La aguda polarización existente en el país se debe, además de la opresión imperialista, a los resabios del colonialismo interno que, paradójicamente, se acentuó con la fundación de la República, al mantener el tributo indigenal, convertir a las comunidades en latifundios y en semi esclavos a los comunarios. Las protestas fueron respondidas con masacres y los acuerdos políticos con traiciones, como la que protagonizó Pando contra Willca, en la guerra federal de 1899.
Diez oligarcas firmaron el “pacto de caballeros”, en los años veinte, para rotar entre las mejores embajadas y el cargo de Canciller. Una barrera étnica separó al Colegio Militar de la Escuela de Sargentos. Era impensable, y lo es todavía, que un quechua, aymara o guaraní presida la Cámara de Industrias, la Asociación de Bancos o de Minería. Encontrar indígenas en las páginas sociales es más difícil que hallar plantas tropicales en el Himalaya.
La Revolución del 52 conquistó el voto universal, es decir la igualdad ciudadana, lo que coaguló en parte las aberraciones citadas, pero el desprecio por el indio, que aún brota de muchas señoras linajudas, se mantiene latente. Después del 52, hubo otros avances, como la relevante participación política de Remedios Loza (CONDEPA), Víctor Hugo Cárdenas (Katarismo) y Felipe Quispe (Partido Indio), los que prepararon el advenimiento de Evo Morales, en quien los sectores indígenas se vieron plenamente representados. Pero los remezones sociales tardan en estabilizarse.
Rebelión-22/5-Debate-Leer
No hay comentarios:
Publicar un comentario