El mismo problema de las tumbas lo tiene el sistema educativo, según reconocieron las autoridades locales al ministro Alberto Sileoni, cuando el funcionario intentó poner en práctica la construcción de establecimientos a partir de una demanda en la región.
La familia Blaquier carga con todo. Los cuatro muertos del mes pasado, elegidos entre los que se atreven hoy a pedir unos metros de tierra para vivir, se agregan a la historia del crecimiento a sangre y fuego de uno de los grupos empresarios más concentrados del país. Impune a pesar de la Noche del Apagón, cuando con camiones de la planta, el 27 de julio de 1976, la dictadura secuestró a casi 400 habitantes de la región, 30 de los cuales permanecen desaparecidos. El ingenio, cómplice también en la desaparición de Luis Aredez, ex intendente de Libertador que se atrevió a enfrentarlo, es dueño del 80% del Departamento Ledesma, uno de los que integra la provincia. Se trata de unas 173 mil hectáreas cultivables, más otra cantidad similar de zona boscosa. Expansión aprovechada en la época de Juan Carlos Onganía, cuando a partir del cierre de once centros tucumanos de caña y una fuerte crisis azucarera, obligó a los pequeños zafreros jujeños a vender sus pequeños lotes por monedas.
Olga Aredez, la mujer de Luis, fue hasta 2005 la bandera del reclamo de la gente. Pero en marzo de ese año, un carcinoma por bagazosis –a raíz del bagazo, el desecho de la caña de azúcar que los habitantes de Libertador respiran toda la vida– provocó su fallecimiento. “Es increíble las vueltas de la historia que soportaron mis padres”, dice Ricardo. Y completa: “A los dos terminó matándolos el poder económico.”
“Mi vieja nos empujaba a pelear para saber dónde estaban los restos de nuestros familiares desaparecidos –agrega–, como única manera de cerrar la historia en una provincia que sufrió mucho, olvidada, y con un tremendo monstruo empresarial que maniató a todos los gobiernos regionales, sin excepciones. El símbolo de esa lucha fue y es la Marcha del Apagón. Los comienzos de esa marcha estuvieron sembrados por el miedo general, con no más de 30 familiares caminando por la ruta, desde Calilegua hasta Libertador. Recuerdo imágenes impresionantes: la gente asomada a la ventana mirándonos pasar, y persignándose en señal de respeto, pero sin salir de sus casas. Recién a los 20 años de aquellas desapariciones en la ciudad, cuando María Adela Antokoletz y Víctor De Gennaro organizaron actos en Buenos Aires, el tema se hizo conocido, y fue creciendo hasta la actualidad, con la presencia de casi 30 mil personas.”
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