abya yala un “epistemicidio”,
como consecuencia de un “fascismo epistemológico” que
desacredita todo lo que no sea provisto por el invasor.
Convocados
por estas ideas, veamos nosotros algunas de las libertades vedadas
por la imposición de unas estructuras que jamás lograron (ni
lograrán) armonizar con nuestro paisaje. Aquí una enumeración
desordenada, abierta a los lectores, para el ejercicio de otros modos
de acceso al conocimiento, otras formas de mirarnos, de curarnos del
hacinamiento que hemos naturalizado.
1-derecho
a apreciar en casa la salida y la puesta del sol, gozar el silencio,
interactuar en el paisaje con árboles, animales, arroyos; a ver las
estrellas sin interferencia de otras luces y a gozar del aire puro
con las fragancias del paisaje, como fuentes de vida plena en armonía
y requisitos para el vivir bien / buen convivir. 2-derecho a
colaborar en la búsqueda de un espacio adecuado para que un vecino
pueda desplegar su vida y la de los suyos. 3-derecho a impedir que
una persona, una familia, una comunidad, una empresa, acapare
superficies y caiga así en arbitrariedades que cargarán,
injustamente, sus descendientes. Y derecho a evitar que los
descendientes carguen con las acumulaciones materiales suntuarias de
sus ancestros, es decir, que carguen con injusticias de las que no
son responsables. 4-derecho a producir los alimentos propios y sanos,
como garantía de salud, austeridad y trabajo comunitario, diversidad
productiva y soberanía alimentaria, y para el ahorro de energía en
los traslados. 5-derecho a dar al vecino obsequios de nuestra
cosecha. Derecho a dar (también llamado complementariedad, jopói en
guaraní). 6-derecho a preservar la naturaleza y los conocimientos a
las generaciones futuras.
7-derecho
a conocer el paisaje como un todo armónico, y a protagonizarlo.
8-derecho a reconocer en cada especie un par, a aprender de sus modos
y a evitar costumbres que pongan en riesgo la salud o la vida de
otras especies. A apreciar y dialogar. 9-derecho del humano a alejar
de su vivienda animales que puedan ponerlo en peligro, y derecho de
la naturaleza a no recibir en algunas regiones la presencia del
humano por ninguna vía, para preservar del hombre la semilla, el
nido, la interacción. 10-derecho a negarse a las prácticas
invasivas del hombre en el paisaje (el monte, y el suelo, y el agua),
y a resistirse a la cosmovisión antropocéntrica, y sus
consecuencias. 11-derecho a aceptar la docta ignorancia y fundar allí
la negativa a atropellar el paisaje (y en el paisaje el ser humano) y
a sostener derechos precautorios. 12-derecho a resistir la acción u
omisión de aquellos que dañan a la naturaleza. Derecho de
resistencia a los biocidios en sus variantes. 13-derecho a vivir
bien, en armonía, conocer el entorno y decidir libremente sobre la
organización alimentaria y social adecuada, para asegurar la
armonía. 14-derecho de resistencia al apuro que impone la
modernidad, a la velocidad, al exceso de horas de trabajo. 15-derecho
a preservar y cultivar las distintas vías del conocimiento, su
interacción, y respetar los lugares, las regiones, advertidos del
epistemicidio de la modernidad; y derecho a la recuperación de
saberes sepultados. 16-derecho a no ser hostigado por la propaganda,
y a preservar los ámbitos del conocimiento, la amistad, el arte, de
modo que los intereses particulares o efímeros no encuentren vías
para subordinar al interés común o poner en riesgo la biodiversidad
(naturaleza + cultura). Derecho a luchar contra la propaganda.
17-derecho a la vida sana en la naturaleza, y a tratar a los enfermos
como tales para su atención y recuperación (víctimas de vicios
propios del hacinamiento, del endiosamiento del dinero, del juego, de
la corrupción). 18-derecho a deliberar libremente y sin retaceos ni
censuras sobre la presencia del capital que pone en riesgo los demás
derechos. 19-derecho de resistencia a la tecnología que atente
contra el trabajo decente, el conocimiento, la comunidad y la vida.
20-derecho a un espacio donde arraigar y encarar trabajos
comunitarios sanos, sustentables.
Mundo
zurdeño
Nuestras
culturas no conciben al humano separado de la naturaleza, extirpado
del paisaje.
