lunes, 21 de diciembre de 2009

Oscar Ramón Martínez, otro zurdo que templa versos de barro y luna

En su obra se expresan los barrios de Paraná

Daniel Tirso Fiorotto

De la Redacción de UNO - 20/12

Las vivencias y el arte de un obrero y padre de familia numerosísima, emprendedor y perseguido en plena “democracia” por sus ideas de izquierda.


“Cosas que de nuevo veo / iguales en el barullo, / cuando allá, en el Antoñico / zarandeaban pedregullo”, dicen las coplitas entradoras de Cacho Martínez tituladas “Pedregullo del Antoñico”.

Mañana lunes a la noche se harán públicos estos versos, y otros muchos, reunidos en la obra “De barro y luna”, en un encuentro de música y poesías, en la sede de la Asociación Tradicionalista de La Bajada. Varios músicos acompañarán a Martínez en una tenida que promete.

“Aunque sea algo de yerba, / dice mamá que le preste- / y corrían por los ranchos / los paquetitos del trueque”.

La oba va y viene por Paraná, se detiene por allí en algún boliche porteño que frecuentaban poetas y militantes gremiales, y por momentos muestra versos de alta inspiración.

El librito luce bello, y en la tapa lleva una pintura, “Palanquero”, de Antonio Castro.

Casualidades, Oscar Ramón Martínez recuerda, de sus tiempos de boxeador, haber subido a un cuadrilátero contra un tal Antonio Castro, y el destino quiso que, sin saberlo, la obra de su rival deportivo de ayer luciera hoy en la tapa de su poemario publicado por Ediciones del Clé.

Este obrero y militante de Paraná supo andar a escondidas por Buenos Aires para esquivar las temidas y fatales persecuciones de la Triple A, que ponían en riesgo a su esposa y a sus catorce hijos. En los ratos libres, y cuando se hacía de alguna paz, añoraba sus pagos e improvisaba versos.

Cansado de los aprietes y amenazas de los grupos armados, y cuando ya había perdido el trabajo y la situación se tornaba insostenible para él y su familión, todos regresaron a Paraná y se instalaron en La Picada, dos meses antes de que la dictadura se consolidara en marzo de 1976, con el golpe.

Su esposa Olimpia Pereyra no puede quitarse de la memoria, todavía, los atropellos del autoritarismo en su casa humilde. Así en 1972 como en 1975. Y cuenta algunas anécdotas que la llenan de emoción, como aquella de la foto de Ernesto Che Guevara que la acompañó en una embestida de los grupos armados, y con la que envolvió a su hija Claudia, la última de la prole, que había nacido hacía dos semanas.

Herencia anarquista

Amor al pago y a la clase trabajadora, dos de los motivos centrales del autor que se enorgullece de su abuelo pescador y cazador, y de su otro abuelo militante gremial anarquista, que seguramente algo dejaron en su espíritu porque a través del tiempo se hizo militante de izquierda. De allí las persecuciones, y las dificultades económicas que debió afrontar con Olimpia.

“En los galpones del pago / se la ve entre la peonada / bien afirmada en las tabas, / segura en su condición, / pausada junto al fogón / y en el andamio, apurada”, dice oscar Martínez de la alpargata. “La condecoran al raso / los abrojos del camino / y en el paso repetido / que deshilacha el trabajo, / se le asoma por un tajo / el dedo gordo ceñido”.

Qué decir de su canto “Hermano mayor” a Aníbal Sampayo. “Trajo un tibio sol / y a la libertad / la volvió guitarra /y un arpa de miel / endulzó la voz / profunda de su alma”.

Conversamos con Martínez ayer, y se mostró feliz y agradecido, con el sueño cumplido. Allí nos contó del barrio La Bolsa, su cuna, y de los distintos barrios de Paraná que transitó con su familia, y en los que halló la amistad y el amor.

