El
autor muestra la necesaria complementación entre
las luchas contra la desnutrición, y aquellas por un ambiente amplio
y una comunidad, para que los niños crezcan en relación con la
naturaleza, a salvo del hacinamiento y sus enfermedades y del
individualismo. Por la salud y la libertad.
Al
Gran Bonete se le ha perdido un pajarillo y lo busca en la rueda de
gurises que se hacen los distraídos: nadie lo tiene. Estamos
perdiendo la biodiversidad, y cada cual se agota en acusar al vecino.
¿Yo señor? ¡No señor!
Esta
entrega pretende ser un alegato por la nutrición integral, con
alimentos sanos y en un paisaje.
Aquella
libertad de vientres que generó expectativas en los esclavizados nos
inspira, dos siglos después, una segunda libertad de vientres para
devolver la vida a los hacinados.
No
estamos solos. Son muchas personas y no pocas instituciones las que
colaboran en la conciencia. La prédica para curarnos de la
desnutrición es fundamental, y se complementa a la perfección con
la necesaria libertad de vientres con la esperanza de que nuestros
niños recuperen el ritmo de la naturaleza.
El
amontonamiento es una desnutrición que achica el corazón.
La
comunidad es nuestro ámbito, la comunidad con los humanos y las
demás especies, además del suelo, la arena, la piedra, con el sol
en el centro. El barrio hacinado no es sinónimo de comunidad, es
sinónimo de sobra, cuando al lado hay diez mil hectáreas vacías de
humanos y vacías de árboles, abiertas al saqueo.
Mundo
en guerra
En
materia ambiental vamos llenos de soberbia hacia la autodestrucción.
El mundo ya no da abasto con los requerimientos de la humanidad
capital/consumista, y sin embargo las noticias dan cuenta de
amenazas, ultimátum, bombas atómicas de alcance insospechado, todo
eso cuando nos debemos serenidad, diálogo, sólo posibles en la
medida en que bajemos el copete.
Bajar
el copete ante nuestros hermanos de especie y ante la naturaleza,
allanarnos a los ritmos del paisaje, volver a enamorarnos de un
amanecer. De eso se trata, pero nuestro empecinamiento va por los
bombarderos y los portaviones. Esa es la noticia del día.
Trump,
Putin, Xi Jinping, May, Merkel y varios por el estilo son apenas
manifestaciones de la soberbia humana atropelladora, siempre
amenazadora, colonialista, la humanidad que saquea su propia vecindad
y está poniendo al planeta al borde del colapso.
Los
países periféricos suelen esperar que las soluciones provengan de
la fuente de los problemas, y así nadie toma el toro por las astas.
Lavarse
las manos
Concentrados
como estamos en los acuciantes problemas del día, nuestras
instituciones, las nuestras, tienen cerrados los caminos a las
fuentes. Como resultado, vamos tapando agujeros siempre renovados,
atacando los efectos y ni eso.
Preocupados
más por las emergentes que por sus orígenes, nos encontramos en
retirada y a la defensiva, o levantando el índice y acusando a los
demás.
Como
en el juego del Gran Bonete, muchos tenemos de alguna manera el
pajarillo pero nos negamos a confesarlo. Señalamos siempre al otro.
Cuando la mala suerte o un error nos delaten, entonces pagaremos una
prenda o trataremos de zafar como se pueda.
La
humanidad se empecina en empujarnos a la destrucción de la vida y
son escasas e insuficientes las instituciones que toman conciencia,
cuando de esa conciencia podrían derivar necesarias decisiones
prácticas (acciones o no acciones) para revertir el proceso.
Los
países periféricos como la Argentina suelen descansarse en lo que
hagan los más poderosos (en términos de economía capitalista); y
las regiones dependientes dentro de nuestros países (como Entre
Ríos) se descansan por su lado en lo que hagan las metrópolis y los
gobiernos centrales. Así, como los principales responsables del
cataclismo no responden, no hay respuesta. Y en parte se debe a un
complejo de inferioridad que nos atormenta y nos maniata.
No
vemos que la debacle ya está entre nosotros, sea con la dependencia
de tantos, la reducción a servir o a mendigar, sea con el encierro
en barrios desprovistos de espacio, de sol.