Nuestros
pueblos no sostienen que es “el guaraní” el impedido, cuando ha
sido aislado del árbol y el río; no dicen que “el mapuche” o
“el kolla” no puedan desplegar sus alas en el encierro. Hablan de
una cosmovisión propia, de saberes antiguos de esta región, pero
dicen “humano”. Es decir: somos los humanos, sin distinciones,
sin racismos, los expulsados, empujados al hacinamiento y por eso
truncados.
La
sinergia entre armonía, complementariedad, comunitarismo, en la que
calzan como anillo dos premisas artiguistas y charrúas como la lucha
por la resistencia contra la colonia y la soberanía particular de
los pueblos; en esa intersección se comprende mejor el daño del
sistema ecocidio-desarraigo-destierro-epistemicidio-hacinamiento. Y
no proponemos aquí un eclecticismo “que habitualmente queda por
debajo del menos valioso de sus componentes”, como dice Fortunato
Calderón Correa.57
El eje es el sumak kawsay.
“Esos
pueblos originarios que habíamos descartado por atrasados nos
dan lecciones de vida comunitaria, de conservación de la naturaleza
y de sabiduría humana. Somos discípulos de ellos”, dice Enrique
Dussel, citado por Calderón Correa, que resalta la coincidencia de
tradiciones del Abya yala y Asia, y en columnas sobre el ayurveda
recuerda: “La organización mundial de la salud ha admitido que el
ser humano es cuerpo y mente en relación con el medio ambiente, y
que la salud depende de la armonía entre estos tres componentes de
una unidad, en lo que vino a coincidir con la ciencia tradicional con
algunos milenios de retardo”.58
Agrega
Calderón Correa sobre la complementariedad: “Términos que parecen
opuestos se resuelven en complementarios, pues donde la oposición
tiene razón de ser en su nivel, no la tiene en otro nivel. La
complementariedad, cuando se alcanza a percibirla, responde siempre a
un punto de vista más profundo y más conforme a la realidad. Dos
polos provienen de un solo principio y producen una resultante.
El cielo y la tierra, la esencia y la sustancia, derivan de un
principio único, y generan los seres manifestados. De modo que cada
uno de estos seres es como el reflejo invertido, a través de los
principios formadores, del principio original cuya unidad devuelve en
su nivel. El universo puede aparecer a nuestra percepción como
dividido, pero cuando advertimos la complementariedad de los
opuestos, restituye para nosotros la unidad que parecía no
tener”.
Si
el equilibrio proviene de la adecuación del humano a los ciclos
naturales, en lo que empalman el ayurveda, las frases que
seleccionamos de las jornadas de indianidad, y los trece principios
enumerados por Huanacuni Mamani, está claro que el extrañamiento
del humano de su propio entorno será desaconsejado, lo mismo que el
encierro en los barrios hacinados, donde ni siquiera están al
alcance la aurora o el ocaso.
Tras
la muerte en 2011 del músico y cantante solista paranasero Miguel
Ángel Martínez, el
Zurdo,
llamamos “mundo zurdeño” a ese universo que conjuga arte y
ecología, lucha obrera y solidaridad, identidad regional e
internacionalismo, la serenidad del mate con la convicción
antiimperialista, en fin: esa mirada integral, contra los
compartimentos estancos.
Se
trata de una vida coherente con influencias diversas que muestran al
humano ancho de vecindad, gordo de biodiversidad, alto de símbolos.
Desde estas perspectivas resumidas en el sumak kawsay, la distancia
entre el humano y su entorno es una distorsión.
Nos
daña el no conocer a nuestros compañeros de viaje como decíamos
del tuyango, aunque esta gran cigüeña está a la vista, es enorme.
Podríamos mencionar ríos, suelos, mariposas, aves, peces; oficios,
luchas, voces, artes, saberes ancestrales que involucran la relación
del humano y la naturaleza. Nos daña la ausencia de diálogo con la
naturaleza, la ausencia de espacio y de paz.
