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Junta Abyayala por los Pueblos Libres –JAPL-
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Programa Por
Una Nueva Economía, Humana y Sustentable de la Facultad de Ciencias de la
Educación de la UNER
·
Colectivo
Trabajadores Por la Ventana
·
Grupo de Reflexión Ambiental
Mingaché
El estudio se realizó en homenaje a la familia de
campesinos Gill Gallego, desaparecida hace 17 años.
Estudio dedicado a María Ofelia Gill,
Osvaldo José Gill,
Sofía Margarita Gill,
Carlos Daniel Gill,
Noma Margarita Gallego
y Rubén José Mencho Gill,
a 17 años de su
desaparición.
Alejarse de la tierra y relegar
saberes alimentarios, un proceso
de corrupción que puede revertirse
Un relevamiento
entre personas de treinta ciudades y zonas rurales de nuestra provincia registródificultades
que padecen las comunidades entrerrianas para acceder a un espacio que les
permita la producción propia de alimentos, y reveló una extrema dependencia de
alimentos con origen en un circuito ajeno a la vecindad. La “Encuesta del vivir
bien”, realizada durante 2018 por cuatro organizaciones sociales, logró testimonios
auténticos del distanciamiento paulatino de las familias con las fuentes de sus
despensas, y con los saberes regionales, pero a su vez mostró una cierta avidez
de mujeres y varones, mayoría jóvenes, por conocer oficios campesinos y por vivir
más tranquilos.
El estudio
realizado en ciudades como Paraná, Concordia o Gualeguaychú y localidades más
pequeñas como El Quebracho, Avigdor, Villa Urquiza o Larroque, constató una
ampliación de la brecha entre la mesa de las familias y la huerta, el
gallinero, el corral, el monte o el río; y desnudó una descomposición de los conocimientos
populares en esa materia, a raíz del abrupto éxodo rural y del proceso de
urbanización con tendencia al amontonamiento.
El documento que
transcribe las respuestas contiene expresiones impactantes sobre la corrupción
de las prácticas comunitarias y los saberes heredados, sea por el abandono de
la vida campesina o por el hacinamiento en los barrios, ambos resultados de un
sistema que no da respuestas al ser humano ni al resto de la biodiversidad, si
se considera que los mismos testigos denuncian problemas gravísimos de contaminación
ambiental.
Pese a todo, la
experiencia puso al descubierto una poco explorada sintonía entre los
entrerrianos de distintas latitudes con la vida campesina. Al correr de las
charlas realizadas en distintos ámbitos, los entrevistados mostraron un interés
creciente (durante el breve encuentro), en las actividades de la granja familiar
y la economía sostenible que, hasta allí, a muchos no se les mostraba como alternativa.
En algunas aulas, por caso, las chicas y los muchachos dieron señales de
entusiasmo por un camino que no estaba en sus planes. Esa
actitud podría alimentar proyectos integrales ambiciosos, en los sectores
ocupados de modo práctico en el futuro socioeconómico de la provincia.
Más allá de las
respuestas registradas, uno de los hallazgos que marcan los encuestadores es,
precisamente, el ánimo en alto de los entrevistados (que a veces no se expresa
en palabras) para encarar la relación del ser humano con la Pachamama (madre
tierra en equilibrio); la buena disposición para los intercambios en torno de
la biodiversidad, la armonía y los alimentos frescos, el vivir bien y buen
convivir. Incluso aquellos que no ven posible hoy el trabajo o la vida
comunitaria, por los roces en el barrio, dejan entrever que les agradaría pero
la situación no lo permite por ahora.
Las dificultades
para tener una chacra, la soledad en el campo por el cierre masivo de plantas que
generan arraigo (como el tambo), los obstáculos para la comercialización de los
productos y la ausencia de servicios elementales (caminos, por caso), fueron
algunos de los puntos más comentados entre los encuestados en zonas rurales. En
los barrios urbanos sobresalieron los problemas vinculados al hacinamiento, la
violencia y las drogas.
“Los chicos del barrio (Pancho Ramírez de Paraná) no prevén el
futuro, viven el presente. Son albañiles, trapitos o están ‘en la fácil’. Pero
tomarían una alternativa si se la ofrecieran, salvo los que ya ‘tomaron
otro camino’”. Eso dijo un encuestado. Con “la fácil” y “otro camino” se refería
al robo y al último eslabón del narcotráfico.