Resistencia
Los
pueblos del litoral tenemos condiciones para echarnos a la espalda el
problema y brindar respuestas muy nuestras. No se basarían en
experimentos de laboratorio sino en la recuperación de saberes
siempre vigentes. Nuestras tradiciones dicen armonía del humano en
la naturaleza, complementación, diálogo sereno, resistencia a la
invasión, comunidad, reciprocidad de bienes y palabras, intercambio
auténtico, inclinación ante la Pachamama. En cada lugar y en cada
época con sus condimentos, claro está.
¿Por
qué estamos en condiciones, en el litoral?
Es
que la resistencia a la invasión occidental genocida, esa
resistencia practicada durante trescientos años, nunca desapareció
por completo y por eso podemos regar hoy aquellas raíces para que
broten hojitas tiernas. Occidente se instaló en las instituciones y
el Abya yala (América) quedó en las grietas, como en un desensillar
hasta que aclare.
Hoy
Occidente hace agua porque ya está claro que el individualismo, el
antropocentrismo, el capitalismo, el cientificismo, la acumulación,
el consumismo, que son sus fuertes, nos han puesto al borde de otro
ismo: el abismo. Entonces emergen aquellos saberes ocultados,
sepultados, pisoteados, y nos alumbran desde la selva, el altiplano,
las orillas, la Patagonia, sea en comunidades que no murieron, sea en
símbolos que guardan su verdadera esencia para los momentos
propicios, como la banda roja de nuestra bandera federal, o el sol de
la bandera nacional.
Cuando
hablamos de resistencia decimos charrúas, artiguismo, o decimos
comunidad, ayllu, tekoá. El litoral se ha guardado algunas
prevenciones con el centralismo y el gran capital, y por algún lado
se abre a la cuenca, a la relación indisoluble de nuestros pueblos a
través de la red de ríos y arroyos convertidos artificiosamente en
fronteras cuando son fuentes de unidad y encuentro.
Lavado
de cabeza
Muchas
veces se vio, desde adentro y desde afuera, a la región como
encabezando una probable sublevación. Hay en el litoral una
irreverencia muy natural. En tiempos del ataque a Paysandú, del
asesinato de Peñaloza, de la guerra al Paraguay, fue notable la
resistencia del pueblo, la resistencia activa, y estamos hablando de
una historia muy reciente. La traición de la clase rica dirigente no
opaca esa verdad.
Un
proceso de lavado de cabezas ha pretendido distorsionar nuestra
conciencia, nuestro arraigo, nuestra mirada amplia, regional. Pero
los resultados son dispares.
El
destierro de tantos, sea en migraciones internas para amontonarlos en
las grandes ciudades o hacia provincias poderosas, permitió que el
gran capital tomara nuestro territorio como zona de sacrificio donde
el humano molesta, y molestan también los montes, los humedales.
Hemos
mezquinado a los gurises los alimentos del cerebro y del corazón.
Sin
embargo, en esa calamidad podríamos encontrar grietas para revertir
el proceso, inspirados en nuestros suelos vertisoles, invertidos,
revueltos, revolcados, que sugieren desde la naturaleza misma un
jubileo.
Lo
que está arriba pasa abajo y viceversa. Un jubileo, claro: otra
oportunidad.
Estamos
en condiciones, también, de ofrecer una respuesta porque el litoral
sufre como muy pocos lugares del mundo una sangría permanente de los
propios hijos de la tierra. Humanos, animales, árboles. Es una
región expulsora, país de taperas, pueblos fantasmas, erosión del
suelo, desertización. Ese flagelo ha sido denunciado por décadas y
en algún momento le daremos respuesta.
Parasitismo
Por
ahora, la propaganda del sistema (difundida por los medios más
diversos) anestesia las conciencias como ocurre con ciertos parásitos
que impiden que el hospedante ejerza sus facultades para la
inmunidad.
Así,
cada familia de desocupados que emigra del territorio litoral baja
los índices de desocupación. Un engaño. Y le sirve al gran
capital, porque el gran capital necesita el territorio libre de
molestias, libre de humanos, para usar el suelo y el subsuelo a
escala y con sus maquinotas, sin obstáculos.
Algunos
planes llamados “sociales” sirven del mismo modo al gran capital,
le hacen pagar a todo el pueblo pobre (incluso con impuestos a los
alimentos o recortes en las jubilaciones) los subsidios a esa gran
masa de excluidos, para que se queden en los barrios y no molesten
los negocios del gran capital. Con algunos mendrugos, las familias
prefieren el hacinamiento, sumidas en un caldo de enfermedades bien
ocultadas por el sistema, antes que disputar lo que les pertenece: un
lugar donde trabajar, cultivar sus alimentos, compartir, interactuar
con la naturaleza.
