Por: Raveli Karlo
Las oprobiosas carcajadas de los mandos y soldados de Zapatero, Jauregi y Rubalcaba que ocupan estos días un tribunal en Donostia, para recordar la potencia del estado y, de paso, ningunear y humillar a sus víctimas y familiares, tienen un significado simbólico terrible, pero al mismo tiempo escenifican una pantomima que quedará, con mucha seguridad, como un último rebuzno absurdo de un estado en el final de su recorrido imperial.
Euskal Herria: un país de Europa donde se cuentan por millares las personas que hemos padecido tortura, solo en las últimas décadas. Y a centenares de miles las que han sufrido esta máxima barbaridad institucional a lo largo de la colonización.
Médicos, directores de periódicos, escritores, artistas, profesores de escuela o universidad, conjuntamente con políticos y militantes de asociaciones culturales, ecologistas o deportivas, juntos a una incontable multitud de jóvenes patriotas, comunistas, libertarios, obreros trabajadores o parados, mujeres de toda condición, resistentes voluntarios de muchas características, algunos reconocidos como verdaderos héroes en esta larga lucha, otros como simples grandes compañeros de un día o de unos años en algunos de sus recorridos.
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