Hubo ejemplos muy
precisos en torno del quiebre de un tipo de vida vinculado a la huerta y las aves,
en nuestro territorio, para pasar a una casa pequeña o un departamento, de modo
que entre abuelos y nietos se esfumaron conocimientos, modos, técnicas, o peor
aún: se lesionó la familiaridad con la
tierra. Pero resulta muy ilustrativo observar diversas experiencias, en el
mismo territorio, algunas como alerta, otras para la esperanza.
En memoria de los Gill Gallego
El relevamiento de
tipo cualitativo fue encarado durante seis meses de 2018 por cuatro
organizaciones sociales; laJunta Abyayala por los Pueblos Libres, el Programa Por Una Nueva
Economía, Humana y Sustentable de la Facultad de Ciencias de la Educación de la
UNER, el
Colectivo Trabajadores Por la Ventana, y el Grupo de Reflexión Ambiental Mingaché, en este caso con un exhaustivo
estudio en Larroque bajo el lema “Mingaché escucha”.
Las entidades difundieron
una síntesis de las conclusiones bajo esta dedicatoria: “Estudio
dedicado a María Ofelia Gill,Osvaldo José Gill, Sofía
Margarita Gill, Carlos Daniel Gill,Noma Margarita Gallego y Rubén José Mencho Gill, a 17 años de su desaparición”.
La decisión de escuchar, entre docentes,
periodistas, historiadores, cooperativistas, dirigentes sociales, cerró un primer
capítulo que consistió en 27 encuestas grupales, en las que fueron
entrevistadas más de 250 personas que conocen una treintena de comunidades
grandes y pequeñas, en algunos casos tomando diferentes barrios. En el listado
de localidades mencionadas por los entrevistados figuran Alcaraz, Antonio Tomás, Avigdor, Basavilbaso,
Brugo, Cerrito, Colonia
Avellaneda, Colonia Crespo, Colonia
Rivadavia, Colonia San Martín, Concordia, Diamante, El Pingo, El Potrero, El Quebracho,
Gualeguaychú,
Hasenkamp, Hernandarias,
Ibicuy, La Balsa, La Piragua, Larroque,
Las Tunas, Maciá, María Grande Segundo, María
Grande, Mojones Sur, Nogoyá,
Paraná, Rincón del Doll, Santa Elena,
Tabossi, Viale, Villa Celina,
Villa Urquiza, Villaguay.
La Encuesta del vivir
bien y bello y el buen convivir fue lanzada el pasado 22 de abril enhomenaje al Día internacional de la Madre Tierra, cuando recibieron los
reconocimientos “Conciencia Abyayala”, en Paraná, Nora Cortiñas, Damián
Verzeñassi y Rafael Lajmanovich, por su contribución a la protección el
ambiente y la conciencia ecológica.
Allí los organizadores de la encuesta
explicaron que se proponían “conocer las expectativas en zonas urbanas y
rurales en torno de la vida en armonía con la naturaleza y la producción de
alimentos sanos y en cercanía, indagar en las posibilidades de promover chacras
biológicas comunitarias, y tomar conciencia de la distancia actual entre el ser
humano, la naturaleza y el cultivo de los alimentos, y de los efectos
degradantes de ese distanciamiento en las personas y en todas las especies”.
La persistencia del proceso de
éxodo rural y hacinamiento urbano generó la idea de escuchar a la vecindad, por
ser Entre Ríos la provincia con menor crecimiento demográfico del país en las
últimas ocho décadas, fenómeno atribuido a la expulsión de habitantes
principalmente.
Los comentarios de los
encuestados están concentrados en un documento de casi 80 páginas.
Tierra para pocos
La encuesta se
dirigió a estudiantes, docentes, amas de casa, individuos, grupos, familias,
que dieron testimonios a veces sorprendentes sobre expectativas, modos de
organización y esfuerzos sin estímulos, con diferencias marcadas entre unos y
otros, y con un punto de intersección: la pobreza entre campesinos y la pobreza
en las familias de barrios urbanos.
Aquí, algunos
puntos sobresalientes de las respuestas, bajo la letray la interpretación de
los propios encuestadores.
