lunes, 26 de enero de 2009

EL CAMINO DE LA UTOPÍA, por Fernando Martínez Heredia

Por Cuba con emisiones periódicas le lleva la información del acontecer internacional relacionado con nuestro país y las batallas que libra por su pueblo y su soberanía; contiene espacios noticiosos y de opinión, seleccionados de medios de prensa internacional o generados desde nuestro país. ISSN 1819-4044

EL CAMINO DE LA UTOPÍA
por Fernando Martínez Heredia
De niño, mi tía Paula me proporcionaba la aventura del gran libro cristiano, en una aldea sin libros ni biblioteca. Allí leí: “Después vi un cielo nuevo y una tierra nueva (…) al que tenga sed, yo le daré gratuitamente del manantial del agua de la vida”. Niño curioso, le pregunté a un obrero del ingenio, negro y socialista: “¿quién es Lenin?”. Y me contestó: “Lenin es el que dijo: la propiedad es un robo”.

Después, en la biblioteca de la ciudad, leí en La Edad de Oro, de José Martí: “… y en que ha de parar el mundo, cuando sean buenos todos los hombres, en una vida de mucha dicha y claridad, donde no haya odio ni ruido, ni noche ni día, sino un gusto de vivir, queriéndose todos como hermanos, y en el alma una fuerza serena…”

Con materiales como esos me hice mi idea de utopía, idea personal o de pequeños grupos, como eran entonces en Cuba las ideas de utopía.

De pronto el pueblo entró en insurrección, logró triunfar sobre sus opresores y destruyó el aparato entero de la dominación burguesa, y la neocolonial.

Desde entonces nos apoderamos del propio país, de la vida y de los sueños, ahora reunidos los millones que no nos conocíamos: combatimos, trabajamos, sentimos, estudiamos y pensamos juntos, y derrotamos a los imposibles. Aprendimos a cambiarnos a nosotros mismos. También cambió el sentido de los tiempos, y el futuro —que había sido tan mezquino o incierto— se tornó proyecto y utopía.

Pero con ese triunfo no se convirtió en vida y realidad palpable la utopía, ni terminó el camino. Apenas comenzaba, y era muy largo.

En sus jornadas y sus paraderos hemos conocido la angustia y la maravilla, la unión y las rupturas, la felicidad y el dolor, los logros inmensos y los retrocesos, las creaciones y la dura persistencia del pasado del ser humano y la prehistoria de la humanidad.

Una de las razones fundamentales de que siga viviendo este camino cubano de la utopía es la práctica del internacionalismo, que desarrolla tanto a los que dan, más que a los que reciben.

“No queremos construir el paraíso en la falda de un volcán”, dijo Fidel en 1970, y esa ha sido hasta hoy la actitud de Cuba.

La comprensión de la necesidad de un ámbito mundial para las estrategias y la utopía —y de la pertenencia a la América Nuestra del proceso cubano— han constituido avances culturales colosales, que permiten pensar de maneras nuevas.

A casi 30 años del triunfo de 1959, escribí contra el cientificismo “de izquierda” que rechazaba la utopía, ciego ante dos tipos de realidades: “el componente profético que prende en las masas en determinadas circunstancias sociales y a partir de las raíces culturales que ellas tienen, y la profecía que completa, sustituye o comparte con la previsión la misión intelectual de formular cómo será el futuro esperado, o al que se está destinado, el lugar de llegada social que debe alentar las representaciones y esperanzas”.

Un tiempo después caractericé a la utopía como un más allá que es posible, a través de la actuación consciente y organizada, si ella es capaz de volverse cada vez más masiva y profunda, y de llevar adelante un proceso de violentaciones sucesivas de las condiciones de reproducción de la economía, la política y las ideas, teniendo como brújula la liberación de todas las dominaciones y la creación de una nueva cultura.

Pero el siglo terminó muy mal. El socialismo, el desarrollo, la soberanía y la autodeterminación de los pueblos de la mayor parte del planeta, la idea misma de futuro, parecían cosas del pasado. El XXI, sin embargo, ha comenzado bien: en América Latina se levantan pueblos que comienzan a proponer la conquista de un mundo nuevo.

Este resurgimiento continental tiene dos caras: los movimientos populares combativos, que defienden identidades y demandas, pero van mucho allá de ellas, y algunos poderes populares que están sirviendo como cauce y como instrumento para procesos de liberación y de coordinaciones regionales.

Nunca se perdió la esperanza, no desaparecieron las luchas ni el pensamiento rebelde durante el largo período precedente, pero son las prácticas actuales, que involucran a millones, las que han vuelto a traer a la utopía al escenario histórico. Todavía hay más optimismo que realidades, y eso es muy positivo, porque la mayor victoria del capitalismo parasitario y expoliador contemporáneo ha sido cultural: despojar a los dominados de la voluntad de rebelarse, de la esperanza en que es posible liberarse.

De la cultura acumulada por la humanidad viene el nombre para el mundo que nace: socialismo. Pero de las necesidades de hoy y la conciencia que existe surge la exigencia de que el socialismo del siglo XXI sea mucho más radical, incluyente, democrático, diverso y ambicioso que los que han existido. Para que la utopía se torne un más allá posible necesitaremos política socialista y poderes populares socialistas.

Han de ir unidos el poder y el proyecto, pero siempre el primero al servicio del segundo. Debemos ser creativos a un grado no soñado hasta ahora, y la garantía principal del rumbo y del ideal estará en que no sean falanges de iluminados los creadores, sino millones.
Fuente: La Jiribilla
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Cubarte, 2008.

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