Esa sonrisa en esa foto llena esta habitación estrecha, apenas acariciada por el sol de mediodía. La foto está puesta ahí, en un aparador de la abuela, y es una nena que se sonríe con sonrisa plena.
Un día, un jueves de diciembre, esa nena fue un duende, y ese duende se paseó por la casa dando pequeños brincos, y después, ese día, ese jueves de diciembre, se mezcló con otros nenes, vestidos cada uno con fantasías propias, y todos festejaron la ocurrencia.
Era el fin de clases y Pilar Santana estaba pisando sobre una nube de alegría: había terminado el primer grado, y no podía despegarse de la mano de su mamá. El encantamiento duraría apenas esto, nada. La noche de aquel día apagaría de un soplo aquella sonrisa plena. El viernes Pilar amaneció envuelta en vómitos y sopor.
Era un viernes: 12 de diciembre. El 16 estaba internada en el Hospital Austral, de Pilar, en la provincia de Buenos Aires. Un diagnóstico violento la arrancó de su cama, un accidente cerebrovascular que la dejó en un coma profundo, del cual ahora está saliendo. Se recupera con la fuerza del afecto, la perseverancia de la fe, la constancia de los sacrificios más sublimes en una habitación del Instituto Fleni, en Escobar, Buenos Aires.
El Diario-14/5-Leer
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