1-Lejos de la tierra y los alimentos: la mayoría de las personas encuestadas no
tiene acceso a la tierra, y consume alimentos que no son producidos por ellas o
sus familias. En las ciudades más pobladas, algunos grupos reconocieron que compran
todos sus alimentos, es decir, no producen nada de nada, y la mayor parte de
ellos les llegan desde afuera de su zona, aunque allí abunden los suelos
feraces y el agua.Comprobamos la existencia de barrios muy humildes en los que
no hay huertas ni gallinas, es decir: ningún alimento de casa y muy pocos de
cercanías. En los barrios, la pérdida de vínculos con la producción es tal que
no se escuchan planteos importantes o masivos sobre el acceso a la tierra para cultivar
algo, como sí se comenta la necesidad de terrenos donde vivir. No pocos
contaron que la familia construye en el mismo predio de padres y abuelos, y se
priva así de espacios verdes donde cultivar algo.Los entrevistados encuentran
costosos los loteos urbanos, casi inaccesibles para muchos; los más vinculados
al campo saben que hay espacios alejados más baratos, perosin servicios
(caminos, agua, electricidad). Suponen que el espacio necesario para la
producción es reducido (una a cuatro hectáreas), y entienden que la viabilidad
depende de servicios y cierta reorganización del comercio. Algunos presumen
que, aunque produzcan, nadie les comprará, porque esa ha sido su experiencia,
dado que los circuitos comerciales establecidos no los contemplan. Las respuestas
nos llevan a reflexionar en torno del sistema que permite la compra de parcelas
con fines de especulación inmobiliaria en zonas cercanas a las viviendas
actuales; y a la progresiva concentración de la propiedad y el uso de la
tierra, con una economía de escala que se sostiene en distintas gestiones de
gobierno. Pero más aún: la naturalización de la distancia de las familias con
la producción de sus alimentos, cuando la casi totalidad de sus ingresos se
destina precisamente al plato.
2-Escuelas agrotécnicas: en los entrevistados de localidades vinculadas a la actividad
rural o escuelas agrotécnicas se nota una dinámica en torno de diversos rubros
de la producción. La diferencia es notable si se compara con barrios de
ciudades grandes. Eso lleva a pensar en la posibilidad de consensuar cambios en
la producción de alimentos desde los sectores más cercanos a esa actividad, y
que en simultáneo ellos transfieran esos conocimientos y colaboren con aquellos
menos relacionados, es decir, se promueva un círculo virtuoso. Hay reservas de
conocimientos sobre alimentos, y se nota muy especialmente en escuelas
agrotécnicas y pueblos pequeños, y eso permite pensar en darles mayor impulso y
tender puentes, para aventar las “soluciones” centralizadas que suelen
menospreciar los modos locales, zonales. Así, cada zona podría contar con su
propio color.
3-Perros:
comprobamos el espacio harto escaso para las familias en las zonas urbanas, y
la ocupación de esos espacios mezquinos con perros principalmente. Los perros
fueron mencionados por distintas razones en una decena de oportunidades. Los
entrevistados aceptan que ocupan mucho del poco espacio que tienen, de manera
que ni los perros ni las personas logran un estado de comodidad. A veces viven
en las calles con los consiguientes riesgos para los vecinos, y otras veces
molestan a los humanos por los ataques a los animales de corral. El
amontonamiento de las familias, con escasa planificación, hace que las mascotas
desplacen actividades vinculadas con los alimentos sanos y cercanos. No vemos
que mascotas, huertas, gallineros seanexcluyentes, si se aborda la problemática
desde el equilibrio. Tomamos como ejemplo este tema, porque muestra que pequeñas
variaciones en las costumbres, a partir de la conciencia sobre los alimentos sanos,
pueden abrir espacios impensados, incluso en parques públicos.
4-Fuentes de trabajo: en las zonas más vinculadas al campo los encuestados
son conscientes de la clausura abrupta de fuentes de trabajo y arraigo como los
tambos, en pocas décadas. Son testigos del cierre de chacras, como una de las
razones del desarraigo y el destierro durante mediados y fines del siglo 20 y
principios del siglo 21. Testimonio en Villa Urquiza: “hace veinte
años la EscuelaAgrotécnica logró reunir sesenta tambos pequeños y medianos,
para buscar precio en fábricas que pagaban mejor por cantidad. De esos 60 tambos
hoy queda sólo uno: el de la Escuela. El panorama en ese rubro es desolador, en
la economía familiar”.
