"Al despuntar del alba
siempre le antecede
una oscuridad más negra
que la noche"
Colonización es el proceso de apropiación sistemática del excedente
ajeno. Apropiación posible por el dominio del trabajo ajeno. Esta
dominación (por opresión) produce las condiciones para enaltecer el
ocio (el robo) y devaluar el trabajo; lo que, a su vez, conduce a la
negación de la humanidad del que trabaja. Esto es lo que hace que
los imperios mueran por dentro, porque la negación de humanidad no
es impune: los fantasmas ocupan los sueños del opresor y le condenan
al insomnio, trastornado por guerras que debe perpetuar para
alcanzar una paz que no alcanza; tratando de olvidar la injusticia
que ha desparramado, inventa pan y circo (farándula) para no estar
solo. Así democratiza su condición, haciendo cómplices a sus
convocados. Por eso la corrupción generalizada es la descomposició
de su propio poder.
La fortaleza del fuerte no es tan fuerte; es un gigante de bronce
con pies de barro, por eso cae, porque su sostén es pura apariencia
(mentira), fundamento que no tiene fundamento. Por eso cae
maldiciendo, calumniando, insultando, mintiendo, escupiendo al cielo
sus perversos propósitos. "Un fantasma recorre Bolivia, el fantasma
de los Catari, del Willka, de Andrés Ibáñez, de doña Juana Azurduy,
de Apiaguayki Tumpa, del Marcelo y del Lucho Espinal y de todos
nuestros muertos. Todos los entenados del viejo Estado colonial se
han unido en santa cruzada para expulsar a ese fantasma: el Cardenal
y la embajada, Marikonvic y el senado, las malinches Cuellar,
Cardenas, Untoja, Panamericana y Fides, los canales y la prensa.
¿Quién no ha sido calumniado de indio, llama o masista por la
mentalidad racista-colonial? Si los perros ladran es porque avanza
una fuerza incontenible. La cuaresma que precede a la resurrección
anuncia al fantasma que sacude el sueño del opresor: Volveré y Seré
Millones".
Un Estado plurinacional es la novedad histórico-mundial que inaugura
el siglo XXI. Es la novedad que está produciendo nuestra historia,
asumida de modo consciente gracias a la insistente resistencia
indígena. Por primera vez el Estado puede enraizar en lo propio,
tener el fundamento necesario para proyectar un desarrollo
auténtico; porque sólo la auto-consciencia de lo que somos puede
proyectar lo que podemos ser. La falta de futuro siempre ha sido
falta de pasado, porque no hay perspectiva alguna si no hay
previamente capacidad de visión. Tener visión significa tener
conciencia de lo que se ve; por eso, la consciencia nacional-popular
es la que se transforma transformando su realidad. Una consciencia
que se transforma produce ideas revolucionarias y, antes estas, la
realidad, cede inevitablemente. Por eso la "fuerza del cambio" es
incontenible, porque es el "grito del sujeto" que llega al cielo y
estremece el universo entero.
Se convocan todos los tiempos: el pasado y el futuro comparecen en
el presente. Eso desata la furia de los poderosos, porque los
fantasmas vuelven a señalarles como lo que son: "¿Qué haz hecho? La
voz de las sangres de tu hermano está clamándome desde la tierra"
(Génesis 4:10). La Tierra clama no sólo por el hermano, sino por
toda su descendencia: un acto injusto no perturba sólo el presente
sino todos los futuros posibles (la maldición que recae sobre el
homicida maldice también su pasado y su futuro: maldice a sus
antepasados y a sus herederos). Si la Tierra clama la pérdida del
hermano, es porque ella recibe la sangre derramada, como testigo
impotente del homicidio. Por eso los muertos vuelven y se hacen
millones, vienen desde lo profundo de la Tierra para enjuiciar al
Estado colonial: su carácter apátrida, gestionador de la miseria de
su pueblo y de su Tierra; y proponen su transformació
Es el tiempo de los tiempos, el tiempo mesiánico, el Pachakuti: es
el pueblo que sale de la esclavitud hacia la tierra donde mana leche
y miel. Es levantarse del sometimiento y aprender a caminar,
producir historia, dejar atrás el trágico y eterno retorno de lo
mismo y ser sujeto, procreador de lo nuevo. Por eso ese caminar se
lo realiza en el desierto, donde la única seguridad que tenemos es
la unidad y la organización; donde el carácter del pueblo se pone de
manifiesto y donde debe saber ser merecedor de lo que persigue. Por
eso los obstáculos son siempre mayores, porque son del tamaño de las
nuevas aspiraciones. Es el precio del que apuesta por su liberación;
el proceso que atraviesa como pueblo es el proceso que atraviesa
como individuo; por eso afloran las contradicciones y todo aquello
que carga se evidencia a lo largo del camino: abriendo camino es
como aprende a valorar lo que está creando. Dejando atrás lo
conocido es como aprende a abrirse a lo desconocido; arriesgando es
como va descubriendo de qué materia está hecho: "Dejamos en el
pasado el estado colonial, republicando y neoliberal. Asumimos el
reto histórico de construir colectivamente el estado Unitario Social
de Derecho Plurinacional Comunitario" (nueva Constitución)
atrás y construir. Se trata de una voluntad constituyente-
trascendental que asume ser sujeto de su propio desarrollo y se abre
a lo nuevo que tiende, no como algo ya determinado sino algo por
constituirse. Se trata del más explícito testimonio político (en la
historia mundial) de un pueblo que se libera siendo, además,
consciente de su liberación.
