En los primeros años de la década del setenta del siglo XX la
sociedad argentina vivía una situación compleja, donde coexistía
una creciente conflictividad social con importantes avances en
términos económicos, sociales, laborales, educativos, etc. Eran los
años de la culminación de un ciclo expansivo de la segunda fase de
industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que había
puesto a la Argentina en un lugar privilegiado dentro de los países
sudamericanos.
A pesar de que se trataba de un país capitalista dependiente y
periférico, las condiciones generales eran relativamente buenas. La
pobreza era casi excepcional y limitada a núcleos muy reducidos de
algunas zonas del territorio, la desocupación estaba en niveles
mínimos, el grueso de los trabajadores con empleo formal y protegido
por la legislación laboral y previsional, el sistema educativo
estaba entre los de mejor calidad de todo el continente y cumplía un
rol importante como igualador de oportunidades sociales. La economía
mostraba avances significativos en la sustitución compleja de
importaciones, con una industria más integrada y núcleo central del
crecimiento, un agro más diversificado, y desarrollos del sistema
científico-tecnológico que ponían una base esperanzadora sobre el
potencial futuro del sector. Una movilidad social ascendente y
generalizada y una clase media extendida en la estructura social
mostraban a la Argentina como uno de los países de menor desigualdad
distributiva.
A mediados de los años setenta se desató un vendaval que hizo
retroceder al país por muchas décadas. Un proyecto de
concentración, saqueo y genocidio provocó una de las crisis más
profundas y prolongadas de nuestra historia. Importantes cambios
estructurales iniciados por la última dictadura y profundizados por
el justicialismo en la década del ’90, llevaron a una
reprimarización distorsionada de la economía y una creciente
desintegración social y cultural.
La notable expansión económica que se produce a partir del 2003
pondrá en evidencia un nuevo modelo económico-social, que delineado
en los últimos años del siglo XX se desplegará con fuerza desde
entonces, y llevará a la Argentina por un crecimiento a tasas
elevadas como nunca antes se habían conocido. En paralelo, el actual
gobierno justicialista agita nuevamente un discurso setentista e
insiste en señalar que se ha retornado a períodos de
industrialización y justicia social similares a los tiempos de la
ISI. Un relato que también intenta diferenciarse de las políticas
neoliberales de los años noventa.
No obstante, si observamos en términos comparativos los principales
indicadores económicos y sociales de la Argentina de los setenta y
la situación actual, veremos que no se trata de la misma economía
ni de la misma sociedad. A pesar del crecimiento económico inédito
que tuvimos, la pobreza azota a casi un cuarto de la población, los
problemas de desempleo, subempleo y precarización laboral impactan
sobre más de la mitad de la PEA, se ha desintegrado el cuerpo social
y hay un deterioro fenomenal de los sistemas de salud y educación,
todo ello en el marco de una fuerte desigualdad distributiva, niveles
de corrupción oficial escandalosos y una inseguridad creciendo hasta
el infinito. La economía sigue concentrada y extranjerizada en un
puñado de grandes corporaciones transnacionales, y en el agro existe
un avanzado proceso de monoproducción de soja transgénica en
detrimento de la diversidad productiva, de la soberanía alimentaria
y de la sustentabilidad social y ambiental.
Para el corriente año 2012 se observan síntomas del fin de un ciclo
expansivo (iniciado en el año 2003), a medida que se fueron agotando
los motores que favorecieron el crecimiento en este período. Sólo
quedan algunos factores de orden externo que favorecen de manera
excepcional a la Argentina, en especial el astronómico precio de la
soja en el mercado mundial, y la aún importante demanda del mercado
chino, cuyos valores permiten elevados ingresos a las arcas públicas
y con ello ocultar hasta ahora los graves desequilibrios económicos
y sociales que ha generado este nuevo modelo económico que yo
denomino neocolonial extractivista.
Comprender esta realidad, ver cómo llegamos hasta ahora, analizar la
falta total de sustentabilidad hacia el futuro y las posibles
perspectivas para los próximos años, son algunos de los objetivos
del seminario intensivo que se desarrollará durante cinco días, a
partir del lunes 30 de julio y hasta el viernes 3 de agosto (de 18 a
21 horas), organizado por el Programa de Extensión “Por una nueva
economía, humana y sustentable” de la Facultad de Ciencias de la
Educación de la UNER. La actividad es abierta, libre y gratuita.
Para inscripción o mayor información, escribir a alguno de los
siguientes correos electrónicos: info@porunanuevaeconomia.com.ar
y luis.lafferriere@gmail.com
Luis Lafferriere – 17/7/2012
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