En
alguna columna periodística nos preguntamos cuánto nos afecta como
sociedad y como personas el desarraigo, la mudanza, el destierro, el
epistemicidio, el distanciamiento del humano y el resto de la
naturaleza, la pérdida de ciertas bases para el sumak kawsay, el
yanantin y el masintin. Convendría apuntar algo que dice Ariel
Drucaroff: “Las grandes ciudades de hoy hace tiempo que han dejado
de ser unidades funcionales. La megaciudad actual se ha transformado
en un lugar de anonimato, que aísla a sus habitantes entre sí y de
su entorno natural; difícilmente se las pueda identificar como
espacios para la convivencia, la cooperación, la participación, el
cuidado mutuo e incluso para la libertad y la expansión de la paz”.59
Habla
de estrés, embotellamientos, sedentarismo y comida chatarra en el
microcentro, que deterioran la salud física y mental; y de un
“lastimoso contraste”60
en los superpoblados asentamientos precarios periféricos donde las
personas mueren por problemas de salud relacionados con las
dificultades en el abastecimiento y la prestación de servicios
básicos o exposición a contaminantes. Luego enumera diversos
riesgos mayores por la aglomeración.
Los
empujados
Habíamos
sugerido el estudio de algunos puntos en relación al destierro y
posterior hacinamiento en los barrios: desaliento de madres, padres,
abuelos que ven inútiles sus oficios aprendidos en zonas campesinas
o semi rurales y encuentran que su cultura está menospreciada, que
sus conocimientos no se pueden aplicar en ese nuevo contexto. Y
desaliento por la pérdida de un contexto amable y sereno. Confusión
y violencia de jóvenes que no encuentran en qué ocuparse, que
ignoran la paz de la vida en relación con la naturaleza y los
oficios y ven a la naturaleza como algo extraño.
Amontonamiento
artificial, sin tiempo suficiente ni ámbitos adecuados para los
lógicos lazos de amistad, familiaridad, diálogo, confianza, etc., y
consiguientes masificaciones y rispideces. Accidentes originados en
la aglomeración y el apuro, cuyas consecuencias son más dañinas
cuando sobrevienen a la pérdida de normas culturales convenidas con
tiempo y confianza, dado el estado de agitación y descontento en
general de los desterrados, desplazados, desocupados, discriminados.
Drogadicción
a la vuelta de la esquina, gracias al estado de una juventud cuya
familia fue arrancada de su ámbito, donde los padres deben ocuparse
de sus esforzados trabajos y viajan muchos kilómetros al día, de
modo que dejan a su prole en cierta soledad. Y gracias a la
desocupación de tantos que fueron expulsados también por el sistema
educativo y encuentran una (engañosa) salida en el dinero fácil del
delito.
Enfermedades
de la alimentación, por la imposibilidad de cultivar hojas, frutas,
semillas, hortalizas propias, en cercanía, y porque las familias se
ven obligadas a consumir productos del sistema artificial, con
transgénicos, herbicidas, insecticidas, conservantes. Y enfermedades
de la comida chatarra que los padres consumen en los resquicios de
sus tareas y viajes estresantes.
Muerte
en calles y rutas (21 personas por día en la Argentina, mayoría
jóvenes), debido en gran medida a la confluencia de viajes de placer
y transportes de cargas voluminosas en un sinsentido de comercio, por
la ausencia de alimentos en cercanía; y por el crecimiento urbano
desorganizado que pone las calles al servicio de los prepotentes,
contra las mayorías de a pie o ciclistas que no encuentran senderos
adecuados. Enfermedades propias de oficios insanos como el cartoneo,
en contacto con los desperdicios, y por la contaminación de las
napas de agua y el aire en el hacinamiento.
Accidentes
y enfermedades producto del desarraigo que padecen las familias,
obligadas a abandonar una cultura que no es reemplazada siquiera por
otra, sino copada por organismos estatales destinados más a la
contingencia que al conocimiento de la cultura profunda. Enfermedades
no debidamente identificadas, producto del disconformismo general,
que rompe lazos de amistad, solidaridad, tolerancia, e invita al
sálvese quien pueda. Violencia provocada por las asimetrías
crecientes entre sectores repletos de bienes suntuarios y sectores
que, desprovistos de todo, padecen una agresiva propaganda para
adquirir lo que sus ingresos no les permiten. Enfermedades
psicológicas originadas en la ausencia de expectativas y el
sentimiento de inutilidad que embarga a familias desplazadas,
desocupadas, trasladadas a ambientes que consideran poco
hospitalarios para sus costumbres; y familias que se ven obligadas a
soportar el sistema de compra de conciencia para sobrevivir.
Enfermedades
por la ausencia de servicios cloacales, agua potable segura, desagües
pluviales adecuados, y accidentes e inseguridad por falta de atención
adecuada de la seguridad y los servicios de energía. Las familias
que mueren en invierno por incendio o asfixia debido al mal uso de la
electricidad o los sistemas de calefacción, son un ejemplo.
