lunes, 11 de julio de 2011

Floro en la memoria

A propósito de un error muy generalizado sobre los charrúas


DANIEL TIRSO FIOROTTO


Publicado en semanario La Ciudad, de Diamante.

Durante el certamen de fútbol que se desarrolla en estos días, con una Selección Argentina sembrando más dudas que certezas, escuchamos a un periodista con esta aclaración: “no nos referimos a los argentinos, sino a los charrúas”. Aquí, algunas puntas para responder al colega porteño con Artigas, con Sampayo y con el charrúa Floro que fue vecino nuestro, por las islas de Diamante.

Digamos de entrada que a los orientales los solemos llamar “charrúas”, y a los paraguayos “guaraníes”.

Decimos, por caso, “el seleccionado guaraní”, y se entiende que hablamos del equipo del Paraguay. “Los aztecas”, y es clara la referencia a México.

En la Argentina convivimos guaraníes, charrúas, kollas, mapuches, diaguitas, qom, wichís, entre otros muchos, pero la historia más difundida ha menospreciado a los pueblos que vivían aquí antes de la conquista europea, al punto que ninguna de las culturas parece ser hondamente argentina, para esa historia, e incluso nos suelen llamar hijos de los barcos. Todo un reduccionismo, un engaño.

Con los charrúas, pasa que el periodista porteño quizá ignore que esta gran nación no diferencia una costa de la otra, no pone un límite en el río Uruguay.

Si nos vamos a la historia un poco más lejana, somos charrúas los argentinos y los orientales. Si es por el presente, lo mismo. Pero veamos algo más.

Artigas, argentino

El mayor de los líderes populares sudamericanos, José Artigas, amigo de los pueblos charrúa y guaraní, se sabía “argentino”.

El investigador Hernán Brienza (lo escuchamos hace poco en la presentación de una de sus obras, “El loco Dorrego”), se refirió a la argentinidad de Artigas en una columna. “Un rioplatense que ayudó a liberar a su patria y fue despojado de ella. Su nombre es José Gervasio de Artigas y fue, quizás, el revolucionario y demócrata más profundo de los próceres argentinos. Porque, mal que les pese a orientales y occidentales, Artigas fue un argentino hasta el último día de su vida”.

“Es el propio jefe oriental el que con su acción política demostró su voluntad por mantener su argentinidad. Entre los años 1810 y 1820 participó política y militarmente dentro del territorio de las por entonces Provincias Unidas, y su protectorado de los pueblos libres abarcó la Banda Oriental, la Mesopotamia, Santa Fe y Córdoba. Su proclama de Mercedes, el 11 de abril de 1811, reconoció la regencia de la Junta de Buenos Aires, y encabezó el éxodo oriental hasta tierras occidentales. Además, la versión original del himno argentino celebraba las victorias de San José y Piedras, libradas bajo la comandancia de Artigas en suelo oriental. En 1812 estableció que la Provincia Oriental formara parte indisoluble de las Provincias Unidas y envió sus diputados a la Asamblea del año XIII con instrucciones precisas: independencia, federalismo, libertad civil y religiosa, forma republicana de gobierno, ubicación del gobierno federal fuera de Buenos Aires”.

Y sigue Brienza: “Sus exigencias fueron demasiado para los políticos porteños, que deseaban un maniobrable país-maceta con ellos a la cabeza. Artigas, entonces, se convirtió en enemigo acérrimo de los directoriales –posteriormente unitarios– que hicieron lo posible, lo imposible y lo aberrante para sacarse de encima al líder oriental. Es decir, intentaron sobornarlo con la independencia del Uruguay, pero Artigas se negó dos veces. Finalmente, el director supremo, Juan Martín de Pueyrredón, pactó con los portugueses la entrega de la provincia a cambio de que le sacaran de encima a Artigas. El líder de los orientales continuó con su derrotero hasta que vencido por el, al menos, irresponsable caudillo entrerriano Francisco “Pancho” Ramírez, se exilió en el Paraguay. Cuando Uruguay se independizó, Artigas exclamó: “Yo ya no tengo Patria”. Y tenía razón: Su patria, las Provincias Unidas del Río de la Plata, había expulsado a la provincia donde él había nacido. Artigas se había convertido en un apátrida que añoraba una nación que ya no existía: la gran federación americana. Antes de morir, en septiembre de 1850, apenas un mes después que José de San Martín, encabezó su testamento: “Yo, José Gervasio de Artigas, argentino, de la Banda Oriental…”. Como en los melodramáticos versos de Carlos Guido y Spano, Artigas había sido ‘argentino hasta la muerte’”.

