Nota: este breve texto fue escrito para una revista vasca, por lo que llevaba el título de ¿Poder Popular bajo el imperialismo franco-español?, pero al colgarse ahora en la red se ha decido generalizarlo al conjunto del sistema explotador para que se comprendiese rápidamente su contenido. |
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Una de las grandes deficiencias de la mayoría inmensa de las izquierdas occidentales es que ha roto la fusión cotidiana entre, por un lado, la crítica teórica, política, cultural, ética, etcétera, del capitalismo, y por otro lado, la lucha práctica por la creación de otras formas alternativas de vida, de autoorganización popular y obrera, de experimentación de otro modelo social opuesto al dominante. Tal fusión ha sido una constante que podemos rastrear desde las luchas campesinas y urbanas en el medievo, cuando las masas explotadas intentaban materializar utopías igualitaristas y milenaristas “así en la tierra como en el cielo”, hasta ahora mismo en muchas partes del mundo en donde los pueblos trabajadores han de resistir a la devastadora crisis autorganizándose para satisfacer sus necesidades aplastadas por el capital.
A lo largo de estos tiempos, los movimientos campesinos, populares y obreros, y las izquierdas revolucionarias más consecuentes, han mantenido en la medida de sus posibilidades la decisión de forzar el modo de explotación, vida y reproducción social dominante en esos momentos, forzarlo más allá de lo permitido por el poder. Por ejemplo, el cooperativismo, la cooperación en general, la ayuda mutua autoorganizada, la reciprocidad y el trueque en cualquiera de sus formas, las redes sociales con poca o nula mercantilización interna, estas y otras prácticas que, como hemos dicho ya aparecen en el medievo de forma utópica y con el capitalismo industrializado se han practicado y teorizado no sólo como formas de resistencia transitoria a las privaciones impuestas por la explotación sino también –y esto es decisivo- como embriones experimentales de otra forma social opuesta a la explotadora.
Dentro de las corrientes progresistas y socialistas, y en especial en las anarquistas y marxistas, pero también en las sociacristianas y reformistas, ha existido y existe la certidumbre de que la mera resistencia economicista, centrada en la exclusiva defensa de los derechos laborales y salariales alcanzados apenas sirve para detener la ferocidad creciente de una patronal envalentonada. En el anarquismo y en el marxismo, muy especialmente, esta certidumbre va unida a la de la necesidad de avanzar en otras salidas materiales a la crisis y a los ataques del capital, consistentes en fusionar la lucha política y teórica radical con la autoorganización material expresada en las prácticas asociativas citadas genéricamente arriba. En las corrientes reformistas y socialcristianas esta perspectiva está amputada de todo contenido y finalidad revolucionaria, limitándose a buscar la mejora del sistema mediante la paulatina superación pacífica y gradual de sus componentes “malos”, desarrollando los “buenos”.
Centrándonos ya en la izquierda revolucionaria, la historia muestra que ésta se ha esforzado en simultanear cuatro prácticas decisivas para el avance de la emancipación: la crítica práctica del sistema mediante la experimentación de embriones de protosocialismo inseparablemente unidos a la aparición de formas de contrapoder y de doble poder; la crítica política tendente a la destrucción del poder explotador y a la creación de un poder popular y obrero imprescindible para superar el capitalismo; la crítica teórica destinada a mejorar la praxis socialista en su conjunto y a desmontar la ideología burguesa; y la crítica ético-moral destinada a superioridad cualitativa del humanismo comunista sobre el humanismo burgués. No hace falta decir que esta cuádruple práctica se desarrolla con ritmos diferentes según contextos y circunstancias que no podemos analizar ahora.
Rebelión - 17/10 - Leer
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