miércoles, 30 de julio de 2008

La falacia de lo menos malo

Por: Eduardo Abeleira (especial para ARGENPRESS.info)
30/7

Ciertamente el campo popular no tiene aún una expresión política que contenga y canalice las diferentes manifestaciones de dicho campo.

La disgregación, los personalismos, el sectarismo, siguen siendo cánceres que afectan seriamente cualquier intento de unidad popular, de superación de esa fase que ha dejado de ser coyuntural y parece plasmarse como estructural.

Generar una fuerza política con poder propio, impulsora de unidad, abarcativa, es una tarea indispensable. El 2001 demostró esa ausencia con una claridad meridiana.

Pero a su vez esa ausencia nos plantea la necesidad imperiosa de superarla y no es tarea fácil, más aun cuando gran parte de quienes pueden construirla creen más importante incluirse en el proyecto gubernamental oficial.

El mejor aporte de los intelectuales de izquierda es colaborar en esa construcción y no elaborar disculpas y pretextos por el no hacer del gobierno.

El mejor aporte es rechazar la presión entre las falsas antinomias y no pujar con sus prestigios bien ganados en aras de esa polarización.

No se ayuda con esa posición a generar esa fuerza hoy ausente que pueda triunfar en esa porción de poder que es la gestión gubernamental, no es agitando falsas polarizaciones y ayudando a la confusión reinante como se avanza en esa construcción.

El reconocimiento de esa carencia debe ser el toque de alerta para que los pensadores e intelectuales del campo popular elaboren, planifiquen, ayuden a develar falsas propuestas, generen pensamiento crítico y confluyan en la argamasa fundacional de dicho entramado político.

No es respaldando algo menos malo en contra de lo terrible como llegamos a lo mejor. No es esa la manera de crear ese espacio, sino que se vuelve imprescindible y necesaria la elaboración teórica que vaya enmarcando el camino del cauce popular.

No es el mejor capitalismo nuestra bandera ni la de muchos que se plegaron al discurso furibundo del K saliente, sino la construcción de una sociedad anticapitalista que por serlo vaya delineando esa sociedad futura que tendrá el nombre que queramos ponerle pero sin duda alguna socializará medios y fines para transformar en realidad lo que hoy es un sueño que a veces se torna pesadilla.

Y para eso precisamos poner en el espectro político una nueva fuerza que conjugue lo mejor de nuestras historias y lo relevante del presente.

Esa fuerza, unitaria, inequívoca en cuanto a sus cometidos, participativa y plural, va a ser el resultado del posicionamiento actual de todos nosotros o no será más que una nueva frustración en ese largo camino de la liberación humana.

Colgarse de parte de los poderes constituidos crea más confusión entre aquellos sobre los que se genera opinión y es por ello que llueven halagos y premios, cargos y prebendas, espacios televisivos y radiales, caricias al ego que cada ser humano lleva dentro por parte del sistema.

Hay que seguir poniendo límites a la cooptación que ejerce el poder y mediante la autonomía y el pensamiento crítico colaborar a armar ese tremendo rompecabezas de los grupos sociales, partidos políticos, sindicatos y toda organización que integre eso que denominamos campo popular.

Ese es el aporte y en tiempos de confusión, esclarecer e iluminar ante las tinieblas no es un aporte menor, seguramente cobrará cada vez más valor a medida que cada pieza vaya encajando.

A veces parece que la culpa por el no hacer en el momento debido se transforma en el hacer mal y en el lugar equivocado.

Llenar ese vacío que permanece es el mayor aporte en épocas de carencia y no entonar plañideros lamentos por dicha ausencia.

No hay nada a la izquierda. Pues entonces a crearlo.

Menudo trabajo nos aguarda si parte de nuestros pensadores no se abocan a esa tarea.

Tarea dificultosa pero imprescindible y que una vez lograda delimitará claramente el quehacer cotidiano.

Es ahora, ante la ausencia que permite generar en otros falsas expectativas cuando el aporte crítico y constructivo hace falta.

La batalla cultural perdida se reafirma con más fuerza cuando aquellos que debieran ser quienes estuviesen en la primera línea de fuego para revertirla ayudan a sostenerla colaborando a consolidar falsas premisas.

Lo menos malo es el pragmatismo triunfante, es el matar los sueños, clausurar la esperanza.

Para las grandes mayorías de vidas mutiladas por la imposibilidad de proyectarse, lo menos malo es la condena a la permanente miseria, a la limosna, a la dependencia. Por algo se dice que la mano que da siempre está encima de la mano que recibe.

La capacidad de soñar o imaginar futuro es obturada por lo menos malo, por esa verbalización que traiciona al lenguaje, por números macroeconómicos que sobrevuelan sobre la angustia de 13 millones de pobres.

Esta democracia ha dado sobradas muestras de que no alcanza, ha enseñado crudamente sus límites, ha amparado la enajenación más profunda ( en época menemista ) de nuestros recursos, ha criminalizado la pobreza y ha resignado que ésta, originada en las recetas liberales se convierta en estructural, más allá de dádivas lastimosas.

Esta democracia de lo menos malo, nos exige comenzar a crear la herramienta política que nos haga construir la mejor democracia donde los hechos se correspondan con los dichos.

Y esa construcción no tiene los mismos tiempos para aquel que carece de todo que para el otro que cuenta con techo, comida, educación y salud.

La paciencia de los que tienen no soporta la menor mirada cuando esta se enfoca en las carencias miserables de la mayoría.

Lo menos malo pone, sin máscara alguna, su verdadero rostro en el dolor de la pobreza.

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