domingo, 4 de julio de 2010

Apogeo, destrucción y desolación en los viñedos entrerrianos

Jorge Riani

Las grandes extensiones de verde, ilustradas con esferitas violetas arracimadas, colmaban de una silenciosa vida a las villas. La postal de quietud y vitalidad no dejaba lugar a malos presagios: el tiempo ayudaba y la voluntad humana sostenía. Entre Ríos era viñedos. Parrales cargados de racimos, toneles, alambiques y trabajo.
Y un día todo se terminó. Fin. Las lluvias esperadas, las horas de desvelos, la mirada fija sobre el racimo para ver si la observación transmitía energía, las expectativas, el trabajo previo y el de mañana también se fueron en las pisoteadas de las vacas lanzadas sobre las vides, en el ensañamiento de burócratas que encendían el fuego para que las llamas se lo lleven todo y donde había verde y silencio se apodere un humo negro y malvado.
Entre Ríos tuvo viñedos hasta que la crisis de 1930, pero no la crisis económica –esa que nunca se entiende dónde empieza ni se sabe dónde termina– sino la que adviene con las decisiones tomadas en ese marco del desastre planetario, le puso fin al vino entrerriano.
Había nacido por el interés empecinado y entusiasta de los colonos que llegaron de Europa a hacer florecer estas tierras. Ya estaba la ganadería organizada y la agricultura explotaba el costado fértil de la tierra cuando los colonos comenzaron a saciar su interés en hacer su propio vino. Tener vino era sí un interés, pero más lo era hacer el propio, continuar con una tradición que venía del Viejo Mundo.
Como Juan Jáuregui, un hijo de labradores al servicio de la nobleza, nacido en los Bajos Pirineos, que alternó su oficio de ladrillero con el de hacedor de vino, y le quedó tiempo y espíritu para sumarse a las luchas federales comandadas por Justo José de Urquiza.
Los viñedos fueron traídos de su tierra natal para plantarlos en su chacra entre 1861 y 1864. Así lo cuenta Susana de Domínguez Soler en su minuciosa investigación plasmada en el libro “Entre Ríos, viñas y vinos”.
La cepa que trajo Jáuregui, conocida como Lorda, fue la que dominó casi todas las plantaciones en Concordia. Pero además de tradición, la vitivinicultura fue, efectivamente, una actividad económica más para los agricultores.


El Diario-4/7-Leer

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