El proceso para por una descolonizació
de modo eminente, descolonizació
a la que nos referimos, es la específicamente moderna. Es una nueva
forma de colonizar, que estructura el poder, como dice Quijano, en
un "patrón colonial del poder". Ya no se trata de la colonización
objetiva sino subjetiva: la última "terra incognita" que persigue la
conquista: la consciencia. No se puede ocupar militarmente las
consciencias, pero sí se puede (y esto es una invención moderna)
producir consciencia. Por eso la pedagogía moderna está diseñada
para administrar, gestionar y justificar la dominación estructural,
la clasificación mundial del trabajo y la corporalidad. Se enseña a
dominar y a someterse de modo voluntario. La colonialidad produce un
nuevo fenómeno: ya no necesita el amo cortar la cabeza de las elites
esclavas; ellas mismas se la cortan, con la sonrisa impresa, para el
agrado del amo.
La felicidad del amo es felicidad del esclavo; por eso cuando el amo
dice: estoy mal; el esclavo replica prontamente: amo, estamos mal.
La dialéctica del amo y el esclavo inicia el proceso de
subdesarrollo nuestro. Persiguiendo el reconocimiento del amo, el
esclavo persigue una ilusión, pues tal reconocimiento es imposible,
porque el esclavo no sabe ni siquiera reconocerse como lo que es. La
falta de consciencia se traduce en falta de dignidad; sin dignidad
es imposible hacerse respetar, por eso vende su alma por lo que sea
(los periodistas se vendían a la Embajada por un té y el precio de
los políticos era un fricasé). Por eso no puede proyectar nada que
no sea el proyecto del que le ha comprado: desarrollando un proyecto
ajeno se subdesarrolla a sí mismo, es decir, se convierte en objeto;
degrada tanto su vida que busca, haciendo más miserable la vida de
los demás, hacerse menos miserable. La imposibilidad de ser algo
digno se la endilga a aquellos que le recuerdan su origen, los
vuelve enemigos suyos. La educación que se impone ya no le emancipa
sino le esclaviza todavía más: ya no depende sólo del amo sino de
las cosas que produce el amo. Se vuelve un adicto: dócil en su
sometimiento, está siempre listo para defender al amo, aun a costa
de su propia vida.
Por eso, en la dialéctica del amo y el esclavo, son las elites las
que ocupa el lugar subordinado; porque ellas consienten y gestionan
el sometimiento nacional, transformando a su propio pueblo en su
enemigo. Por eso buscaron siempre su legitimidad afuera y nunca
adentro. Serviles administradores de la dominación foránea, nunca
pudieron producir país y menos nación, porque sus intereses
provincianos nunca coincidieron con el interés nacional. Si sus
privilegios consistían, precisamente, en la miseria crónica de su
propio pueblo, cómo podían siquiera pensar en integrarlo al país que
nacía en 1825. Por eso, la burocracia colonial, hace de Sucre su
cuartel de operaciones y, desde allí, asaltan algo que nunca
supieron qué significaba: la independencia. Primero expulsan a
Sucre, el "mulato" mariscal que había dado su vida para que puedan
aspirar a la dignidad de saberse libres; sepultan en el olvido a
doña Juana Azurduy de Padilla, quien había ofrendado hasta a sus
hijos para que puedan dejar de ser sometidos; y, regresando a su
condición original, el 24 de mayo de 2008, en Sucre, escupen a su
propia Tierra escupiendo a los campesinos que les alimentan. Así
regresa una sociedad colonial a su tradición inquisitorial; por eso,
la cruz templaria que ostentan no es gratuita. Por eso la Asamblea
Constituyente no podía culminar en esa ciudad. Y si culmina en
Oruro, es porque la historia no es casual: Oruro es protagonista del
primer Manifiesto anticolonial explícito: el "Manifiesto de los
Agravios" de 1737, de Belez de Cordoba; quien, como Bolívar y San
Martín, propone la restitución del mundo indígena, como el modo
legítimo de reparación histórica de estas naciones (que habían sido
sacrificadas al primer dios moderno: el oro).