Riesgos
para la salud por la ausencia de caminos y veredas adecuados, y las
dificultades de transporte e incluso para el ingreso de ambulancias o
carros de bomberos en circunstancias extremas.
Los
selk’nam
Luis
Alberto Borrero se detiene en la experiencia de los selk’nam (onas)
en el extremo sur.61
Pueblos nómades obligados al sedentarismo; cazadores recolectores
obligados a otra alimentación; desnudos obligados a vestirse de
otros modos; separados en grupos obligados a juntarse y hacinarse. La
violencia interna, las enfermedades para las que no tenían
anticuerpos, la difusión de esas enfermedades por el hacinamiento,
los cambios alimentarios, los cambios de oficios, los problemas de
higiene originados en el cambio abrupto de la forma de vida, además
de la violencia y el saqueo externos, todo se complotó contra la
vida y fueron desintegrados y exterminados.
La
presión del destierro es un mal que actúa en sinergia con otro mal
que es el hacinamiento. El destierro destruye conocimientos, modifica
hábitos, erosiona las familias. El cambio hace que una red de
saberes tejida por milenios se convierta en una manta inútil,
pesada. Los poderosos llaman barbarie a las costumbres del otro.
Dice
Borrero: “Una sociedad que admite que un esposo tenga más de una
esposa, como era el caso de los selk’nam, se supone que está bien
preparada para soportar un desequilibrio en la proporción de sexos
que sea desfavorable a los hombres adultos. Pero eso es válido bajo
condiciones normales, y no en el ámbito de las misiones, donde la
actitud hacia el matrimonio con más de una esposa era de franca
desaprobación”.
Unos
hombres morían enfermos, otros eran cazados por empresarios y
militares, los menos quedaban acompañando a las mujeres, pero
llegaban los sacerdotes y pastores para recomendarles monogamia.
Combo perfecto. La epidemia tenía nombre, se llamaba Occidente.
Gauchadas
Nuestros
pueblos antiguos no aceptan rituales en zonas urbanas, porque no ven
allí un verdadero lugar. María Ester Grebe recuerda que los
mapuches no ven con buenos ojos las ceremonias de las machi, de
recuperación de la armonía con el kultrún, en zonas urbanas.62
Drucaroff
señala la ilusión de independencia del entorno que generan las
perillas y llaves de distintos servicios, de modo que perdemos la
conexión con las fuentes de la energía.63
Una
distancia similar afecta, dice, la alimentación. “La búsqueda del
sustento, su preparación y el propio acto de alimentarse han sido
también, históricamente, momentos de encuentro y de conexión con
el medio. En las grandes ciudades, el culto a la velocidad ha
reducido estos actos a su mínima expresión. No sabemos qué
comemos, de dónde procede, cómo fue producido o cómo ha sido
preparado. Muchas veces cocinar se reduce a abrir una caja y apretar
el botón del microondas”.64
Nada
más alejado de la soberanía alimentaria, pero debemos detenernos en
esa frase de Drucaroff sobre el momento de encuentro y conexión que
ofrece la comida. En una línea similar, Javier Lajo Lazo comenta que
el individualismo mina las comunidades, como resultado de una
modernidad invasora. “La comunidad fragmentada atacada por todos
los frentes, es la consecuencia de la necesidad económica, de la
educación colonialista”.65
Entonces
encuentra un ejemplo en la confección de tamales en una zona del
Perú, a un costo de producción que excede el precio de venta. Para
el capitalismo no tiene sentido, porque es inviable, pero en esas
comunidades hay otros paradigmas que llevan a una conciencia de
comunidad integrada “haciendo bien sus tamales”.
En
nuestra región encontramos casos similares como la gauchada, y otros
expuestos por el ingeniero Claudio Demo y estudiosos similares de la
agricultura orgánica y la chacra familiar mixta, donde las personas
no se comportan como se espera en una economía capitalista. “Son
irracionales desde el punto de vista de la economía clásica. No
buscan ganar dinero a cualquier costa… Siempre hay elementos de
relacionamiento que no tienen que ver con beneficios económicos”.66
“El
campesino le asigna un valor importante al paisaje; la naturaleza no
es un recurso: es su casa. Una vecina comentaba cómo se asfixiaba en
un lugar desmontado”, recordaba Demo en una conferencia dictada en
Paraná, y contra la propaganda aseguraba que amigos suyos de la
agronomía
demostraron que una huerta familiar multiplica varias veces el
volumen de producción del sojero.
