sábado, 4 de septiembre de 2010

Abasteciendo el mercado internacional, como siempre, hoy con soja y metales...

Margarita Belen no fuè la primera y si no cambia la cosa, tampoco serà
la ùltima.......


LA MASACRE DE NAPALPÍ - 19 de julio de 1924

En 1924 asesinaron a 200 aborígenes de Napalpí, Chaco. Reclamaban por
sus salarios. A los descendientes ni siquiera les permiten recordar el
hecho en un acto en las escuelas.

El cacique José reclama una reparación histórica.

Cuando se cumplen 86 años de la matanza de 200 tobas y mocovíes, en
Napalpí, Chaco, un cacique reclama una reparación histórica que, desde
hace décadas, es incumplida: un cartel que indique que allí tuvo lugar
la masacre ordenada por el gobernador chaqueño, Fernando Centeno. El
19 de julio de 1924, a la mañana, la policía rodeó la Reducción
Aborigen de Napalpí, de población toba y mocoví, y durante 45 minutos
no dejaron descansar los fusiles. No perdonaron a ancianos, mujeres ni
niños. Asesinaron a todos y, como trofeos de guerra, cortaron orejas,
testículos y penes, que luego fueron exhibidos como muestra de
patriotismo en la localidad cercana de Quitilipi. Los asesinados
fueron más de 200 aborígenes que reclamaban una paga justa para
cosechar el algodón de los grandes terratenientes. Para justificar la
matanza, la versión oficial esgrimió una "sublevación indígena". A 86
años de la masacre, no habrá actos oficiales, pero los pobladores
originarios la recordarán en cada comunidad.

En 1895, la superficie sembrada de algodón en el Chaco era de sólo 100
hectáreas. Pero el precio internacional ascendía y los campos del
norte comenzaron a inundarse de capullos blancos donde trabajaban
jornadas eternas miles de hombres de piel oscura. En 1923, los
sembradíos chaqueños de algodón ya alcanzaban las 50 mil hectáreas.
Pero también debían multiplicarse los brazos que recojan el "oro
blanco".
El 12 de octubre de 1922, el radical Marcelo T. de Alvear había
reemplazado en la presidencia a Hipólito Yrigoyen y el Territorio
Nacional del Chaco ya se perfilaba como el primer productor nacional
de algodón. Pero en julio de 1924 los pobladores originarios toba y
mocoví de la Reducción Aborigen de Napalpí –a 120 kilómetros de
Resistencia– se declararon en huelga: denunciaban los maltratos y la
explotación de los terratenientes. Los ingenios de Salta y Jujuy
ofrecieron mejor paga. Hacia allá intentaron ir los pobladores, pero
el gobernador Centeno prohibió a los indígenas abandonar el Chaco. Los
pobladores de Napalpí decidieron resistir. El 18 de julio, y con la
excusa de un supuesto malón indígena, Fernando Centeno dio la orden.

A la mañana del 19 de julio, 130 policías y algunos civiles partieron
desde la localidad de Quitilipi hasta Napalpí. Después de 45 minutos
de disparar los Winchester y Mauser a todo lo que se movía, sólo quedó
el silencio y la humareda de los fusiles. Los heridos –fueran hombres,
mujeres o niños– fueron asesinados a machetazos. El periódico Heraldo
del Norte recordó el hecho a finales de la década del ’20: "Como a las
nueve, y sin que los inocentes indígenas realizaran un solo disparo,
hicieron repetidas descargas cerradas y enseguida, en medio del pánico
de los indios (más mujeres y niños que hombres), atacaron. Se produjo
entonces la más cobarde y feroz carnicería, degollando a los heridos
sin respetar sexo ni edad".

El 29 de agosto –cuarenta días después de la matanza–, el ex director
de la Reducción de Napalpí, Enrique Lynch Arribálzaga, escribió una
carta que fue leída en el Congreso nacional: "La matanza de indígenas
por la policía del Chaco continúa en Napalpí y sus alrededores; parece
que los criminales se hubieran propuesto eliminar a todos los que se
hallaron presentes en la carnicería del 19 de julio, para que no
puedan servir de testigos si viene la Comisión Investigadora de la
Cámara de Diputados".

El libro Memorias del Gran Chaco, de la historiadora Mercedes Silva,
confirma el hecho y cuenta que el mocoví Pedro Maidana, uno de los
líderes de la huelga, corrió esa suerte. "Se lo mató en forma salvaje
y se le extirparon los testículos y una oreja para exhibirlos como
trofeo de batalla", asegura.

En el libro Napalpí, la herida abierta, el periodista Vidal Mario
detalla: "El ataque terminó en una matanza, en la más horrenda masacre
que recuerda la historia de las culturas indígenas en el presente
siglo. Los atacantes sólo cesaron de disparar cuando advirtieron que
en los toldos no quedaba un indio que no estuviera muerto o herido.
Los heridos fueron degollados,algunos colgados. Entre hombres, mujeres
y niños fueron muertos alrededor de doscientos aborígenes y algunos
campesinos blancos que también se habían plegado al movimiento
huelguista".

Un reciente microprograma de la Red de Comunicación Indígena destaca:
"Se dispararon más de 5 mil tiros y la orgía de sangre incluyó la
extracción de testículos, penes y orejas de los muertos, esos tristes
trofeos fueron exhibidos en la comisaría de Quitilipi. Algunos muertos
fueron enterrados en fosas comunes, otros fueron quemados". En el
mismo audio, el cacique toba Esteban Moreno contó la historia que es
transmitida de generación en generación. "En las tolderías aparecieron
soldados y un avión que ametrallaba. Los mataron porque se negaban a
cosechar. Nos dimos cuenta de que fue una matanza porque sólo murieron
aborígenes, tobas y mocovíes, no hay soldados heridos, no fue lucha,
fue masacre, fue matanza, por eso ahora ese lugar se llama Colonia La
Matanza."

La Reducción de Napalpí –palabra toba que significa lugar de los
muertos– había sido fundada en 1911, en el corazón del Territorio
Nacional del Chaco. Las primeras familias que se instalaron eran de
las etnias Pilagá, Abipón, Toba, Charrúa y Mocoví. El corresponsal del
diario La Razón, Federico Gutiérrez, escribió en julio de 1924:
"Muchas hectáreas de tierra en flor están en poder de los pobres
indios; quitarles esas tierras es la ilusión que muchos desean en
secreto".

A ochenta y seis años de la masacre, el lugar está sólo habitado por
una familia que dice escuchar los lamentos de las víctimas cuando
cambia el viento. El cacique Alfredo José dijo a Télam que reclama una
reparación histórica. Su antecesor, Angel Nicola, recordó con amargura
las promesas incumplidas de autoridades y legisladores. Reclaman que
se coloque un cartel que indique que allí, en Napalpí, ocurrió la
matanza. José impulsó una ceremonia en la escuela de Colonia Aborigen,
pero no prosperó porque el tema no figura en los programas de estudios
de los descendientes de los masacrados. Una frustración más: los
carteles oficiales de la Ruta Nacional 16 ubican a Napalpí en otra
parte, como otra muestra del olvido y ocultamiento.

A.C

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