Recuperar la historia de los vencidos supone un examen histórico-
existencial de aquello en que consiste la singularidad de nuestra
identidad. Cuando nace Bolivia, era claro lo que era ser español o
europeo, pero ¿qué significaba ser boliviano? Lo que hizo la elite
criolla (después mestiza) fue adoptar la cultura de los dominadores.
Negando lo que se era se asumió lo que no se era; amputándonos un
contenido real y efectivo de un desarrollo propio. Por eso nunca
supimos caminar, porque no sólo nos habían amputado las cabezas sino
también los pies. Así terminó frustrándose la independencia. Y lo
que sobrevino como historia nacional fue la mezquina lucha
provinciana por el poder; por eso permiten la desmembración
territorial mientras cuantifican los beneficios que logran de
aquello. Si primero adoptan el modelo hispano, y después el latino,
es porque nunca hubo conciencia de lo que se era. Algo que el
esclavo no puede; porque ello supone una liberación de su condición,
la reconstitució
auto-consciencia de lo que ha sido, para desde allí, efectuar el
pasaje a lo que puede ser. O sea, esto implicaba una revolución.
Evento que se va propiciando por quienes nunca habían dejado de
manifestar su condición libre y le van enseñando al esclavo real (la
sociedad criollo-mestiza) la posibilidad de su liberación. Por eso
el 52 no es obra de quienes traicionan la revolución sino de la
memoria histórica de la resistencia popular.
Pero había que esperar más de medio siglo para que nuestra
revolución destaque su singularidad. Por eso aparece ahora el No.
Porque en él se compendia el miedo a ser libre, independiente y
soberano; el miedo a ser sujeto de su propia historia; el miedo a
despertar, a caminar, a atravesar el desierto. Es el miedo de los
esclavos que desean regresar a Egipto, a la esclavitud, sobre todo
los cómplices y beneficiados de la esclavitud de su pueblo; después
de haber visto cómo el Dios de la liberación hizo las maravillas que
hizo (abriendo inclusive las aguas, para sepultar en ellas al
ejército del faraón), no dudan en traicionar una vez más y hacen lo
único que saben hacer: someterse al ídolo, al becerro de oro. Por
eso es un proceso que la vive cada individuo en su propia vida. Por
eso sufre un conflicto ético-moral: "Si quieres ser perfecto, vende
cuanto tienes, dalo a los pobres, y ven y sígueme" (Mateo 19:21).
Quienes desean regresar a Egipto son lo que conspiran en la
oscuridad, siembran zozobra entre el pueblo y quieren detener el
avance; por eso amenazan: que nos van a quitar todo, que vamos a ser
pobres, que vamos a dejar de ser libres. ¿Cuándo tuvimos todo?
¿Cuándo fuimos ricos? ¿Cuándo fuimos libres?
Por eso se trata de un proceso, de un caminar, de un salir de la
inconsciencia a la auto-consciencia, de caminar en la verdad. La
verdad nos hace libres, pero para acceder al ámbito de la verdad,
hay que primero liberarse. Para quien no está en la verdad, la
verdad es pura locura. Por eso el pueblo que se libera es acusado de
locura. No es raro, pues: "Ha escogido Dios más bien a los locos del
mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios a los débiles
del mundo para confundir a los fuertes. Lo plebeyo y despreciable
del mundo ha escogido Dios" (1 Corintios 1:27-28). Los "fuertes" y
los "sabios" (políticos y analistas) son los que mediáticamente
acusan al pueblo de locura. Una nueva inquisición se
desata: "incluso llegará la hora en que todo el que os mate piense
que da culto a Dios" (Juan 16:2). La soberbia proviene de esa
atribución. Por eso el discurso degenera, se vuelve irracional; en
el todo vale para denigrar, no hay moral ni decoro y todo consiste
en enlodar todo. Si ya no hay argumentos queda la calumnia, que la
adoptan quienes ya no miden, ni sus palabras ni sus acciones; por
eso escupen al cielo sus blasfemias y esgrimen la cruz y la espada.