El
profesional insistía en que muchos campesinos tienen una noción
distinta de la propiedad, de manera que un espacio no vale por su
cotización en el mercado sino como hogar. Respecto de costumbres no
capitalistas, apuntaba que incluso llegan a desbaratar el concepto de
trabajo en actividades como la yerra, la carneada, las facturas
(carneadas), algunas cosechas, con modos que no encajan en el
mercado. “Son trabajos esforzados pero hay risas, chistes, alegría,
hay un contexto cultural que los criterios clásicos no pueden
comprender; allí el trabajo es una fiesta y te enojás si no te
invitan”.
La
agricultura familiar, sostenía Demo, es altamente eficaz por la
integración de actividades, contra esa tendencia a la
especialización moderna.
Se
complementa esta visión con la de otros estudiosos como Eduardo
Cerdá, por caso, o Jorge Rulli.67
No es difícil colocarla en el marco del ayllu milenario. (Vale decir
aquí que la vida comunitaria está lejos de la estatización de la
tierra y más lejos la privatización; en nada de eso cuaja el vivir
bien / buen convivir).
Con
ello subrayamos la viabilidad de modelos absolutamente distintos al
actual, algunos en las antípodas, defendidos desde diversas miradas.
Otra razón para contraponer al hacinamiento, tan naturalizado.
Racismo
El
estudioso Ramón Grosfoguel68
explica las diferentes marcas de racismo, como el tono de la piel por
caso, la religión, y sostiene que reducir el racismo a esos factores
clásicos es una forma de invisivilizarlo. Para Grosfoguel, podemos
descubrir diversas marcas en distintas regiones.
Nuestra
hipótesis apunta al hacinamiento como marca de racismo en el litoral
argentino.
El
hacinamiento coloca a las personas debajo de la línea de lo humano.
El hacinado ¿es un humano inferior? Aquí
el racismo está emparentado con la clase social, pero el
hacinamiento va más allá de un problema de clase: ha anulado en las
familias su propia condición. Les quitó la memoria, para que no
recuerden la relación humano/territorio. Para que no molesten.
El
racismo
que padece el “homo hacinado” de hoy le impide la armonía, le
impide la belleza, el dar, la solidaridad, la vida serena, la rueda
de mate en el silencio reparador y alumbrador; le impide el diálogo
con la Pachamama, le impide la comunidad y el trabajo comunitario del
ayllu; lo aleja de los alimentos, le impide mostrar un
desenvolvimiento con conocimientos y oficios ancestrales que sólo
pueden aplicarse en un lugar adecuado. Ese mismo desarraigo le
presenta sus conocimientos como inferiores, y el sistema le dará
“una mano” incluyéndolo en la lista de consumidores, para mover
no su vida sino la máquina del consumo.
Estamos
así ante un humano amputado. El “homo hacinado” está desarmado,
expuesto a todas las gripes,
desamparado. Le han hecho hilachas las mil fibras de la relación
comunitaria. Le cuesta verse en el paisaje porque el río, el pájaro,
la mariposa, los murmullos del monte se encuentran del otro lado del
muro. Y ni siquiera tiene ámbitos donde cobijarse en sus símbolos.
Estamos
ante una sociedad bajo diversos asechos. El primero de ellos: creer
que el ruido y el apuro dan un “lugar”, y creer que salirse del
monte es un “progreso”. La conciencia es la primera víctima.
Ese
neorracismo cultural destruye saberes y nos mete en un modelo que
uniforma, o excluye. Además, ataca al ambiente con la economía de
escala, y desintegra el paisaje porque le faltan trinos, savia,
olores, mariposas, humanos.
El
problema se presenta mejor en su contexto, cuando vemos vastas
superficies inhabitadas y pequeñas superficies atestadas de almas
arrinconadas. Ahora, si este es el estado de cosas en un territorio
extraordinariamente dotado para la vida con suelos, agua, clima
envidiables; si en verdad en este siglo hemos promovido un desvío
hacia la muerte, entonces corresponde frenar y revertir el proceso.
Desde
los gurises
Sumak
kawsay, yanantin, masintin, jopói (manos abiertas mutuamente),
ayllu, tekohá son conceptos que devuelven al humano a su ámbito y a
su vida en común.
