La semana que pasó ha estado signada por grandes gestos por parte del gobierno nacional. Por un lado para fortalecer el relato y por otro, para delimitar la cancha comprendiendo que para ejercer poder no basta con las banderas y proclamas, es decir, todo el andamiaje subjetivo que constituye la construcción del kirchnerismo, sino que es necesario el aparato y en ese punto parece ser que Cristina Fernández está tratando de poner en pie un aparato político propio, como lo definen algunos, kirchnerismo puro.
Es comprensible luego de gobernar hasta ahora con el vetusto aparato peronista, disciplinado por la caja del Estado nacional que a esta altura del modelo ya no tiene los recursos necesarios para sostener esas fidelidades, siempre tan materiales. Decimos que es comprensible porque el gobierno entiende que los tiempos venideros no serán de bonanza y para pilotear en la tormenta es necesario un sólido partido que garantice la disciplina social.
El intento de repetir una historia reciente parece ser más un acto de improvisación, que una movida táctica con la habilidad que ha sabido mostrar el oficialismo. La transversalidad impulsada por el ex presidente Néstor Kirchner (recuerdan, en Puerto Madero) fue tan efímera como las demás patriadas K, y el retorno al peronismo fue inevitable.
La cuestión es que en aquel entonces el intento de salida del peronismo se dio en mejores condiciones que las actuales y sin embargo culminó en un fracaso.
De ahí que el intento de entronizar a La Cámpora, ocupando tanto cargos públicos como lugares en los actos oficiales y el llamado a la juventud a continuar el “proyecto nacional” en el acto del estadio de Vélez, posiblemente termine más temprano que tarde, en una nueva negociación con los denostados caudillos del PJ. Las causas no hay que buscarlas en las arengas o discursos del gobierno, porque no están en los deseos o intenciones de determinados políticos, sino en el hecho de que estas expresiones políticas no representan ningún proyecto de país alternativo al capitalismo dependiente -ni puede hacerlo-, al lugar que ocupa nuestro país en la división internacional del trabajo y al modelo extractivista profundizado en las últimas décadas.
La otra veta que mostró el acto del 27 de abril fueron las profundas grietas y contradicciones que se desarrollan en el interior del partido gobernante. El aislamiento de Scioli fue evidente, ocupó en el acto un asiento detrás de su vice Mariotto, un kirchnerista de paladar negro.
Pero no es el único frente abierto por CFK; la ausencia anunciada de Moyano y la falta de un candidato incondicional para la CGT, (no hay entre los gordos ningún Yasky), configuran un panorama de varios frentes de batalla abiertos al mismo tiempo, algo que condenan todos los manuales de estrategia.
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