Madrid, El Cairo, Tel Aviv y
Nueva York y varias ciudades del mundo fueron tomadas en 2011 por un
despertar colectivo. Más allá de la polarización conceptual de partidos
vanguardistas y redes virtuales dispersas, el pensador brasileño
Rodrigo Nunes escudriña lo que quedó tras las oleadas revolucionarias
del 2011 para dar cuenta de una imagen más refinada de dinámica
organizacional en tiempos Web 2.0. Para Nunes es posible tener un
movimiento masivo sin organizaciones masivas, mediado por el encuentro
entre el descontento amplio y el acceso a herramientas tecnológicas que
permiten una comunicación multi-polar, apuesta a un plazo mucho más
largo que lo medible por ciclos electorales y el poder destituyente que
abre nuevas formas políticas y mecanismos de representación. Además
discute que la forma organizativa principal del 2011 haya sido la
asamblea, sino que un liderazgo distribuido, que implica la
posibilidad para individuos y grupos sin previa experiencia, de asumir
temporalmente el rol de sacar cosas adelante en virtud de proveer
acciones de puntos focales provisionales.
2011 fue un año excepcional, uno que
podrá – ojalá – llegar un día a ser recordado junto a otros como 1968 y
1848. Eso dependerá de si los años que vienen cumplen con su promesa,
haciendo con que aparezca retrospectivamente como el inicio de algo.
Entender la naturaleza de aquella promesa y los medios por que se puede
cumplirla son, por ello, una parte importante de convertirla en
realidad. Un desafío clave en este respecto es desmenuzar los sucesos
del 2011 al máximo posible de las representaciones falsas, tanto
negativas como positivas, originadas en la cobertura mediática y, a
veces, en las impresiones de sus protagonistas mismos. Intentar, en
síntesis, ceñirse al máximo a lo que la gente hacía y hace, más que lo
que se dice o decía que hacían y hacen.
El dictum de Negri sobre Lenin: “la organización es la espontaneidad que reflexiona sobre si misma”, propone que la espontaneidad nunca es meramente sin forma sino que es siempre ya alguna suerte de organización [1].
Es un error de larga data del debate sobre organización polarizarlo
como si fuera posible elegir entre la ausencia absoluta de forma
(movimiento “espontáneo”) y la forma (el partido). Tanto como un
partido, por más integral que sea en él el control, siempre tendrá un
grado de porosidad y desviación anómala; a la vez, lo aparentemente
disforme contendrá siempre su propia forma, aunque mutable y abierta.
Las tres tesis que siguen apuntan a destacar algunas lecciones ya
implícitas de los dos años pasados de lucha y acercarse a sus formas
subyacentes.
1. ES POSIBLE TENER UN MOVIMIENTO MASIVO SIN ORGANIZACIONES MASIVAS
Esa lección no es precisamente nueva; la
conocemos al menos desde el 1968, o desde los tardíos ’90 si
descartamos por el momento las referencias clásicas. Es sin embargo
necesario repetirla y formularla de esta manera, ya que intentar
traducir las cuestiones levantadas por el presente al lenguaje de
debates mas viejos puede a veces ser más iluminador que seguir
insistiendo en su novedad absoluta.
Lo que importa aquí es no sólo el grado
al que organizaciones masivas (partidos, sindicatos – con la excepción
de las participación, relativamente secundaria, de los últimos en Egipto
y Túnez) eran percibidas como “parte del problema”, o simplemente
consideradas non-gratas, sino también hasta que punto se vieron
cuestionadas como organizaciones masivas. Frente a un movimiento largo y
heterogéneo en vivo desarrollo, quedó transparente su capacidad
movilizadora limitada – y la calidad de su representación demasiado
rancia, demasiado osificada, demasiado representativa como para
importar. Cuando masas de gente se levantaron contra el sistema
representativo y la escasez de opciones reales que este ofrecía, a los
sindicatos y partidos en general se consideró más bien como
representantes del sistema mismo que de aquellos que en principio debían
representar.
Decir eso, queda claro, no nos dice nada
en particular sobre el poder de permanencia de los movimientos surgidos
en 2011, si la opción de no formar organizaciones masivas conllevará a
la pérdida progresiva de momentum,
o si formarlas será meramente divisor sin ser beneficioso. Ni tampoco
dice nada sobre si organizaciones masivas por sí son proposiciones
anticuadas[2]
. Pero sí dice algo sobre el estado de organizaciones masivas
existentes y el potencial que reside en el encuentro entre un
descontento social amplio y el acceso a herramientas tecnológicas que
permiten una comunicación masiva y equivalente. Son, entonces, buenas
noticias: las organizaciones masivas están en crisis en todos lados
(inclusive América Latina, desde donde escribo en estos momentos); es
bueno saber que es posible producir efectos políticos sin ellas.
También dice algo sobre la crisis de
representación, y el periodo necesariamente largo que conlleva
resolverla. Algunos fueron rápidos en describir los “fracasos” de los
movimientos en Túnez, Egipto y España, en el sentido que las fuerzas que
accedieron al poder finalmente no eran mucho mejores de las que fueron
destituidas. La lógica detrás de este raciocinio es verdaderamente rara:
si los movimientos empezaron reivindicando que todas decisiones
esenciales quedaban fuera del alcance de la democracia representativa y
que todas opciones dispuestas eran distintas tonalidades de lo mismo,
esperar desmentirlos por destacar que lo que finalmente consiguieron
fueron solamente distintas tonalidades de lo mismo, es esencialmente
corroborar su afirmación. Sólo tiene sentido el argumento si uno ya ha
aceptado la premisa que rechazan los movimientos: que no hay
alternativas al “no hay alternativas” a que se oponen. Con eso, se deja
de reconocer que han, desde el principio, apostado a un plazo mucho más
largo que lo mensurable por ciclos electorales (y que demandará por
cierto aún mucho más esfuerzo)[3] .
Respecto a un sistema político en su
conjunto, esos movimientos ejercen – y es acaso lo único que de momento
pueden hacer – lo que el Colectivo Situaciones ha llamado poder
destituyente[4].
Sin duda también poseen un poder constituyente cuyo futuro y dirección
todavía no se predice con facilidad. Puede abrir nuevas formas
políticas, nuevos mecanismos de representación, nuevas instituciones o,
como mínimo, nuevas organizaciones. Puede hacer todo ello a la vez, como
fue el caso en Bolivia tras la crisis neoliberal. Pero en este momento,
la principal meta factible es purgar rigurosamente el sistema; y no
sólo no se puede hacer esto de un día para otro, la agudización de
contradicciones en el corto plazo – España actualmente tiene un gobierno
de derechas electo por el 30 por ciento de la población, mientras que
encuestas indican que aproximadamente el 70 por ciento está de acuerdo
con los indignados – puede, en un plazo más largo, llevar justamente a
eso.
2.LA ORGANIZACIÓN NO HA DESAPARECIDO, SINO CAMBIADO...
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