La
ausencia de influencia recíproca entre sociedades urbana y campesina
puede comprenderse mejor desde los principios de complementariedad y
reciprocidad. La devastación de los pares opuestos complementarios,
uno por superpoblación, el otro por vaciamiento, es fuente de
desequilibrios.
Mientras
recuperamos la vida sana, y para aceitar esa recuperación necesaria,
¿no debemos abocarnos a una segunda libertad de vientres? Afrontar
el problema del hacinamiento ¿no es prioridad? ¿Y cómo
garantizaría la comunidad esa liberación, a través de espacios
comunitarios, para que todos los niños nazcan sin estigmas? ¿Cómo
ingresarían los gurises en ese aprendizaje a través de sus
familiares, vecinos, para que la comunidad misma se devuelva a la
tierra, a la Pachamama? ¿Qué requisitos deberán cumplirse en forma
paralela para recuperar la biodiversidad y asegurar esa necesaria
interacción del humano en la naturaleza?
Colonialidad
El
desgranamiento de la población rural y de los caseríos y la
concentración poblacional en pocas décadas nos llama a estudiar qué
lazos se rompen entre los humanos conminados a sobrevivir sin las
demás especies, sin la energía del paisaje; sin los puentes, y
fuera de sintonía con los ciclos de la naturaleza. Estudiar los
estigmas del hacinamiento para la relación social, el amor, el
trabajo.
Si
en la concepción del Abya yala la raíz del humano es en la
naturaleza, y el homo hacinado fue arrancado, entonces ¿no está
bajo la línea del humano? ¿Y no es eso el racismo, según la
definición de Grosfoguel?
El
proceso más agudo de la concentración ha dado como resultado la
macrocefalia que padece el país. En la comparación de la capital y
el conurbano con las estancias despobladas podemos estimar las
consecuencias y pronosticar lo que nos depara el futuro. Tanto a las
víctimas principales como a las secundarias, porque la alta
burguesía no está a salvo si ha debido encerrarse entre rejas,
perros de mandíbulas, alarmas, paredones y alambres de guetos, lo
cual sumerge también a los más acomodados en un tipo de
hacinamiento.
Ahora,
si todo eso es inquietante, y quizá no haya acuerdo sobre efectos
nocivos del hacinamiento, grados del daño, modos de salir; y
conscientes de que hemos llegado a un punto sin margen ya para la
indiferencia, ¿no operan aquí los derechos precautorios? ¿No
debiéramos evitar el desembarco de más humanos en el hacinamiento?
¿Y no será, entonces, una de las vías posibles la segunda libertad
de vientre que sostenemos?
Lo
interesante de quitar esta herencia a los niños es que de ese modo
se cumple un proceso gradual, porque la recuperación de la salud
comunitaria requiere de un tiempo para la conciencia, los saberes, la
reapertura de caminos clausurados.
Entre
Ríos podría ser un ámbito adecuado para revertir el proceso. Aquí
los seguidores de Artigas levantamos la bandera del Reglamento de
tierra, los urquicistas las aldeas de inmigrantes; los jordanistas
cuestionan el contrato Fragueiro (privatización de las rentas) y los
desplazamientos forzados; los radicales honran los repartos de
estancias en sus gobiernos, los peronistas los suyos, la Federación
Agraria difunde masivos encuentros sobre arraigo, los artistas y
demás pensadores señalan el problema, la Constitución aborda estos
asuntos, tanto la de 1933 como la de 2008; la Iglesia acaba de
dedicar un libro de casi 200 páginas a este flagelo en parte (la
Carta Encíclica Laudato Si’ de Francisco sobre el cuidado de la
casa común). Y las asambleas, y los sindicatos, y los medios, y las
universidades. Todos bastante de acuerdo, pero el resultado es una
provincia expulsora, con alto índice de desocupación, con grave
concentración de la propiedad y el uso de la tierra, con poblaciones
enfrentadas al paisaje, ciudades hacinadas y violentas, y un millón
de entrerrianos viviendo afuera del territorio. ¿Es que hemos
sucumbido a la colonialidad del gran capital y nos entretenemos en
ocultar nuestra derrota bajo un parloteo?
¿Es
el hacinamiento una manifestación de la colonialidad, entendida como
continuidad del colonialismo, la dependencia, la subordinación, por
otras vías? ¿No será la segunda libertad de vientres una rebelión
decolonial?