Sampayo con Floro

En un diálogo que mantuvimos con el poeta y compositor Aníbal Sampayo en la casa del Zurdo Martínez en Paraná nos habló del indio Floro, un charrúa que él mismo visitó en la zona de Diamante.

Buscaremos esa charla, que seguramente tenemos grabada por ahí.

Nos interesa, como un testimonio más del tránsito de los charrúas de un lado al otro, sin aceptar fronteras ficticias. Floro también nos hermana a los entrerrianos y orientales, cómo no.

Sobre Floro hay más datos, pero nos limitaremos aquí a un diálogo de Nélson Caula con el gran artista sanducero, Aníbal, autor de tantas piezas hondamente entrerrianas, orientales, que falleció en mayo de 2007. Con este diálogo dejamos sentado nuestro repudio a la pretendida “aclaración” del periodista porteño, que por lo menos debió hacer una digresión: la selección uruguaya puede ser llamada “charrúa” con toda justicia, pero resulta imposible quitar al charrúa del corazón de nuestra identidad regional. Somos charrúas a mucha honra, somos entrerrianos, somos argentinos, mal que les pese.

De paso, vendría bien preguntar a los descendientes del fotógrafo Pedro Luis Raota por aquellas fotografías de Floro (que señaló Sampayo). Algo aparece en Internet, pero no está claro que esa imagen sea verdaderamente de Floro.

Hay una historia un poco distinta contada por Ricardo Infante Caminal, y un adelanto de nota en un diario de Montevideo en 1964, sobre Floro, pero esa nota no se habría publicado allí luego.

Y aquí van, pues, las preguntas de Caula y las respuestas de Sampayo.

-¿Cómo hizo el indio Floro para vivir tantos años?

-Zafó de la matanza de Rivera en 1831, pasó con su tribu por el Queguay y allí frente a Entre Ríos se fueron escondiendo, y más adelante Urquiza los mandó al Paraná, a la altura de Diamante. Cuando los sacan de Entre Ríos, Floro, que era un indiecito se perdió en el monte. Tenía ocho años entonces, y lo encuentra un peón de campo que lo lleva a la estancia y lo empezó a criar el patrón, y pasó de patrón en patrón.

-¿Y con los que se fueron al Paraná que pasó? ¿se quedaron allí? ¿se volvieron? ¿o se fueron al Chaco?, porque hace poco encontramos Charrúas conviviendo con los Tobas en el Chaco?

-Sí, sí, Charrúas en el Chaco hay, sí; pero de éstos que fueron al Paraná, se perdió un poco el rastro. Se fueron al delta, una isla del delta, se tuvieron que refugiar ahí. La cuestión es que el indio Floro quedó allí en esa estancia. Un día arrancamos a verlo con Raota, que era un amigo de ahí, después se caso con una alemana y se fue para Europa y se llevó todas las fotos que le sacamos al indio. Y el indio murió cuando yo estaba preso en (el penal de) Libertad. Recuerdo que la revista (argentina) Siete Días apareció en el penal, y un milico la estaba mirando, yo estaba barriendo un celdario y yo veo una foto y digo, "Ah, mirá el indio Floro en la revista ¿que será ésto?". Y le digo al milico, "a ese hombre lo conozco yo", pero no pasó nada, "ah, si", me dijo y nada más. Yo tratando de ver si me dejaba mirar, pero no, no te daban nada; además tenían miedo de contactarse con nosotros, al cuete nomás, porque estábamos re-encerrados ahí. O sea que se había muerto el indio ¿no? Pude captar eso y que habían llevado el cadáver a Buenos Aires para estudiarlo y esas cosas. Mucho después me encontré con el hijo de Raota, un muy buen fotógrafo el también, en Entre Ríos, ya muerto el padre en Alemania, y le dije, "a ver si me conseguís las fotos del indio, que les sacó tu padre",

-¿En vida lo frecuentó seguido o lo vio esa única vez?

-Yo anduve por ahí en el 63, cuando hacía giras. Después de eso no lo vi más al indio.

-Y esas historias que quedó en el monte y eso ¿se lo contaba él?

-Sí, sí, sí; él me lo contó. Él estaba viviendo en esa estancia, un hombre muy, de a caballo. El día ese que nosotros llegamos estaba comiendo, él sólo nomás, medio cordero. Ah, sí, comía bien el hombre.

