La
noticia es bien sabida, no sólo por los pagos de la que fuera la
capital nacional de la pobreza, sino ya como reguero de pólvora por
todo el territorio del país. “Un bebé muere de frío” rezan los
titulares de los diarios, radios y medios digitales. Dos meses y
medio hacía que andaba recién por este mundo cuando la pobreza y la
desidia se lo llevó. Hijo de padres malabaristas que hacen su
destreza en la esquina de la terminal de Concordia por unas monedas
que les sobran a los automovilistas que pasan por allí, por unas
monedas que ni siquiera les permitió sobrevivir. Los pormenores de
su fallecimiento se suceden en los medios con la misma vertiginosidad
con que se ocultan los detalles permanentes de la pobreza que
desenlaza este tipo de muertes. A continuación de la información
lanzada, una batería de comentarios históricamente articulados
funciona como descarga social y se instala desde la cola del almacén
hasta las voces de la representatividad política, donde el grueso
del colectivo compite a ver quién culpabiliza con mas fuerza y odio
a los padres de la criatura. El condimento esencial de la situación
es el despliegue de justificaciones oficiales contra las acusaciones
opositoras. Que “nada se podía hacer con
esta familia”, que “el
Consejo del Menor donde estaba”, que “ya
los habíamos asistido varias veces”, que
“las instituciones no sirven”,
que “preferían vivir así”
y demás cuentas de un rosario que sale a la luz por unos días
cuando muere alguno de nuestros pibes. Después del profundo análisis
que hacemos como sociedad, todo se guarda en el cajón y ya no nos
acordamos más, ni del nene, ni de la pobreza, ni de esta nota. Pero
en este caso el que no se va a olvidar mas es quién le puso el
corolario mediático a esta tragedia, el que se lleva el primer
premio a la Declaración Cínica. Es el Senador Provincial del Frente
para la Victoria Enrique Tomás Cresto quién, debiendo saber que una
familia que tiene vulnerados e incumplidos sus derechos básicos como
alimentación, vivienda y salud es el Estado el único responsable de
su situación, y en conocimiento de lo atroz que resulta comparar la
realidad de una familia estructuralmente vulnerada en todas sus
dimensiones con una históricamente favorecida como la de él, sin
embrago culpabiliza, se deslinda y dilapida con un accionar y una
postura arcaica, retrógrada negligente y violenta de los Derechos
Humanos en una declaración para el archivo de lo impresentable y
detestable: “En
mi casa tengo pileta. Si dejo la puerta abierta, y mi hijo va y se
ahoga, no voy a hacer cargo al Estado de una responsabilidad mía. El
Copnaf es una institución que está funcionando, está trabajando y
toma cartas en el asunto, cuando se entera o alguien llama.”
Sebastián
Pittavino
Para
revista Panza Verde
Concordia
Entre Ríos
Fuente:
www.lavoz901.com.ar
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