5-Distancia:
la distancia creciente entre la vida rural y urbana se nota en el
desconocimiento de muchos sobre las experiencias del otro, y las burlas
generadas por oficios que se practican muy cerca pero, a algunos entrevistados,
les parecen de otro planeta. Aun así, cuando se formó un clima durante la encuesta
en torno de la problemática de los alimentos y el trabajo,se recibieron comentarios
que demostraban interés en el asunto. Eso dejó la impresión de que los temas
están lejos porque de ellos no se habla o se habla muy poco, pero eso no
equivale aindolencia o apatía. Notamos un cambio a medida que nos introducíamos
en el meollo de la temática. En principio, en zonas urbanas, los entrevistados
se mostraban distantes, como que eso no era lo suyo. Pero a medida que algunos
contaban sus vidas, sus saberes a través de abuelas y abuelos, amigos, tíos, en
fin, se lograba una apertura a experiencias que ni sus propios compañeros ni
sus profesores habían escuchado. El distanciamiento del campo y la ciudad ha
sido severo en pocas décadas, y por eso mismo, porque es reciente,quedan vasos
comunicante, y los mismos entrevistados se sorprenden con esa herencia familiar,
desgastada pero viva. No en bienes materiales, sí en gustos, historias a veces
idealizadas. Con excepción de los estudiantes de las escuelas agrotécnicas, la
mayoría de los encuestados dijo que los conocimientos que poseían fueron
transmitidos por la familia.
6-Transmision oral y capacitación: un ejemplo de esa transmisión de
conocimientos lo vemos en esta respuesta registrada por entrevistadores de
Larroque: “la gran mayoría recuerda hacer huerta desde pequeños con sus padres o
abuelos… ‘en cualquier pedacito de tierra plantábamos algo’ y si bien reconocen
haber olvidado muchas cosas, también recuerdan muchas otras y piensan que con
un tiempo de práctica y alguna orientación profesional recuperarían las
olvidadas”.
Al contrario de lo que podríamos
esperar en sectores urbanos que se muestran distantes de la producción de
alimentos (aun sin menospreciar los oficios), cuando preguntamos sobre las
posibilidades de capacitación en huerta, apicultura, tambo, avicultura y otros
rubros encontramos receptividad. Es decir, incluidos aquellos jóvenes que ya tienen
decidido cursar estudios no vinculados a la tierra (enfermeros, policías,
docentes, etc.), asistirían a talleres de capacitación; la mayoría de los
consultados dejó las puertas abiertas.
7-Expectativas
y desconfianza: el
mayor espacio para vivir con tranquilidad despierta expectativas en los
entrevistados. No muestran esa alternativa de inmediato en los barrios urbanos,
pero a medida que reflexionan, se escuchan mutuamente y se crea el ambiente
propicio, dejan fluir una actitud favorable, con alegría.
Si el mayor espacio
para vivir y trabajar seduce, no se nota lo mismo en torno de la vida y el
trabajo comunitarios. Aún después de conversar un rato sobre tradiciones
cooperativas, beneficios, aspectos propicios de la vida comunitaria y los
sistemas de reciprocidad milenarios, en general las respuestas de los
encuestados en los barrios se inclinaron por el trabajo individual, a lo sumo
familiar. La vida ultra urbana alejada de la producción de alimentos parece una
problemática mucho más fácil de abordar que la vida individualista, consolidada
por la falta de confianza en la vecindad. Los comentarios fueron, en algunos
casos, demoledores para graficar la desconfianza reinante.
Dijo un encuestador
de Gualeguaychú sobre la relación comunitaria: “creen en esa
forma de trabajo, pero dicen que el mayor impedimento está dado por lo complejo
que se han vuelto las relaciones entre las personas. Hay mucho celo y
especulación. En ese sentido, Julio asegura que ‘las medias sólo sirven pa’ los
pieses’”.
Otro ejemplo en un
barrio del oeste de Paraná: “Los vecinos son una lacra de mierda”, “son malas
personas, se roban mutuamente”. Anotamos estas frases porque resultaron
habituales.
Contradicciones
Esa falta de
confianza se muestra, en muchos casos, irreversible, pero no sin contradicciones.
Algunos se quedarían en su lugar porque se sienten cómodos donde están, pero no
harían algo junto a sus vecinos, e incluso prefieren que sus hijos estudien
lejos de allí. En escuelas agrotécnicas, en cambio, los estudiantes y docentes se
muestran más familiarizados con la posibilidad de encarar actividades
comunitarias. Escuchamos manifestaciones entusiastas en torno a la posibilidad
de trabajos asociativos en algunas escuelas agrotécnicas, en las antípodas de
las experiencias de algunos barrios urbanos.
