AGMER
XXIV Congreso Ordinario
- 18 de diciembre de 2009 -
"El profundo proceso de transformaciones políticas, económicas, sociales y culturales que nuestra patria necesita para eliminar la dependencia, concretar una sociedad justa y el pleno ejercicio de la democracia, requiere que la educación propenda al desarrollo de la conciencia y actitudes científicas y críticas de los educandos frente a la realidad y la sociedad, a fin de que impulsen ese proceso, realizándose así social y personalmente. El docente, trabajador de la educación, está trascendiendo la condición de transmisor de conocimientos, para actuar permanentemente como un factor importante del avance social que posibilitará la auténtica liberación del hombre, la patria y los pueblos.
Organizados los trabajadores de la educación, de acuerdo con los principios fundamentales de la democracia sindical, bregarán por la defensa y materialización de los intereses generales y particulares de su sector, de los demás trabajadores y por el progreso del país”.
CTERA. Libro de Actas. Acta Nº 1. Congreso de la Unidad Docente. Sesiones preparatorias. pp. 50-53.
Huerta Grande, Córdoba, 1 al 3/8/1973.
“La memoria nunca es vana…La identidad nacional se funda en la experiencia colectiva. Los pueblos tienen derecho a su propia historia, que trasciende las barreras de lo individual y pertenece a la comunidad. Los países no pueden vivir sin memoria.”[1]
Las luchas de los trabajadores y de los pueblos a lo largo de la historia del mundo, de Nuestra América, país y provincia han marcado este presente con logros y frustraciones y con cuestiones pendientes que requieren del debate y la organización de la clase trabajadora para arrancárselas a las patronales y al Estado, prosiguiendo un camino de transformación superador.
Todo análisis de la situación internacional que estamos viviendo está fuertemente signado por la profunda crisis del sistema monopolista e imperialista en que ha devenido el capitalismo. Crisis sólo comparable a la de 1929. Es por esto que el sistema impone la expoliación de las riquezas públicas y una mayor explotación de los trabajadores, haciendo extraordinarias transferencias de fondos al sistema financiero como el que hicieron los Estados Imperialistas para el salvataje de la banca privada. Esto demuestra que hay plata para salvar al sistema financiero pero no para terminar con el hambre en el mundo.
En nuestra América Latina, frente a este panorama reafirmamos la unidad de los pueblos como un horizonte posible y necesario, la complementación solidaria de las economías y culturas de la región, la defensa irrestricta de los recursos naturales y una verdadera soberanía que nos permita vivir con dignidad en una sociedad que garantice los derechos de todos los trabajadores ocupados y desocupados. Es por eso que nos declaramos antiimperialistas en defensa de nuestra vida, que se ve amenazada por el saqueo.
A costa de un inconmensurable sufrimiento de sus pueblos, los gobiernos empeñados en arrimar su colaboración a la recomposición del sistema comprenderán, en el futuro inmediato, que el capitalismo del siglo XXI sólo puede tomar cuerpo bajo la forma de desocupación masiva, vertical caída del poder de compra de los trabajadores que mantengan sus empleos, destrucción de las instituciones democráticas, criminalización de la protesta social, avance de la represión, el hambre y la miseria.
En este complejo proceso, nuestro país no es la excepción, las variables representativas de nuestra calidad de vida han retrocedido: desempleo y subempleo masivos, trabajo precario, deterioro salarial, pobreza e indigencia generalizada, abandono de numerosos sectores de la población a la “mano invisible” del mercado, vaciamiento cultural, son el producto de la aplicación sistemática de un proyecto de concentración, saqueo y genocidio. La concentración ha adquirido el grado obsceno de cosificar al ser humano por políticas intencionadas y detalladamente planificadas para alcanzar tal objetivo.
La falta de reconocimiento de la soberanía en las Islas Malvinas, las bases norteamericanas en territorio colombiano y el derrotero de Honduras, con sus contradicciones, nos muestran, por un lado, las viejas-nuevas tácticas de desestabilización imperialista y por el otro, las contradicciones y limitaciones todavía latentes en las fuerzas populares latinoamericanas.
La revolución democrática y cultural de Bolivia, junto a otros procesos que nos traen vientos de liberación y emancipación en nuestra región, populares, antiimperialistas y latinoamericanistas, son procesos de “reapropiación” del poder por los de abajo: una “reapropiación” de la capacidad de poder hacer en aras de la vida propia, de la humanidad y la naturaleza, promoviendo la igualdad, la justicia y la solidaridad entre los pueblos y entre la humanidad toda. Radicalmente democrática, la revolución boliviana constituye un claro bastión de vida. Esta es su impronta clave. El triunfo reciente reafirma, precisamente, la voluntad colectiva de continuar en su determinación de inventar-construir un nuevo modo de vida, cualidad que definen como la de vivir bien.
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