Las luchas revolucionarias de la región, a calzón quitado
Un protagonista de la militancia clandestina de los ‘60 hace un alto en el camino a los 76 años y ofrece detalles de luchas, dudas, golpes, debates, y razones de los combatientes.
TIRSO FIOROTTO - UNO - 13/12/2011
Ernesto Guevara había nacido en la margen occidental del río Paraná, Hébert Mejías Collazo en la República Oriental del Uruguay, con una abuela de Cuba y un abuelo español.
Se encontraron precisamente en Cuba, cuando el Che ya era el Che, en un abrazo que marcaría para siempre al oriental.
De los mensajes del revolucionario argentino cubano tomó Mejías Collazo sus convicciones latinoamericanistas, antiimperialistas.
La semana pasada presentó en Montevideo un libro con los relatos de la vida de sus compañeros, las experiencias propias y el contexto revolucionario de los años 60. En un concurrido encuentro, Mejías Collazo reflexionó sobre las razones de la obra y trazó paralelos con la actualidad.
También se escuchó un vibrante discurso de la militante de La Plenaria Memoria y Justicia, Irma Leites.
Sus expresiones no tuvieron reparos a la hora de calificar al gobierno actual del Uruguay, y dada la trayectoria de Leites merecen especial consideración.
Tanto Mejías Collazo como Leites han visitado Paraná, donde intercambiaron conocimientos y pareceres en varias oportunidades con agrupaciones entrerrianas, en particular las vinculadas a los derechos humanos y la educación.
El centro de “Volvería a hacerlo” es, claro, el Uruguay, pero contiene referencias a momentos señalados de Argentina, Chile, Cuba, Costa Rica y países de Europa, donde el autor estuvo exiliado. Es una vida y es un mundo.
Coherente con su visión, que discute las fronteras sudamericanas, Hébert Mejías Collazo pidió que su obra fuera prologada por dos entrerrianos.
Por siempre sedicioso
“Volvería a hacerlo” es un libro ameno. Da ganas de leerlo de un tirón. Y es tan descarnado y sincero que a más de uno puede provocarle picazón.
El autor no pide adhesiones ni aplausos, no se pone en víctima ni en consejero.
Ha sentido, sí, el deber de ofrecer un relato propio, sin mediadores, sin más interés que la verdad. Y desde la coherencia de su vida incomoda, es cierto, a una dirigencia regional que terminó arreglando con el sistema.
Mejías Collazo es un intransigente y no lo oculta, como no oculta su opción por la violencia revolucionaria.
Aquí se mete en detalles de la conducta personal y por ese camino muestra la red de valores que cruzan al militante de intención revolucionaria y a los grupos. Los tiempos, los modos, los grados, todo es motivo de discusión (cuando no de malentendidos y distanciamientos) hacia afuera y hacia adentro.
Pero aún yendo a los lugares y los momentos que pueden crispar los ánimos, la obra de este oriental sereno y firme tiene la virtud de subrayar los méritos de sus compañeros de ruta, en especial de aquellos que cayeron por sus ideales.
En el fondo, Hébert Mejías Collazo ha sentido que se debía una explicación. A sí mismo, a sus hijos, a sus amores, a sus compañeros, a la sociedad, y una explicación que sirviera a todos, desnuda, para ayudar a comprender, con datos de primera mano, la complejidad de la vida de los militantes.
La obra emociona. La obra interroga y compromete, de cabo a rabo. El autor marca lo que considera gruesos errores, aquí y allá, y también grandes aciertos, y si bien una reflexión puede originarse en un hecho concreto ocurrido en el Uruguay, servirá para el análisis de cualquier experiencia de esa índole.
En algunos casos, toca puntos neurálgicos de las discusiones en la clandestinidad que pusieron a los militantes en una disyuntiva, y que pudieron torcer el rumbo de las luchas civiles en toda América. La mayor o menor adhesión a los lineamientos del Che Guevara y los encontronazos que provocó ese dilema es uno de los ejes de la inquietudes de Mejías, y del libro.
El más callado
En el prólogo redactado por el profesor Mauricio Castaldo y el autor de esta columna, se destaca la intención de Hébert Mejías Collazo de provocar hechos palpables, que consoliden la unidad de los pueblos. Como esto mismo de aceptar una presentación de amigos de la otra banda.