Pese a la
abundancia y contundencia de las manifestaciones sobre el deterioro de la vida
social en barrios amontonados, dejamos constancia de que este flagelo requiere
estudios más detenidos, porque las respuestas espontáneas corresponden en
general a jóvenes que se muestran muy tocados por un pasado reciente, de diez o
quince años, que abarca toda su vida consciente. Hay otros elementos que podrán
mostrar fibras de una vida comunitaria, fibras que darían paso a una
reanimación desde adentro.
En algunos casos
observamos un deterioro en el sentido de pertenencia, al punto de la
desconfianza con los de la propia clase social y vecindad; un desprestigio
naturalizado. Es lo que algunos autores observan en los colonizados, listos
para reconocer virtudes en los colonizadores pero no a la vuelta de la esquina.
Sin embargo, la cordialidad, el buen trato, la excelente disposición e incluso
el modo sincero de sus relatos, y cierto empaque en muchos de ellos, habla, en
cambio, de una vecindad con terreno fértil para el diálogo, la comprensión, el
intercambio y la superación de dificultades con actitud. Es decir: lo que los
entrevistados decían de su entorno socialse chocaba con lo que los
encuestadores veían en ellos mismos, como miembros de esa vecindad, llenos de
energía positiva y proyectos, capaces de conversar en profundidad sobre temas
comunes.
No encontramos
personas que se mostraran totalmente desinteresadas en la problemática de la
relación con la tierra, y en ella la vivienda, los alimentos, el trabajo. Si
bien en zonas rurales o pueblos pequeños esa relación se presenta más natural,
en zonas urbanas registramos un respeto por el tema que por ahí sorprende. Esas
respuestas desbarataron los conocidos prejuicios, que postulan una cierta incapacidad
o desinterés de las y los jóvenes de los barrios urbanos por la producción.
Notamos allí, al contrario, un interés por conocer. No fueron pocos los casos
en que la juventud lamentó que no hubieran huertas en los colegios, por caso. Los
reproches a los profesores fueron con humor. Pero también allí, una
contradicción, porque algunos que podían colaborar en casa con la huerta, la
veían como cosa de viejos, como algo distante. Es decir, falta por ahí un
detonante o un conjunto de condiciones objetivas, para que la alternativa
latente se convierta en expectativa, para que el trabajo con la tierra recupere
un prestigio. Este punto nos pareció esencial.
8-Éxodo: la
problemática del desarraigo y el éxodo está más visible en las sociedades campesinas.
Allí los consultados hacen extensas referencias a las taperas. “Donde yo
vivía éramos unas cuarenta familias,
ahora hay tres. Tenían poco campo, se murieron los padres y vendieron o
arriendan. El éxodo es marcado”, manifestó una docente en Cerrito. Otro caso:
en la zona de Colonia Rivadavia, “éramos diez vecinos, ahora quedan dos”.
En los barrios
encontramos vecinos llegados de distintos lugares de la región, o con padres o
abuelos campesinos, es decir, ellos mismos protagonistas de las migraciones
forzadas; pero no apareció un planteo crítico sobre esa situación. Entendimos
que son víctimas de desplazamientos pero no conscientes del fenómeno integral;
escuchan hablar del éxodo como algo que sufren otros, y es que admiten que, al
contrario, sus barrios crecen en cantidad.
9-Contaminación: notamos una especial preocupación por la salud
ambiental. En Concordia, los docentes y estudiantes se mostraron entusiasmados
con la recuperación de un “Sendero” a orillas del río Uruguay. Las actividades fuera
del aula les resultan particularmente atractivas.
En casi todas las
consultas, la mayor inquietud se dio en torno de los basurales en los arroyos, las
bolsas de nylon desparramadas en los montes, los fluidos de alguna industria
hacia los cursos de agua, y las fumigaciones con agrotóxicos, tema reiterativo
en distintos lugares: “Mi cuñada se encierra con mis sobrinos cuando fumigan”, contó
unadocente.“En Villa Urquiza una persona casi muere de asfixia junto al
colegio de las monjas”, agregó otra.