“Esquina inconclusa de España y Sarmiento, / barrancal abierto de oscuro terrón. / Tobogán de tierra deslizando el tiempo / como una bandera que arrió su ilusión”, dice la primera estrofa de “Mi barrio La Bolsa”.

Y allí están los “Barrios del sur oeste”: “Tren carguero de la tarde / que humeaba en los espinillos / y entre chilcas y espartillos / orillando el Antoñico, / la pobreza a pala y pico / buscó la punta al ovillo”.

Lunes entre amigos

Mañana será acompañado por Miguel Martínez, su primo hermano, y el Dúo Enarmonía. Tanto el Zurdo como Guido Tonina musicalizaron versos de Oscar.

También estará Edmundo Pérez, y la reunión se anticipa muy concurrida porque en sus diversos oficios, y en sus gustos por el arte nativo, el autor fue sembrando semillas de amistad. Se nota incluso en el prólogo de Mario Alarcón Muñiz, en las palabras de Ricardo Maldonado, y Zuny Amado, que le dan marco a la obra “De barro y luna”.

Ayer nos recordó sus primeros pasos en la capital entrerriana. “Soy oriundo del barrio La Bolsa. España y Sarmiento, esa cortada. Era gente venida del campo en la década del 40 y pico, corrida por las necesidades. Se afincó ahí bajo el arroyo Antoñico. Esa gente tenía hábitos medio pendencieros, era gente cuchillera, siempre se armaba algún bochinche. En ese ambiente crecí. Pero había un hecho que siempre digo: la solidaridad que existía en esa gente pobre y a veces de escasa moral. En los momentos difíciles eran los vecinos que estaban cuando usted los precisaba. En la actualidad eso no se ve más. Hoy está el pobre enemigo del pobre. Es uno de nuestros grandes problemas: falta de solidaridad”.

-El vecino pedía y daba.

-Hablo de eso en una poesía, de los paquetitos del trueque. Un vecino le pedía a otro un poquito de yerba, y el otro le pedía un poquito de azúcar.

-Después, Buenos Aires.

-Sí, yo daba clases de encuadernación en la escuela Zubiaur. Cuando se inauguró la escuela Eva Perón me trasladaron ahí. Pero los sueldos eran escasos, pasábamos muchas necesidades. Teníamos tres hijos y opté con ella (su esposa) por una solución, irnos a Buenos Aires.

-Alguna changa.

-Tenía el oficio y en esa época en Buenos Aires se trabajaba mucho. La primera vez que llegamos a Buenos Aires vivimos en Banfield, cerca de la cancha de Bandield, en calle Medrano. De ahí nos fuimos a vivir a Lanús, ahí estuvimos mucho tiempo, y después definitivamente antes de venirnos vivimos en Merlo.

-Y los llamó el pago.

-Ah, sí. Nunca quise echar raíz en Buenos Aires. La nostalgia me hizo escribir, el amor al terruño.

-¿Cuándo volvió?

-Volvimos en el año ‘76. No sé si lo puedo decir, pero producto de la persecución de la Triple A. Nos jodían mucho la vida. Ella (su esposa) vivía con muchos problemas. Dos por tres iban a buscarme.

-¿Usted qué hacía?

-Era delegado gremial en esa época. En el Banco de la Provincia de Buenos Aires. Y siempre molestaban.

-Tuvo problemas concretos…

-Sí, fui perseguido. Mi persecución personal empezó cuando me pegaron en el trabajo. Tuve que dejar el banco, el trabajo, y andar escondido. Nosotros teníamos 14 hijos. Cuando volvimos a Entre Ríos nos fuimos a vivir a La Picada, a una casa antigua muy grande que era ideal para los chicos.

-¡Catorce hijos! Hay que alimentarlos…

-Sí. La que corría con el trabajo era ella.

-¿Su familia era de por acá?

-Mi abuelo materno era de este lugar, García. Mamá era García. Mi abuelo era de esos tipos de diversos oficios: cazador, pescador, trabajaba en las canteras. El abuelo paterno era panadero, maestro de pala. Fue un gran gremialista, representante argentino a un congreso en Chile en 1910.