Los "fuertes" y los "sabios", desde los favores que les brinda el
Estado colonial, como Pilatos, en tono de burla cuestionan: ¿qué es
la verdad?; mientras ven y consienten que los de su pueblo mueran
como perros para que ellos traguen como chanchos: "no hay para ellos
tormentos, por eso la soberbia los ciñe como collar y los cubre la
violencia como vestido. Por eso el pueblo se vuelve tras ellos"
(Salmo 73:6-10). Para que la verdad no aparezca hay que enlodar
todo: hay que reducir la masacre y el genocidio a una diferencia de
opinión. Y los periodistas hacen de alquimistas: si la verdad ya no
es verdad, los asesinos son inocentes y los ejecutados son suicidas.
El desajuste ético produce cinismo en una sociedad adicta a la
mentira. Pero lo que nos salva es la indignación. De allí proviene
una nueva sabiduría: los elegidos de Dios son los débiles y las
víctimas. Si la verdad posee fuerza, es la fuerza que nace de los
débiles, no del poder de los fuertes. Si hay un criterio para
reconocer la verdad, ese criterio lo brinda el que padece la
opresión, no aquel que la ejerce.
Por eso un caminar liberador es un caminar en la verdad: la
apetencia de la justicia es la primera condición de un saber
verdadero; lo demás es pura sofistería intelectual. Por eso el gran
silencio de la academia está precedido de la gritería erudita. Si la
novedad revolucionaria de esta revolución es su carácter
descolonizador, esta descolonizació
instancia, en una descolonizació
producción de una subjetividad ya no sólo libre sino liberadora. Una
lógica de la liberación es necesaria para producir la auto-
consciencia de la liberación. Una revolución es incompleta si no se
produce, a su vez, una revolución en las ideas: cuando las ideas son
revolucionarias, la realidad cede de modo inobjetable. Produciendo
realidad es como se produce subjetividad; por eso el fin último de
la revolución práctica es una revolución subjetiva, lo que decía el
Che: la "creación de un hombre nuevo". Por eso el conocimiento nunca
es neutro, la epistemología no es nunca apolítica: cuando las
relaciones del pueblo pierden su reciprocidad y su sentido, se hace
necesario producir un nuevo sentido de comunidad. El pueblo necesita
dotarse de un nuevo sentido político, para resignificar su unidad,
su consistencia y su desarrollo. Y esto significa pasar del en sí al
para sí, de la consciencia de lo que se ha sido a la auto-
consciencia de lo que se puede ser. Por eso la voluntad nunca se
queda en sí misma sino que busca determinarse, es decir, realizarse,
para así iniciar un nuevo proceso que la relance nuevamente.
Entonces, toda voluntad de transformació
busca hacerse real, es decir, producir realidad: crear las
mediaciones necesarias para su desarrollo.
La inocencia lírica de los analistas concibe una voluntad tocada por
el dedo de dios. La voluntad se va constituyendo a sí misma a medida
que origina las mediaciones necesarias para su realización; una de
esas mediaciones políticas es una Constitución. Una voluntad que no
produce nada se queda como vacía, sin realidad. Por eso, produciendo
realidad se produce a sí misma. Pero como nuestra intelectualidad
nunca ha producido nada, pues siempre fue copiona de la producción
ajena, no entiende que sea posible la producción de una Constitución
propia. Por eso le busca todos los peros que su imaginación
sospecha, devaluando el todo por la parte; cuando es, más bien, el
sentido del todo lo que da consistencia a las partes; fuera de
contexto, la parte pierde razón de ser.