Antes
debieron ser extirpadas, convenientemente, de la conciencia referida
a la simbiosis del humano en la naturaleza.
El
mundo declina, el calentamiento derretirá masas de agua congeladas y
aumentará la altura de los mares; de una u otra forma nuestro
territorio será nuevamente zona de sacrificio porque tiene vastos
espacios muy cercanos hoy al nivel del mar. ¿Esperaremos soluciones
desde los mismos responsables de esta debacle?
Naturalizar
el régimen
El
sistema ha logrado encarnarse en muchos, convencidos de que este
sistema es el único posible. Esa es la mayor victoria del sistema.
Nos
encadenamos a un mundo productivista, consumista, depredador,
concentrado, desarraigado, que desoye todas las luces de alerta. Las
instituciones corporativas no son permeables a los cambios
necesarios, pero incluso organizaciones del pueblo como lo sindicatos
están apegados al sistema y sus dirigentes se han convertido (en
general) en tremendos reaccionarios, cuando no demagogos,
cortoplacistas, exitistas, enredados en disputas menores.
Escuchamos
a diario a sectores llamados “progresistas”, inclusive, con
discursos keynesianos que fueron superados hace décadas pero suenan
bien al oído de los desprevenidos. Cuando el planeta ya dio muchos
mensajes de alerta porque este sistema se fagocita el planeta, así
de sencillo.
Claro,
mientras no queremos ver el témpano, el Titanic sigue navegando y la
fiesta parece interminable.
Pero
existen (existimos) los que esperan poco y nada del imperialismo,
venga de donde venga; los que no dan la vida para experimentos del
gran capital; los que poco esperan de los gobernantes socios del gran
capital, gobernantes que se auto adjudicaron el derecho de
representarnos y decidieron que el pueblo “no delibera ni
gobierna”. Existen (existimos) los que no creen en la bajada de
línea desde el imperio y tampoco en la bajada de línea desde las
metrópolis socias del gran capital; los no se sientan encima de la
naturaleza, ni frente al paisaje, sino que se saben miembros de la
naturaleza, dentro del paisaje. Los que están advertidos sobre los
vicios y peligros del industrialismo y el consumo irresponsable de
energías no renovables y la contaminación del agua y el aire.
Bien,
mientras vamos regando esos brotes de conciencia, nos encontramos
viviendo en esta zona de sacrificio, de donde fueron desterrados
tantos hermanos. Tomar conciencia del estado de cosas, del estado de
colonialidad en que nos desenvolvemos, y del privilegio de vivir en
estas bellas zonas todavía, esa conciencia ya es un paso adelante.
Vemos
que a pesar de la erosión del suelo disparada por la acción humana,
a pesar del desmonte agresivo, el gran capital no logró matar todo
aún. Estamos a tiempo.
Entonces,
antes de que el gran capital cope todos nuestros ríos y arroyos,
antes de que destruya por completo nuestros montes, pastizales,
humedales, antes de que nos prive de todo como ya nos privó del
paisaje, del trabajo, de la deliberación y el gobierno, antes de ser
arrastrados por un sistema que no perdona la vida, podemos iniciar el
camino que nos permitirá revertir el proceso. ¿Cómo?
Semillas
patentadas
Si
tomamos conciencia, con lo que dicen y repiten desde hace siglos
nuestros pueblos antiguos y vigentes, que el humano no puede
desplegar sus aptitudes sino es en la malla de la vida, en relación
de reciprocidad con el entorno, en diálogo con las aves, los
árboles, el río, las diversas manifestaciones de la vida, y
reconociendo en una barranca, una piedra, una lomada, una mariposa a
un compañero, un hermano, una manifestación de una unidad superior,
entonces miraremos con otros ojos el estado de cosas.
¿Despliega
una comunidad sus aptitudes en un barrio de hacinados, donde la
aurora y el ocaso son ignorados, donde los niños no saben lo que es
el lucero del alba ni distinguen los gorjeos y confunden un eucalipto
con un algarrobo? ¿Hay libertad en una familia que no tiene un lugar
para las gallinas, para plantar unos zapallos, para conocer las
cuatrocientas variedades del maíz, y en cambio viven dependientes de
una semilla patentada por una multinacional?