Dicen los prologuistas: el decano, y el más joven, y el más callado, y el que más escucha. El que prende el fuego (también en la churrasquera) y el que hace el mate y convida. El que sirve, el que presta la casa a jóvenes más o menos desconocidos para algún encuentro militante, y tira unos chorizos a la parrilla y les regala choripanes para el camino, a los desconocidos.
Si alguien no comenta quién es Hébert Mejías Collazo, él pasará inadvertido mirando, en un segundo plano, en la última silla, prendido a su cigarro. Acompañando, compañero al fin.
No es una imagen, como se acostumbra ahora. Va en su naturaleza. Es así nomás.
Hébert nos pasea por barrios, cuevas, pocilgas, cárceles, embajadas, y nos muestra desde su vida misma fotos cruciales de la historia del Uruguay, de Cuba, de Chile, de la Argentina… El golpe de Pinochet, el último Perón y la Triple A… Y no los vio desde un balcón precisamente.
Guerrillero y cristiano. Artesano en las esquinas porteñas, predicador en Costa Rica. Exiliado y obrero gráfico en Suecia. Con espíritu revolucionario siempre en su vida, y con agradecimiento siempre, también en esta obra, a esa generosidad de los compañeros, aquí y allá. Tal vez el libro mismo sea una excusa para exaltar la solidaridad, virtud imprescindible para un militante que supo de soledades y prisiones en casi todos los suelos que pisó y en todos dejó, con los girones de su vida, amigos entrañables.
Tres faros
Dos faros, José Artigas, Raúl Sendic, se perciben de fondo, marcando los relieves de las historias de Mejías Collazo. Historias que, en algunos tramos, encadenan frustraciones, hay que decirlo, en el camino que se va haciendo al andar, el de la revolución.
Sendic fue, claro, un imán para este obrero bancario del sudeste oriental que se hizo militante en La Teja y tuvo olfato para las cañas y las remolachas que enarbolaban sus pares obreros del noroeste.
Cuba, por razones que explica bien, resultó determinante, y más con aquel abrazo del Che Guevara que le dio ese combustible que anima para siempre.
Son tres faros, pues. Para un militante hermano que abrazó el cuerpo y las ideas del combatiente de la entrañable transparencia, y que por ello mismo, y por todas las luchas en las que participó y participa puede decir “compañero Che Guevara”, y sin apropiaciones, porque también “el Che es de todos”.
Este es un libro que no sólo reafirma caminos sino que también desmitifica y de-construye ciertas historias e historietas políticas. Un libro que aclara, más que nunca y oportunamente (sobre todo para los recién llegados al debate) bellas entregas, y también miserias personales, ideológicas y políticas de varios de ayer que se transformaron en los políticos de hoy.
Es un libro sin dogmas, de un paisano redondo que se dice embroncado pero no derrotado, de un libertario que puede levantar, inclaudicable, una bandera roja y negra de Libertad o Muerte y, al mismo tiempo y sin dramas, encontrarse en otro abrazo con el Che. Tal vez ésta sea la lección política, para todos nosotros. Y la lucha, la lucha que en Hébert Mejías Collazo es “una cosa vital”.
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Tenemos hambre de alegría
Las palabras de la militante Irma Leites, en la presentación de la obra de Mejías Collazo, se dirigieron a las raíces y al estado actual de las luchas, sin medias tintas.
“Hablar así, como lo hace Hebert, es como hablar de la familia de los padres, hijos, primas y hermanos elegidos, no de los heredados biológicamente, sino de aquellos con los cuales decidimos andar, con los que soñamos, nos comprometimos y nos peleamos… Hebert dice en sus primeras páginas que habla embroncado pero no derrotado. Sencilla y profunda reflexión. Mete las manos en el corazón de la pelea. Porque quiénes de nosotros no hemos sentido muchas veces ‘que nos cae mal haber sobrevivido’, sobrevivido a tantos amados compañeros y compañeras, haber sobrevivido para ver tanta claudicación, tanta inconsistencia ideológica con aquel amanecer soñado”.
“Estas páginas son un sitio para tomar partido, no por un partido, sino por una clase, por la lucha. Tomar posición sobre las polémicas, tomar un lugar y luchar mejor. Pero también un sitio, para volver a afirmar que la inmensa entrega de los que han quedado dignamente comprometidos en el camino, son la parte humana que sostiene su afirmación de ‘Lo volvería a hacer’… Que la coherencia del fundamento social, de la convicción de que no hay sillones posibles que nos detengan en el marco del capital, que hoy hay más causas para volver a hacerlo… el bagaje de la derrota no torcerá la vida elegida por mujeres y hombres que no concebimos en la lucha escaleras para llegar al poder sino trincheras donde destruir el poder esclavizante y construir otro mundo, otra humanidad, otro hombres y mujeres nuevas. Y que el debate histórico sobre el poder popular nada, nada tiene que ver con la sociedad del capital, con las instituciones del capital, con el estado del capital, sino con la insurrección de todos los órdenes de la vida misma de los oprimidos”.