Ahora:
una vez en conciencia del flagelo y los posibles modos de superarlo,
las estrategias y tácticas serán distintas, según las zonas, los
rubros, las historias, respetando la creatividad y la soberanía
particular de los pueblos que decía José Artigas. Pero aquí
resulta obvio que el derecho al sumak kawsay con actitud comunitaria
no es compatible con la propiedad concentrada de la tierra y el
dinero que predomina hoy.
Si
sabemos que la aglomeración y los desplazamientos obligados son
formas (coloniales) de servidumbre y generan riesgos mortales, nos
queda revertir las causas, empezando por alejar a los recién nacidos
y niños de los peligros del hacinamiento. En otras palabras:
devolver la vida del humano al seno de la Pachamama.
Eso
pondrá a salvo a las generaciones futuras en la medida en que el
centro sea la biodiversidad y no el hombre, porque de
antropocentrismo está empedrado el camino a la muerte. Al mismo
tiempo dará a los padres, abuelos, vecinos, parientes y amigos de
hoy, a toda la comunidad, un alivio regenerador, un espacio para la
reconciliación con la Pachamama. No estaremos ya bajo presión,
entraremos en un cambio de aire.
¿No
es un camino prometedor, sanarnos desde los niños? ¿Y no es el
conocimiento el fuego de la emancipación?
El
capitalismo ha logrado, por ahora, copar las superficies para
negocios de pocos atacando la biodiversidad, empujando a las
personas, haciéndonos creer demasiados. Un engaño. Esa concepción
está en las antípodas de la tradición del Abya yala.
Los
caminos prácticos para erradicar dos flagelos, el destierro y el
hacinamiento, serán tantos como nuestra imaginación, auténticos
como nuestras tradiciones, tiernos y esperanzadores como la sonrisa
de las niñas y los niños capaces de mirar desde la cunita un
amanecer.
-0-0-0-
“No
más dividido, no, con el hermano, ni consigo mismo, ni con la
tierra, el hombre.
Juan
L. Ortiz.
-0-0-0-
GLOSARIO
Abya
yala:
nombre antiguo dado por los pueblos kuna de Panamá y Colombia al
continente llamado luego América. Tierra en plena madurez, tierra de
sangre vital. Nombre aceptado por muchas organizaciones y pueblos
para sustituir la voz América.
Ayllu:
milenaria forma de organización familiar extendida en el altiplano,
con vínculos sanguíneos, territoriales, sociales, laborales, de
producción y tradicionales.
Chachawarmi:
voz aymara, dualidad complementaria en la relación hombre-mujer.
Jopói:
voz guaraní, manos abiertas mutuamente, solidaridad, reciprocidad.
Kultrún:
instrumento musical de percusión y religioso entre los mapuche.
Küme
mongen:
voz mapuche, vivir bien, equilibrio de las fuerzas del mundo.
Machi:
persona consejera y médica entre los mapuche.
Masintin:
principio de solidaridad y correspondencia entre parecidos.
Suma
qamaña:
voz aymara, vivir bien, equilibrio.
Sumak
kawsay:
voz quechua, vivir bien, en armonía.
Tekó
porá:
voz guaraní, vivir bien y bello.
Tekohá:
voz guaraní, lugar donde se desarrolla la cultura del humano en
relación con la naturaleza.
Yanantin:
voz quechua, principio de oposición complementaria y de intercambios
recíprocos.
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La Pachamama y el humano. Colihue. Buenos Aires.
1
Pirincho. Guira guira.
2
Algarrobo. Prosopis nigra.
3
Garza blanca. Ardea alba.
4
Martínez Paiva (o Payva), Claudio (1954). Lluvia en los Cardos.
Tercera edición. Roggero y Cia, Buenos Aires. Poema: Al pie del
estribo.
5
Morin, Edgar. Pensador francés. Citas abundantes en la obra Por qué
verde, de Ariel Drucaroff.
7
Espátula rosada. Platalea ajaja
8
Morajú. Molothrus bonariensis.
9
Cardenal. Paroaria coronata.
10
Coscoroba. Coscoroba coscoroba.
11
Ñandubay. Prosopis affinis.
12
Chañar. Geoffroea decorticans.
13
Ceibo. Erythrina crista-galli.
14
Totora. Typha angustifolia.
16
Ibídem, p. 356
18
Barret, Rafael (2010). El dolor paraguayo y lo que son los yerbales.