También se escucharon reclamos por elesparcimiento de bidones de agroquímicos usados;los perros
callejeros; la tala; la falta de planificación urbana. Y lo mismo por los
riesgos de las fábricas de acumuladores,los frigoríficos de aves, las chancherías
o losfeedloty las papeleras cerca de los centros poblados; el tratamiento de
los residuos, los basurales a cielo abierto, el uso excesivo del automóvil
particular, la proliferación de “plagas” que comen las frutas y los granos; los
arroyos con basuras (aceitosos), los cursos de agua donde antes se pescaba y
hoy no existen peces, la falta de cloacas (abundan pozos negros que contaminan
las napas), los olores de piletas de decantación, el abuso de cazadores, la quema
de contenedores por vándalos…Los inquietudes parecen inconexas, pero no es
difícil ver que se vinculan con un sistema que necesita sostener la tasa de
ganancia, y por eso depreda.
10-violencia y droga: en los barrios urbanos surgió con mayor fuerza la
problemática de la inseguridad, la violencia y la proliferación de adicciones
en los jóvenes. Cuando preguntamos lo negativo del barrio, aparecieron la
violencia y la droga. Veamos esta expresión de encuestadores en Gualeguaychú: “En cuanto a la vida en el barrio, dicen que ellos viven bien y tranquilos,
pero les preocupa severamente la situación de los más jóvenes, afectados por
las drogas. Aseguran que la mayoría de los jóvenes del barrio no tienen futuro.
La mayoría, salvo excepciones, son adictos, no trabajan ni estudian, y se
encuentran en una situación de absoluta marginalidad”.
Ahora veamos lo que dice un joven que estudia en Villa Urquiza pero ha
vivido en un barrio de Paraná: “en el Pancho Ramírez no hay oportunidades sino
discriminación. Lo veo en mi familia. Mi papá estuvo preso y tiene
tatuajes y le niegan trabajo. Creo que mi papá se hizo delincuente después de
que le mataron el padre”.
11-Soledad:
al tiempo que todos, casi sin excepción, aprecian la tranquilidad de la vida
campesina, algunos campesinos comentaron el problema de la soledad, que los
llevó a emigrar como en una sucesión negativa: cuanta más despoblamiento, más
soledad, y viceversa. También hay vecinos más urbanos que dudan de vivir en el
campo, por la soledad.En el barrio son conscientes de la cercanía de servicios
como la educación, la salud, el comercio…
Rescatamos esta explicación
de un encuestado en Avigdor: “Antiguamente se prefería la vida
del campo pero hoy es tal ‘la soledad del paisaje’ que la mayoría prefiere
vivir en un pueblito o ciudad pequeña y viajar todos los días al campo a
trabajar. De hecho es tanto el aislamiento (ni hablar en temporadas de lluvias)
que se van generando adicciones (alcoholismo por ejemplo), lo que sumado a otras
vivencias termina en violencia doméstica (aclaro que no estoy justificando la
violencia de ningún tipo). Sé de casos de mujeres que están solas todo el día
en el medio del campo porque sus hijos crecieron y se fueron lo antes posible
del campo, y su marido está trabajando en otros campos desde que sale el sol
hasta que oscurece. Y en esa soledad aparecen enfermedades tales como obesidad,
estados de ansiedad, hipertensión arterial, depresión, etc”.
Registramos no pocos testimonios que dieron cuenta del aislamiento que
sufren familias campesinas por el estado intransitable de los caminos naturales,
y la pérdida de días de clases por ese motivo también.
12-Indigencia: docentes de María Grande comentaron que un
grupo de hacheros que vivía en una estancia fue desalojado cuando esa estancia
se vendió. Hoy, esas familias viven de la asistencia en un terreno
fiscal.Hicieron casitas tipo monoambiente. Allí se encuentran incluso familias
de pueblos originarios y están “muy mal” en la zona de Alcaraz. Las casas no tienen
aberturas, y les añaden extensiones de silo bolsa. Todo muy precario, con
letrinas.
Dijo una profesora:
“cuando los visitamos en una misión, a los chicos los vimos felices. Corrían,
se reían, jugaban con las cabras. Descalzos y sucios pero felices. Nos decían
que si te internás más en el monte hay otras casas así. Van a la escuela que
está cerca, allí tienen un comedor”.Una profesora reconoció que algunos de esos
chicos recibieron maltrato en la escuela primaria. Discriminación y maltrato,
incluso físico.
Hubo más
referencias a casas precarias al borde de las banquinas, en otras encuestas, es
decir: campesinos marginales, sin tierras.