-Tiempos de anarquistas, socialistas.

-Sí, anarquista. Anarco, sí. Simón Martínez. Su muerte fue anecdótica. Tenía una hernia declarada y el médico le dijo que no fuera a trabajar, y se le reventó la hernia trabajando en el horno. Fue una tragedia. Era un viejo muy comprometido en lo social, en lo gremial. Formó parte de la FORA, en la época en que los anarco dominaban la cuestión gremial.

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Las persecuciones y el regreso

-¿Y en política?

-Yo estaba en la izquierda. Era militante del Partido Comunista. Los de la izquierda eran los más perseguidos por la Triple A. Fuimos muy perseguidos. Yo estaba identificado. La persecución de la Triple A ya estaba clara desde el principio.

-¿En el 75?

-¡En el 73! La primera vez que nos molestaron en casa fue con Perón, Isabel Martínez, López Rega.

-¿Lo detuvieron?

-En la comisaría de Lanús. Era la época de Isabel que para nosotros era una dictadura, era una persecución de dictadura. En un momento la situación no daba para más. Estábamos en Merlo, vendimos la casa rápido y nos vinimos. Era enero de 1976, antes del golpe. Lo veíamos venir.

- Y en cuanto a sus poesías, ¿tiene un referente?

-Mi ídolo fue Marcelino Román. Cuando él vivía en Santiago y Méjico, cada vez que venía de Buenos Aires me iba a la casa de Marcelino. Un tipo extraordinario, de una gran capacidad, y comprometido con su gente.

-¿Qué encontramos en De barro y luna?

-Hay temáticas diversas. El río, la naturaleza, el hombre, cuestiones sociales.

La nostalgia me hizo escribir en Buenos Aires. Siempre amé mucho el pago.

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¡El Che nos salvó!

Las anécdotas de Oscar Martínez se extienden en su compañera de toda la vida, Olimpia. Y aquí un recuerdo imborrable de esta mujer sufrida, que valora también los versos del poeta y hoy goza de una familia muy numerosa.

-Usted padeció por la actividad gremial de su marido.

-Me bajaron la puerta. Yo tenía a mi nena más chica, estaba dando el pecho. Me puse tan nerviosa que les abrí. Me preguntaron por él, yo les dije que yo no era de allí, que estaba con todas las criaturas. Que pasaran y vieran… Ella (Claudia, la hija menor) tenía 15 días. Yo pensaba que me iban a sacar a todos los hijos. Los miraba a todos y no respondía. Entraron, sacaron las cosas, abrieron los muebles. Se metieron en todas partes.

-¿Y cómo fue eso de la foto?

-Teníamos en la entrada una foto del Che. Llegué a sacar la tela, sacarle las maderas, las tiré debajo de la cama, y envolví a la nena. La foto era de arpillera. Le puse la mantillita arriba. Pero habían quedado unos clavitos, y la criatura se puso azul, la estaba pinchando. Yo le quería dar el pecho, y nada de pecho: lloraba, era chiquitita.

Yo no veía la hora de que se fueran, y por otra parte, que no viniera mi marido.

Quedé mal. El volvió a la noche. Jamás pensé que iban a entrar. Ladearon la puerta y entraron. Qué les iba a decir si eran cinco tipos con armas. Me acerqué a la cama para ver si me habían llevado los chicos. Después empecé a descomponerme. Uno gritaba no hay más, son los pibes. El camión estaba lleno de gente que llevaban y maltrataban. Después que se fueron me di cuenta que la bebita estaba toda lastimada con los clavitos. Le saqué la ropita. ¡El Che nos salvó, estábamos juntos!


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INOCENCIA. Es la actitud que debe primar para poder escuchar al río

y asombrarse con la naturaleza, asegura el poeta.
(José Carminio)

Una voz que traduce los insondables misterios del río

El Diario-21/12-Leer

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