miércoles, 22 de septiembre de 2010

Para los pobres, mercado - Atilio Boron

Son muchas las pruebas que, en la actualidad, demuestran la inviabilidad del capitalismo como modo de organización de la vida económica. Uno de sus máximos apologistas, el economista austríaco-americano Joseph Schumpeter, gustaba argumentar que lo que lo caracterizaba era un continuo proceso de “destrucción creadora”: viejas formas de producción o de organización de la vida económica eran reemplazadas por otras en un proceso virtuoso y de ininterrumpido ascenso hacia niveles crecientes de prosperidad y bienestar. Sin embargo, las duras réplicas de la historia demuestran que se ha producido un desequilibrio cada vez más acentuado en la ecuación schumpeteriana, a resultas del cual los aspectos destructivos tienden a prevalecer, cada vez con más fuerza, sobre los creativos: destrucción cada vez más acelerada del medio ambiente y del tejido social; del estado y las instituciones democráticas y, también, de los productos de la actividad económica mediante guerras, la obsolescencia planificada de casi todas las mercancías y el desperdicio sistemático de los recursos productivos.

Una nueva prueba de esta inviabilidad ya no a largo sino a mediano plazo del capitalismo lo otorga su escandalosa incapacidad para resolver el problema de la pobreza, tema que en estos días está siendo discutido en el marco de la Asamblea General de la ONU. A pesar de los modestos objetivos planteados por las llamadas “Metas del Milenio” para el año 2015 –entre los que sobresale la reducción de la población mundial que vive con menos de 1,25 dólares al día-, lo cierto es que ni siquiera tan austeros (por no decir insignificantes) logros podrán ser garantizados. De hecho, si a nivel mundial se produjo una relativa mejoría esto debe atribuirse a las políticas seguidas por China e India, que se apartaron considerablemente de las recomendaciones emanadas del Consenso de Washington. Más allá de esto sería interesante que los tecnócratas del Banco Mundial y del FMI explicaran cómo podría calificarse a una persona que habiendo superado el fatídico umbral del 1,25 dólar por día gana, por ejemplo, 1,50. ¿Dejó de ser pobre? ¿Es un “no-pobre” por eso? ¿Y qué decir de la estabilidad de sus misérrimos ingresos en un mundo donde aquellas instituciones pregonan las virtudes de la flexibilización del mercado laboral?...

Rebelión-22/9-Leer

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