La
vida sin el río…lo impensable; una sensación escalofriante aumenta con el
descenso sostenido de su caudal. Resulta increíble, pero el Paraná “parece un
charco” que uno puede cruzar caminando, de isla en isla…Los registros dicen que
no se veía algo así desde 1944, y que pinta para ponerse peor que aquello. ¿podría
imaginarse siquiera nuestra vida sin el río? ¿es tan disparatado hacerse esta
pregunta? ¿el Paraná se va?
A
la hora de encontrar motivos, las perspectivas se cruzan: fenómeno atípico de
ciclo natural, consecuencia de la crisis ecológica general, atrocidad
perpetrada por la mano del hombre y el poder económico(neo)colonial…¿qué es lo
que está y viene pasando, real y concretamente, con el río Paraná? ¿Y por qué?
Pará rehéonavá es
un hilo esencial de nuestra historia. Emparentado, hermanado con las
comunidades originarias, irrigando nuestra vida, nuestra cultura, nuestra música
y poesía… vuelto una vena abierta que sangró con la criminalidad colonial,
tratado como una simple “hidrovía”, un canal abierto para un saqueo histórico, a
la vez que “fuente de recursos”, víctima de la depredación de su fauna. Una
herida aún abierta que sangra con el modelo extractivo. Una extraña herida que se seca, pero que secándose se abre más.Y
justo en medio de los debates en torno a la “Hidrovía Paraná”…
El
fenómeno de reducción histórica del caudal incluso preocupa y llama la atención
de muchos de los responsables, económicos y políticos, del proceso complejo de
crisis social y ecológica que atravesamos: está afectando los negocios de
algunos “herederos de la colonia”, dificultando el transporte de cargas, etc.
Preocupan fundamentalmente los negocios, claro está. El modelo de
producción agroindustrial trata al río
como a la tierra… y no parece acusar recibo de las señales de alertaque le
mandan.
Es
preciso decir que, en líneas generales, por estos pagos, el trato que ha venido
recibiendo el Paraná no ha sido nada amistoso. Destino final de nuestros
desechos, resumidero de lo que la lluvia arrastra por las calles -y, se sabe,
de allí mismo se extrae el agua para la red potable-. Desaguan en él también
los venenos de la agroindustria, un modelo productivo que en sus prácticas le
ha generado diversos daños: agrotóxicos, desmontes, incluso alteraciones de sus
cursos de agua... Nada bueno podía esperarse de semejante cuadro.
Desde
la costa, se proyectan miradas diversas. Muchos, transeúntes de la costanera
retratando la imagen desde distintos lugares; los bancos de arena en medio del
cauce, las mallas de hormigón sobre el lomo
del túnel. Otros, desde el análisis y el estudio, tratando de encontrar
respuestas y razones. Unos y otros, en su mayoría, comparten el gesto de
extrañeza, y de preocupación.
En
esta línea se enmarca la mirada del Foro Ecologista Paraná. Daniela Verzeñassi,
referente del espacio, dice que “es lógico” este fenómeno, que vino para
quedarse y que en el corto y mediano plazo, la situación resulta irreversible.
Entre
las causas, señala fundamentalmente la práctica predatoria de montes, bosques y
selvas, para la ampliación de la frontera agrícola. En particular, la
devastación producida en la Amazonía y el Gran Chaco Americano –nuestros
desmontes aportando su grano de arena-. Quemas, tala, desmontes, escenarios
tristemente conocidos.
En
el marco del denominado “cambio climático”, todas estas acciones múltiples han
impactado alterando el ciclo de lluvias, y afectando con ello el caudal del
Paraná. Esto se comprende en lo que recientemente se denomina un sistema de
“ríos voladores”, ciclo en que el agua
circula en forma de nubes y que vuelve mediante las lluvias; el lugar de la
selva y del Gran Chaco –junto con los hielos de la cordillera, también afectados-
son claves en ese recorrido. Sin ellos, “no hay lluvias, y sin lluvias, no hay
río”, afirma.
“Era
una muerte anunciada”, sostiene, y denunciada además desde hace años por el
Foro, entre otros. Pero nadie, desde los organismos oficiales, parece haber
prestado la atención que estas voces merecían y demandaban.
En
el corto y mediano plazo, aseveran que no hay soluciones, por la magnitud del
daño que viene generándose. Y además, porque los horizontes que se abren desde
la políticas oficiales y estatales van más en dirección hacia la consolidación
del modelo extractivista, responsable de la situación. Hidrovía –un absurdo, en
este contexto-, cultivos con transgénicos, granjas porcinas. Poco de ecología,
de agroecología, de transformación de la matriz productiva para comenzar un
camino que permita revertir esta situación grave.
¿Qué
hacer ante la situación? “Llamarnos a la reflexión, y poner sobre la mesa estos
temas que no han sido planteados”, reconoce. La apertura de un espacio donde “ciudadanos,
pueblos originarios, campesinos, poblaciones urbanas, movimientos socio
ambientales, todos tengamos la posibilidad de que no sólo nuestras voces sean
escuchadas, sino sean consideradas a la hora de definir estas cuestiones”. Es
decir, empezar a cambiar el rumbo hacia un nuevo modelo, de una vez por todas. No
sólo es necesario, sino urgente.
El
descenso, lejos de detenerse, continua, y la situación seguirá agudizándose,
según reconocen todos los pronósticos. El panorama es realmente crítico. Ya
asoman conflictos de abastecimiento de agua en la ciudad. La logística de
transporte fluvial de carga, afectada. Los pescadores también empiezan a sufrir la
situación…
Los golpes llegan desde todos lados. Nuestra vida, con el río, está puesta en jaque. Por si la pandemia fuera poco, estamos ante una crisis todavía inimaginable, sin una medida definida. Será que no admite ninguna demora el cambio en nuestra manera de vivir y convivir con la madre tierra. De volver al sentir de nuestras culturas originarias, para volver a empezar. De comprender a la madre naturaleza, y a nosotros mismos, de una manera distinta. No nos pertenece; pertenecemos a ella. Somos naturaleza, y esa comprensión debiera ser la guía de nuestras vidas, para comenzar a torcer el rumbo.
Y no nos queda mucho
más tiempo.
Revista El Tren Zonal Nro 206
Julio-Agosto 2021
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