-¿Manejaba algunas palabras de la lengua charrúa?

-Hablaba un poquito sí, pero por lo general en castellano, aunque era muy parco el hombre. Después lo presentaron como el último charrúa, y sí; te imaginás que en el 63 faltaban muchos datos, ya andaban algunos historiadores, pero no se sabía mucho ¿no?

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El charrúa Floro, carne con fariña y mate

(Narración de Ricardo Infante Caminal, sobre la relación de Aníbal Sampayo con Jorge Cafrune, y una visita a Floro, publicada en la revista Posta Porteña).

En una oportunidad lo llamó a Paysandú.

-Urgente, Aníbal, venite lo más pronto que puedas.

-¿Arreglo la camioneta?

Se refería a ponerle suplementos en los elásticos para disimular el peso.

-Así nomás, vos y yo. Tenemos que viajar un poco.

Aníbal preparó la “Indio” y arrancó, muy intrigado. ¿Qué sería tan importante?

Cafrune lo estaba esperando.

-¡Vamos!, -le dijo- ¡hasta Entre Ríos sin escalas!

-¿Dónde?, ¿y qué vamos a hacer en Entre Ríos?

Cafrune que ya no aguantaba más, le empezó a contar.

-¡Encontré un Charrúa auténtico Aníbal! ¡Tenemos que ir urgente porque está muy enfermo!

-¿Y me hacés venir por eso? Allá en Paysandú hay como cincuenta que dicen que son charrúas y nadie les da pelota.

-¿Sabés cuántos años tiene Aníbal? ¡Ciento cuarenta y siete!

Aníbal paró la camioneta a un costado de la carretera y lo quedó mirando.

-¡Me estás jodiendo! –pero empezó a sospechar que estaba por ocurrir algo inusitado.

-¡Pero entonces…!

Prestó atención al relato del turco, yendo de asombro en asombro.

¡Estuvo en Salsipuedes Aníbal, cuando Rivera masacró a los Charrúas!

Se escapó con su madre que estaba herida, cruzando el Uruguay, La madre murió y él siguió huyendo solo. ¡Tenía nueve años! Cuando no pudo más, se quedó en unos pajonales esperando la muerte. ¡Entregarse... nunca! No sabía que estaba dentro de los límites de una estancia muy grande de la zona.

Los peones que andaban recorriendo lo encontraron con los perros que lo confundieron con una fiera. En realidad, ¡era una fiera! Enfrentó a los perros sin armas y lo salvó que los peones se dieron cuenta.

¡Lo tuvieron que enlazar! Después lo llevaron a la estancia. No había comido en varios días. Le hablaban en español, pero el contestaba en charrúa. Nunca quiso hablar en español. Como su nombre era impronunciable, le pusieron FLORO.

Ahí se quedó.

Comía carne asada con fariña y tomaba mate. Nunca aceptó otra cosa. Cuando murió tenía todos los dientes, aunque muy gastados.

Con sus propias manos se hizo un ranchito y ahí vivía, solo.

El dueño de la estancia, nunca lo molestó y le proporcionó todo lo necesario para su subsistencia. En ocasiones salía de cacería y volvía a los días.

El viejo Aníbal puso todas estas cosas en un pequeño librito que yo le pasé a máquina en la celda. Se llamaba “Por el camino de los Tapes”, pero nunca supe que se publicara. Decía que la estancia fue pasando de mano en mano, pero había una cláusula “no escrita” en el contrato que no se podía modificar: el indio Floro pertenecía a ella, y ahí se quedaba.

Después que Aníbal escuchó todo esto, puso la camioneta en marcha y dijo:

-¿Para donde agarramos?

El turco era el guía. Mapa en mano, fueron llegando. Los recibió el dueño de la estancia.

En realidad era quien se había puesto en contacto con Cafrune diciéndole:

¡Venga rápido porque está muy enfermo!

Me contaba Aníbal que cuando iban llegando al ranchito los embargaba una emoción muy intensa. ¡Iban a ver un Charrúa auténtico!

Cuando cruzaron la puerta, el estanciero les hizo seña de silencio. Avanzaron y ahí estaba: sobre un catre de lona, durmiendo. Unas pocas cosas en un rincón que por la poca luz, Aníbal no pudo ver que era. Nada más.

Así vivía un dueño auténtico de esta tierra.

Se fueron despacio...en silencio.

Unos días después murió.

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