“Un libro para repensar los nefastos efectos de la conspiración del sectarismo, esa forma de vincular las diferencias que corroen. Ese sectarismo que no reparó ni siquiera se corrigió en las cárceles, ante la represión, ante la tortura. Que existió y existe como una forma de abordar las contradicciones, que atomiza y nos relega a que quedemos mucho más expuestos al enemigo. La humanidad trasmitida en estas páginas trasciende incluso los dolores que provoca que hasta te excluyan del Abuso (la fuga) por pensar distinto”.
“Páginas llenas de expropiaciones, sueños de libertad, necesidad de trascender, de no anquilosarse en las herramientas, sino andar siempre buscando el mejor sitio, y si no lo encontramos lo creamos”.
“La injusticia de la propiedad privada, la sacrosanta ley del capital, como las causas de aquella y esta rebelión. La discusión entre anarquistas, marxistas, foquistas, sobreviviendo a la poda ideológica y política de estos tiempos. ¿Para qué? ¿Para alargar madrugadas en debates estériles entre viejos militantes, en medio del humo del cigarro y el vapor del alcohol? Seguro que no, para encontrar otro amanecer. Para impedir, que solo se escuche el monocorde sonido del poder y el miedo a disentir. Hebert afirma que en medio de la confusión ‘democrática progresiva’ agrego progresista, tenemos hambre de alegría. ¡Claro, que sí!”
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El recuerdo de Raúl Sendic
Hébert Mejías Collazo, militante actual de la agrupación Barrikada, encuadró la presentación de su obra en las enseñanzas de Raúl Sendic, y tuvo varias alusiones a la actualidad del Uruguay.
“Este modelo de Estado que aún hoy padecemos ‘tiene una cara y una careta’… Así nos lo decía el Bebe Sendic ya en aquellos tiempos… ahora mejor que nunca llegamos a comprender que se estaba refiriendo a este mismo tipo de Estado que -en ciertos ámbitos juristas- así se lo ha llegado a caracterizar: ‘este Estado, no merece otra calificación que la de ´fascismo-progresista’. Ciertamente: se trata de una muy dura pero certera calificación que -en lo esencial de su contenido- personalmente confieso compartir… Sendic hoy ha pasado a ser uno más entre los olvidados: algo así como un convidado de piedra” en las ‘historietas’ escritas por tanto impostor”.
Mejías mencionó a varios de sus compañeros y aunque el lector pueda conocer poco de estos militantes, vale escucharlo para valorar el espíritu del autor. “quiero aclarar que quienes hoy continúan convocándonos son precisamente ellos: nuestros mártires dignamente caídos en pie de lucha.
Sí: son ellos quienes hoy nos siguen convocando con su ejemplo de entrega y sacrificio: Alfredo Cultelli, Ricardo Zabalza, Jorge Salerno… ( jóvenes militantes caídos en la toma de Pando)… sin dejar de recordar también –junto a ellos- el ejemplo legado por aquellos otros jóvenes mártires estudiantiles: Liber Arce (símbolo de lucha signado desde su bautismo con nombre de consigna)… Susana Pintos, Hugo de los Santos, Héber Nieto... ellos: entre tantos otros que -como la maestra Elena Quinteros- ofrecieron sus vidas por aquella soñada revolución… hoy traicionada”.
La obra “también pretende rendir justo homenaje a la memoria del Bebe Sendic, de Gerardo Gatti y León Duarte… de los tupamaros Eduardo Pinela, Carlos Flores, Mario Robaina, entre tantos y tantos otros. Así como también se trata de rescatar la memoria de los queridos compañeros libertarios: el “gauchito” De León, Elena Quinteros, el “Pocho” Melchoso, el “santa” Romero” … y tantísimos más. Entre unos y otros… también el “loco” Rivera: toda una vida testimonial de lucha consecuente, fallecido -no hace tanto- sin haber alcanzado a vislumbrar siquiera… la realización de sus sueños libertarios por una patria para todos”.
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