Campaña Paren de Fumigarnos
En los pequeños pueblos de la pampa argentina, las fumigaciones con glifosato enferman a la población y contaminan la vida. La resistencia al modelo de agricultura industrial crece día tras día.
“Estoy aquí porque enterré a cuatro familiares”, dice Raquel en un tono casi inaudible. “Mi papá, mi primo y un hermano de mi papá que trabajaban fumigando, además de mi hermano que trabajaba en una escuela rural”. Raquel es maestra y vive en Elortondo, un pequeño pueblo de seis mil habitantes a 300 kilómetros al sur de Santa Fe, donde reinan la soja y las enfermedades provocadas por las fumigaciones. “El 80 por ciento son gente de campo”, agrega.
Raquel carga una pesada carpeta con trabajos de sus alumnos de 7° grado, casi todos de 13 años. Con ellos hicieron una amplia encuesta para conocer la realidad sanitaria de la población. La escuela está pegada a las vías del tren y frente a los silos secadores de soja. Casi todos los encuestados por los niños, sus vecinos y familiares, tienen conciencia de los problemas de salud que provocan las fumigaciones.
“Para llegar a la escuela hay que pasar cerca de los silos y no se puede respirar. Los niños que salen a la calle mientras funciona la secadora quedan con la ropa blanca, que es el polvillo que sale de los silos que se difumina en la escuela y en todo el pueblo”, explica la maestra. El proyecto que encabeza Raquel se llama “Somos lo que respiramos”, pero las autoridades les impidieron concursar ya que aborda un tema “polémico”.
Se pone triste y apaga aún más la voz cuando relata la indiferencia de las personas que podrían implicarse en la defensa de la salud. Es común que en los pueblos el presidente comunal, la directora escolar y la cooperadora con la escuela tengan algún tipo de relación con los plantadores de soja. “Vine porque en el pueblo queremos formar un grupito, para hacernos sentir”. Con esa intención llegó al 17° Plenario de la Campaña Paren de Fumigarnos de la provincia de Santa Fe.
Los pequeños grandes avances
Carlos Manessi y Luis Carreras, dos de los militantes del Centro de Protección a la Naturaleza (Cepronat), sienten que el muro de silencio se va resquebrajando por las dos noticias que se difundieron en las semanas anteriores a la celebración del plenario, a cuya organización dedicaron muchas horas de trabajo al “viejo estilo”: dedicar todo el tiempo posible a la causa.
La primera es que la Organización Mundial de la Salud declaró el 20 de marzo que “hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos (linfoma no Hodgkin)” y que el mismo herbicida “causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas”. El periodista ambiental Darío Aranda escribió que “el glifosato desde hace más de diez años es denunciado por organizaciones sociales, campesinas, médicos y científicos independientes de las empresas” (MU, 22 de marzo de 2015).
En Argentina hay 28 millones de hectáreas de cultivos transgénicos (soja, maíz y algodón) sobre los que se riegan 300 millones de litros de glifosato cada año. Pero también se utiliza en frutales, girasol, pasturas, pinos y trigo. Aranda explica que en la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer, uno de los espacios de la OMC, 17 expertos de once países trabajaron durante un año para llegar a la conclusión de que el glifosato es cancerígeno...
Los 'monstruos' de Monsanto: más de un siglo envenenando el planeta
(StaFe)
Piden que el gobierno provincial prohíba el uso del glifosato
La solicitud se fundamenta en la reciente clasificación del químico como "posible cancerígeno" por parte de la OMS.
Los integrantes de la multisectorial Paren de Fumigarnos emitieron una declaratoria luego de analizar las conclusiones del XVII Plenario de la Campaña Paren de Fumigarnos Santa Fe, realizado en Colastiné Norte a mediados de abril, en el que solicitaron al gobierno provincial la prohibición del uso de glifosato...
‘Lago tóxico’ de China, “una pesadilla creada por nuestra sed de aparatos electrónicos”
Escondido en un rincón desconocido de Mongolia Interior (China) existe un ‘lago tóxico’, una pesadilla creada por nuestra sed de teléfonos inteligentes, de aparatos electrónicos y por la tecnología.
Los minerales de ‘tierras raras’ (nombre común de 17 elementos químicos, formados por escandio y itrio y otros 15 elementos del grupo de los latánidos) han desempeñado un papel clave en la transformación y el crecimiento explosivo de la economía china en las últimas décadas, es evidente que esto ha tenido también un impacto enorme y ha transformado la ciudad de Baotou (Monglolia Interior, China.
La ciudad industrial de Baotou es uno de los mayores proveedores mundiales de tierras raras, cuya extracción va acompañada de la liberación de grandes cantidades de residuos muy tóxicos e incluso radiactivos. Estos materiales se pueden encontrar en los imanes de las turbinas de viento, en los motores de los automóviles eléctricos, en las entrañas de los ‘smarphones’ y en las tabletas y los televisores de pantalla plana, entre otros. Cerca del área de producción se ha formado un enorme ‘lago’ “lleno de lodo negro y líquidos tóxicos”. En los pueblos adyacentes la población se ha reducido de 2.000 a 300 personas, y quienes se han quedado sufren distintos tipos de enfermedades.
China extrae el 95% de la producción mundial de estos elementos, y se estima que las minas de Bayan Obo, al norte de la ciudad de Baotou, contienen el 70% de las reservas mundiales, un como ejemplo llamativo que mientras que China produce el 90% del mineral de neodimio del mercado mundial, solo el 30% de los depósitos del mundo se encuentran allí...
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