Unas docentes del
departamento Paraná explicaron que para algunos jóvenes “la única salida es
hacer la huerta. Donde nosotras trabajamos, los chicos que van al secundario
están interesados en el campo. Si hay un título, que sea sobre el campo. De
todos modos, de cada diez chicos, uno puede llegar a la universidad”. Agregó otra
maestra: “en mi escuela hay hijos de pequeños productores que les inculcan el
estudio porque piensan que en el campo no se van a poder quedar. Algunos ven la
posibilidad del magisterio. Y si siguen
la universidad, será veterinaria o agronomía…El hijo de una cocinera se cansó
de trabajar en negro en un tambo y decidió entrar en la escuela de agente de
policía en Villaguay”.
Modalidad de la encuesta
Nos propusimos
detectar las motivaciones más hondas sobre la relación humano/tierra, creando
un ambiente para el sinceramiento de los entrevistados. No hubo entonces
preguntas cerradas, se dejó lugar a que fluyeran las consideraciones durante
una o doshoras, con fuerte intervención grupal. Fue así que pudimos escuchar,
por caso, este testimonio sobre una familia que siembra batatas a mano: “es un trabajo penoso
que los está matando, están hechos pedazos, el padre, la madre y el
hijo”. Es decir: los encuestados expresaron sus
prevenciones entorno del sacrificio actual para sostener una quinta. Muchos
relatos así hubieran quedado sin lugar en una encuesta cuantitativa y con
preguntas cerradas.
La base del diálogo
con las y los encuestados fue un cuestionario de diez temas: origen de sus
conocimientos en torno de la chacra, éxodo rural, origen de los alimentos que
consumen, contaminación, trabajo futuro en relación con la tierra,
requerimientos (servicios, herramientas) para vivir y trabajar en zonas
rurales, expectativas respecto de la vida y el trabajo comunitarios y la
autoconstrucción de viviendas, aspectos positivos y negativos de la vida rural
y en los barrios, e interés en capacitación.
Decidimos conversar
con grupos, varios de ellos de entre diez y veinte personas, con la suposición
de que la interacción podía aceitar el ámbito y dejar aflorar datos y
reflexiones. Y hacerlo en general en sus lugares de encuentro, para aprovechar
la familiaridad del entorno.
Hubo encuestas
unipersonales, y a familias, muy significativas pero fueron las menos.
De hecho nos
encontramos con la ayuda de los interlocutores, porque a muchas respuestas
sucedían aclaraciones, diálogos, intervenciones, entre quienes se conocían y
podían completar los aportes, profundizarlos en algún caso.
Además, las
expresiones de los más extrovertidos animaban al resto a contar experiencias
propias y sensaciones. Por ejemplo: algunos en principio entendían que no
tenían ningún contacto con la producción de alimentos hasta que, escuchando otros
comentarios, reconocían que en el fondo de la casa había un espacio con
perejil, un naranjo, un níspero, o recordaban que de niños visitaban la chacra
de sus abuelos. Al mismo tiempo, surgían meditaciones de los propios
entrevistados, que advertían durante la charla el paulatino distanciamiento
entre las familias y la producción de alimentos, y eso se hacía más visible
porque compartían experiencias similares.
En la mayoría de
los casos empezamos a leer el cuestionario después de una charla. Lo hicimos buscando
un equilibrio entre dos riesgos: por un lado, nos exponíamos a la posibilidad
de orientar las respuestas con esa interacción previa, y por otro lado, sin
presentación de la problemática podíamos chocarnos con interlocutores que se
sintieran como investigados, como rindiendo examen.
Consideramos que la
decisión fue acertada. Al punto que en algunas encuestas, luego de abordar con
detenimiento las bondades del trabajo colectivo, las experiencias diversas de
la vida comunitaria, la cooperación, por caso, al momento de preguntarles sobre
las posibilidades de emprendimientos comunitarios la respuesta fue negativa por
unanimidad, es decir: los entrevistados se sintieron con libertad para expresar
la situación en el aquí y ahora, de acuerdo a sus propias experiencias y la
observación de su contexto.
La mayoría de las
encuestas fueron realizadas en aulas, y como a las aulas asisten profesores y
estudiantes de distintas extracciones sociales y sectores, eso garantizó de
alguna manera la diversidad de voces.
Otro aporte
positivo para destacar en el relevamiento fue la variedad de encuestadores,
preguntando desde experiencias muy distintas.
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