Pero esto supone, al menos, una capacidad de comprensión dialéctica,
algo ausente en una intelectualidad castrada de criticidad. Fue
colonizada mentalmente, de modo que cree que nada bueno puede salir
de su pueblo (ese defecto suyo lo atribuye a los demás). Por eso
piensa (si lo hace) para afuera, para dar la razón al amo, para
corroborar y afirmar las estructuras de dominación. Su ignorancia
tiene su premio: ahora son estrellitas de TV. No creen que su pueblo
pueda cambiar porque ellos mismos no saben cómo cambiar; más aun, si
gozan de los favores de la academia, de los títulos, de la
corrupción intelectual, de las transnacionales, de los elogios de
Red Uno o ATB, de Fides o Panamericana, de La Prensa o la Razón,
¿para qué cambiar? Esa es la pereza y la desidia de una voluntad que
no sabe proyectar nada que no sea el proyecto del amo. Por eso se
ocupa en denunciar la voluntad de cambio; voluntad que renuncia a la
sumisión y proyecta, desde sí, su propia liberación: voluntad que
propone, decide y ejecuta. Es la voluntad presente en la nueva
Constitución; que, por supuesto, no es perfecta. ¿Hay alguna que lo
sea? Si el orden de la perfección está más allá de la condición
humana, ¿por qué exigirnos aquello? (los amores verdaderos nunca son
perfectos). La Constitución que hemos producido, como pueblo, no es
perfecta, pero es nuestra, como una hija. En su desarrollo nos
desarrollaremos también nosotros, como sujetos, y sabremos enterrar
esa historia vergonzosa de sumisión consentida que produjeron las
elites que nos gobernaron hasta ahora.
La disyuntiva siempre ha sido: colonia o independencia. Quien
persiste en seguir siendo colonia es aquel que no sabe ser
independiente. Ser dependiente es fácil. Por eso, el que no sabe
sino depender, dice No, porque así se descubre la desidia en la que
quiere permanecer. La nacionalizació
independencia; ser independiente es saber auto-mantenerse, saberse
fin y no medio. Sin sostenimiento propio no hay independencia. Pero
la independencia no se logra de una vez y para siempre, esta es una
conquista diaria. Lo cual supone un proyecto. Sin proyecto tampoco
hay independencia.
La valoración de lo nuestro empieza por sabernos valiosos, una
subjetividad que se sabe valiosa empieza por limpiar y pulir lo que
empaña esa valía. Para habitar la casa, hay que primero limpiarla,
re-organizarla. La casa tiene que ser hogar para los privados de
lugar en ella. Pero los privados pueden aparecer como los hospedados
si es que su incorporación es sólo formal. El hogar, se dice, es la
presencia del ser amado, el lugar de la reunión, desde donde se
crece, desde donde se sale hacia fuera y a donde siempre se regresa.
Habitar la casa no es sólo ocuparla. Se habita la casa como se
habita el vientre; el vientre es como la Tierra, de lo que le pase a
ella depende nuestra existencia. La tierra no es cosa, le afecta la
condición del que la habita. La casa es el soporte de la intimidad
(como el vientre), sus cimientos son los nuestros; la casa es la
prolongación del cuerpo.
Para que la casa sea posibilidad tiene que ser apertura. Pero la
apertura tiene que ser primero interior. La casa hace posible el
hogar cuando es posible ser dentro del hogar. La casa es el país, el
hogar es la Nación. La constitución de ambos es tarea de quienes la
han habitado y quienes la han de habitar. Quienes la han de habitar
son los que aun tienen problemas de identidad. Quienes la han
habitado, la han sembrado, cultivado, cuidado, merecido, son
aquellos que no tienen ese problema. Los originarios nunca han
enfrentado contradicciones asumiendo lo que son; ellos siempre han
sido lo que su tradición (su pasado, su origen) ha permitido que
sean. El problema es del boliviano, el nacido en 1825. Este no sabe
cómo re-conocerse, nació mirando hacia afuera, depositando su futuro
en manos ajenas, despreciando lo que tenía adentro: las manos
propias, las que le alimentaron, le vistieron y le otorgaron
cultura, o sea, identidad, algo de qué sentirse algo y no una nada,
como lo es aquel que vive pendiente de lo que otros hacen. Sin esas
manos no es posible construir algo digno. Una nación que quiera ser
viable, tiene que ser un hogar en el que todos quepan. Para re-
pensar una política que no se sostenga en la exclusión, o una
economía que no esté determinada por la maximización de la tasa de
ganancias, sino garantice la reproducción de la vida humana y la
vida de la Tierra, hay que voltear la mirada. Ese ir "hacia
adelante" que nos propone el progreso moderno no es garantía de
vida. Volver al pasado es imposible, pero recuperar nuestro pasado
no sólo es posible sino necesario. Cuando se pierde el sentido y ya
no se sabe para dónde se va, hay que darse la vuelta y ver de dónde
se ha venido. Un país que ha perdido el camino es un país que no ha
hecho camino.