Los
entrerrianos, y más, las mujeres y los hombres del litoral, podemos
y debemos salvarnos del hacinamiento. Cuidar la naturaleza y en la
naturaleza, el humano.
Si
no tenemos las armas para revertir el proceso de una, podemos
imaginar, sí (mientras organizamos otras cosas paralelas) la
protección de las orillas a través de una red de reservas que
abarque las cuencas de los ríos y humedales para asegurar a los
animales una continuidad, y al mismo tiempo imaginar a nuestros niños
liberados de las rejas impuestas por el sistema que los amontona como
sobras.
No
hay una sino muchísimas formas de asegurar una libertad de vientres,
para que los niños no sean condenados por el sistema que oprime a
sus padres y abuelos. En esa liberación va también la liberación
de padres y abuelos porque verán una luz para los niños y eso
alimentará sus expectativas, sus ganas, sus sueños.
La
liberación de la niñez es un tema que genera intercambios en
ámbitos vinculados a derechos humanos, pueblos originarios,
asambleas ambientales, universidades, pero no mueve el amperímetro
en partidos y sindicatos patronales y obreros ligados al sistema, y
por eso reaccionarios.
Contra
la desnutrición
La
cooperadora de la nutrición infantil llamada Conin resulta por demás
atractiva en el plano concreto para asegurar un niño con todas sus
potencialidades, es decir, para no arruinarlo desde el pimpollo. Se
ha desarrollado en Chile como en la Argentina.
Tienen
razón sus impulsores. De ellos aprendimos que el niño necesita en
partes iguales una buena alimentación y un buen entorno. Mimos,
dicen, y nosotros nos permitimos agregar: paisaje. Mimos del monte,
las flores, las mariposas, el silencio, la armonía, la comunidad.
Ese
plan es complementario de la necesaria libertad de vientres que
sostenemos, la relación del niño con su entorno, los árboles, los
alimentos sanos, los mensajes de la Pachamama. Entonces: un niño
completo en libertad.
Nutrición
infantil y libertad de vientres van de la mano. Niño sano en
ambiente sano. Cerebro completo en un paisaje, sin muros, sin esas
pesadas mochilas del hacinamiento.
La
desnutrición priva al niño del cerebro, el hacinamiento lo priva de
su condición humana tejida con fibras de la naturaleza.
Una
vida plena requiere de un desarrollo orgánico y del sol, con todo lo
que eso significa: aire puro, horizonte sin obstáculos, cielo
estrellado. El apuro y el ruido y la violencia y otros atropellos
también arruinan. “Volver al tiempo del sin apuro”, añora la
conocida chamarrita.
El
niño en su lugar, con espacio adecuado, con sus murmullos, sus
silencios, sus trinos, el niño en relación natural con el resto de
sus compañeros de viaje asumirá naturalmente los vínculos, los
juegos de la vida, el respeto al otro porque se verá a sí mismo en
el otro, se sabrá en una urdimbre con el río, la piedra, las
hierbas.
Para
el individuo, un cerebro, para la persona, un entorno, otro que lo
complemente: humano, árbol, mariposa.
Nuestros
pueblos dicen que la persona se adquiere en la relación con el otro,
en el encuentro. Chachawarmi, pronuncian. Es un encuentro fundador.
Nuestros
pueblos afirman que, si no es con el árbol, el suelo, si no es con
el amanecer, el humano no desplegará sus alas. Si no es pidiendo
permiso al río, al monte, se calzará una corona y dirá esto es mío
y querrá ganar. No ya compartir sino ganar. Si hay que saquear,
saquear. Si hay que bombardear, bombardear.
Roberto
Santoro
En
junio se cumplirán 40 años de la desaparición de Roberto Santoro
que escribió un poema inspirado en el Gran Bonete. “A mi país se
le han perdido muchos habitantes/ Y dicen que algún cuerpo de
ejército los tiene/ ¿Yo señor?/ Sí señor/ No señor/ ¿Pues
entonces quien los tiene?”
Con
su permiso, diremos que a nuestro país se le van perdiendo
habitantes, árboles, suelo fértil, pájaros, niños, vida en fin, y
dicen que el sistema los tiene. ¿Yo señor?
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Publicado en UNO
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Zona
de sacrificio donde el humano molesta, y molestan los montes.
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De
alguna forma nuestro territorio será nuevamente zona de sacrificio.
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Lectura para el análisis crítico y el debate militante:
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