EL CAMINO DEL ARTE. Sánchez restaura y crea, con sus manos moldea lo que será la imagen de una virgen.
Ningún lugar lo refleja mejor: el taller de Ángel Sánchez se emplaza en un sótano insospechado —con garage incluido— en un consorcio de torres donde nadie arriesgaría la existencia de semejante recinto. Hay que bajar por una escalera disimulada y angosta para encontrar dos mesas de trabajo donde se ven figuras de vírgenes en construcción, coronas inacabadas, maderas, herramientas, fotos desperdigadas. En los estantes hay útiles de cocina, como discos, sartenes y también delantales con su nombre y la figura de un pez.
Vírgenes y sartenes, es lo primero que se ve al entrar al taller de Ángel Sánchez, esa es la superficie, pero hay mucho más que eso en la habitación y en la vida de un hombre asociado definitivamente con la acción y la diversidad, con la pasión por hacer, crear, construir, ensayar.
Ángel Sánchez fue mecánico en su tierra, químico en Buenos Aires, obrero agropecuario en Italia y también jardinero; cocinero en Paraná, urbanista en Tabossi, vitraux de oficio, restaurador de la Catedral, defensor de la cocina regional y escritor de recetas para que no se olviden.
“Yo quiero dejar huella”, sostiene, “que mis hijos tengan qué decir de su padre, que se sientan orgullosos”.
El Diario-30/5-Leer
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