Nuestro camino es la constitución del nuevo Estado. El
reconocimiento de la pluralidad y diversidad que constituye nuestro
mundo. Hay Estado desde que hay apropiación racional del excedente,
es decir, hace más de 7000 años, desde el Egipto. El Estado moderno
es el desconocimiento de la diversidad humana y su uniformizació
obligada. Por eso el priemr Estado moderno: España, es la imposición
de Castilla y Aragón sobre Cataluña, Galicia, el país Vasco, el
pueblo andaluz, etc. Receta que copian Inglaterra (sometiendo a
Irlanda, Gales y Escocia), Francia (dominio sobre bretones,
provenzales, normandos, etc.) y todos los demás estados modernos. Es
sabido que ni China ni Egipto (civilizaciones milenarias) pudieron
llegar nunca a un grado acabado de homogeneizació
no riñe con la diversidad.
La unidad es el sentido común de comunidad: la re-unión de la
originariedad constitutiva de la humanidad: todos somos hijos de la
misma Tierra, de una misma Madre y un mismo Padre. Por eso la
política que empieza a proponer el mundo indígena se constituye a
partir de la comunidad: somos hermanos, hijos de una misma Madre
que, criándonos unos a los otros, criamos a la Madre, creamos
comunidad humana, diversa como la comunidad natural. Que esta
proyección es más racional ya fue advertida por Washington y
Franklin; pues los Estados Unidos fue una copia (mal lograda) de la
confederación de los Haudenosaunee (las naciones Onondaga, Oneida,
Mohawk, Seneca y Cayuga) o pueblos iroqueses. Una legislación de
convivencia política en la diversidad y el respeto mutuo. Es la
superación del Estado-nación moderno, como reconocimiento jurídico-
político de la historia mundial. Todas las culturas merecen
desarrollarse porque todas manifiestan una posibilidad humana.
Ninguna agota en sí a lo humano y la perdida de una es perdida de la
humanidad toda. Ninguna puede atribuirse superioridad absoluta, como
tampoco atribuirse el derecho de negar y destruir a las otras. Ese
es fruto del mito racista que inaugura la modernidad, mito que anuló
su pretensión de razón crítica, pues nunca le permitió un verdadero
diálogo con el resto del mundo sino el monólogo de la razón moderno-
occidental consigo misma.
Las víctimas de un sistema de dominación (como la actual
globalización neoliberal) ya no son sólo los seres humanos sino
todas las existencias y, de modo notable, la Pachamama. Si la
ecología se vuele parte consustancial de todo proyecto político, es
porque las consecuencias negativas del patrón moderno-colonial ha
destapado inevitablemente la condición inicial de toda política: la
preservación de la vida. Por la vida es que, en definitiva, se
lucha. Pero se lucha para superar el conflicto y procurar de nuevo
la vida; porque, como comunidad, presuponemos siempre la unidad y no
la división. El antagonismo ya no puede ser el eje de la política.
Una nueva fundamentació
para la vida, por todos y para todos, en y como comunidad. Como
dicen los zapatistas: "un mundo en el que quepan todos los mundos".
El antagonista es también un hermano y hay que enseñarle que la
convivencia es posible porque somos, siempre y en última instancia,
comunidad. Si todos somos comunidad, entonces, nuestra condición
originaria es la de hermanos. Y los hermanos se deben, unos a los
otros; y se deben a una Madre y a un Padre comunes (referencias más
allá de la condición humana). La comunidad, el "ayllu", es un ámbito
expansivo que re-une a la vida toda, siempre como comunidad. En ese
sentido, fundamentar una nueva política significa transformar,
necesariamente, la política misma. Porque el ámbito expansivo de una
comunidad trascendental debe transformar también el concepto
de "pueblo". Por eso el tránsito hacia un Estado plurinacional es un
camino trascendental.
La Paz, enero de 2009
Rafael Bautista S.
Autor de "OCTUBRE: EL LADO OSCURO DE LA LUNA" y
"LA MEMORIA OBSTINADA"
rafaelcorso@
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