CI Capital Intelectual. Buenos Aires, p. 89
19
Pérez Colman, César B. Entre Ríos 1810-1853 (1943). Museo de
Entre Ríos. Paraná, p. 65 y 66
22
Schvartzman,
Américo (2008). Peyret y Goliat. Obra
En tiempos de Urquiza. Revista de estudios e investigaciones
históricas nro.1, Palacio San José, Concepción del Uruguay.
24
Tuyango. Ciconia maguari.
25
Aguará popé. Procyon cancrivorus. Mano pelada.
26
Comadreja. Didelphis albiventris.
27
Ñangapirí o pitanga. Eugenia uniflora. Pitanga.
28
Casero. Furnarius rufus. Hornero.
29
Lander, Edgardo y otros (2011). La
colonialidad del saber. Clacso, Capítulo de Arturo Escobar,
El lugar de la naturaleza y la naturaleza del lugar, p. 149.
32
Huanacuni
Mamani, Fernando (2010). Vivir bien / Buen vivir. Instituto
Internacional de Integración. III CAB, p. 46
a 48
33
Horne, Bernardino: agrarista argentino. Ministro de Agricultura en
la presidencia de Arturo Frondizi. Autor de la obra Nuestro problema
agrario.
35
Román, Marcelino (1964). Comarca y Universo. Editorial Nueva
Impresora, Paraná, p. 86 y 87.
36
Carrasco, Andrés: médico argentino especializado en embriología
molecular. Referente principal en la argentina en los estudios de
efectos dañinos de sustancias químicas usadas en la agricultura,
sobre embriones. Lajmanovich, Rafael: catedrático de Paraná,
investigador independiente del Conicet, experto en anfibios,
Facultad de Bioquímica y Ciencias Biológicas - UNL.
38
Ibídem, p. 71
39
Ibídem, p. 106
40
Ibídem, p. 289
41
Ibídem, p. 72
42
Vilar, Juan Antonio (2014). Revolución y
lucha por la organización. Eduner, Paraná/Santa Fe, p. 98
43
Ibídem, p. 99
44
Ibídem, p. 100
45
Fiorotto, D. Terratenientes con pelos y señales.
www.juntaamericana.com.ar
46
Curruhuinca Roux, Curapil (1993). Las matanzas del Neuquen. Plus
Ultra. Buenos Aires, p. 207.
49
Ibídem, p. 106 y 107
50
Diario UNO. El monte degradado tiene futuro. Edición 23 octubre
2005.
51
Felquer, José Francisco (1962). Geografía de Entre Ríos. Nueva
Impresora. Paraná.
52
Jauretche, Arturo (2015). Manual de Zonceras argentinas. Corregidor,
Buenos Aires, p. 22
55
Sousa Santos, Boaventura de (2010). Para
descolonizar Occidente. Más allá del pensamiento abismal.
Prometeo, Clacso, p. 39
56
Ibídem, p. 109
57
Calderón Correa, Fortunato: periodista argentino de Paraná, autor
de la obra Luz, estudioso de los saberes tradicionales en los
distintos continentes, crítico de la modernidad y el europeísmo.
58
Agencia AIM. Columna periodística. Junio 2015.
60
Ibídem, p. 240.
63
Drucaroff, ob. cit., p. 241.
64
Drucaroff, ob. cit., p. 242
65
Lajo, ob. cit., p. 43
66
Demo, Claudio: ingeniero agrónomo argentino, dedicado al estudio de
la agricultura familiar y economía solidaria.
67
Rulli, Jorge: pensador argentino, ecologista, referente principal
del Grupo de Reflexión Rural GRR. Cerdá, Eduardo: ingeniero
agrónomo argentino, conferencista, promotor de la agricultura
sustentable.
68
Grosfoguel, Ramón. Sociólogo de Puerto Rico, puntal de la
corriente de pensamiento decolonial.
Sobre
el autor
Daniel
Tirso Fiorotto es periodista, Licenciado en Ciencias de la
Información, columnista de diario Uno. Ha sido redactor en diversos
medios masivos, autor y coautor de ensayos, guiones y otras obras
literarias. Es miembro del centro de estudios Junta Abya yala por los
Pueblos Libres (JAPL), el Sindicato Entrerriano de Trabajadores de
Prensa y Comunicación (Setpyc), y de diversas asambleas ecologistas.
Contactos:
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