Desde hace varios años los periodistas y otros trabajadores que debemos atender asuntos sociales, comunes, damos vuelta sobre lo mismo en la provincia de Entre Ríos.
Debe ocurrir en todos lados, pero los que conocemos más esta región, hablamos de esto, y en verdad esa monotonía, ese giro sobre los mismos caminos trillados, nos termina desgastando si no estamos prevenidos. No diría que nos aburre, pero la reiteración de los mecanismos tal vez sí ayude a que muchos naturalicen el estado de cosas. Pierdan la capacidad de sorprenderse.
En algún punto nos dejamos arrastrar por la conveniencia de sectores de poder que necesitan pequeños cambios para que nada cambie, y mantenernos entretenidos en asuntos no prioritarios.
Esta suerte de cansancio es lo que nos provocan las noticias que llegan desde Santa Elena, capital de la corrupción, capital de la destrucción de expectativas, capital del abuso empresario.
Constantini mantuvo abierto 18 meses el frigorífico luego de la privatización, lo clausuró, pidió créditos al estado (al pueblo) y dejó un muerto de 100 millones de dólares (su deuda con punitivos).
Luego de mil gestiones de los trabajadores constituidos en cooperativa, con enorme esfuerzo y talento, el estado nacional decidió ceder la planta (coincidencias entre Eduardo Duhalde y Néstor Kirchner y gobernantes locales) a uno de los empresarios más cuestionados del país, Sergio Taselli.
Y bien: en esos días nuevamente es noticia porque está despidiendo personal. El cuento de nunca acabar.
Los manejos turbios permitidos por los gobiernos en lo que fue la planta alimentaria más grande de la Mesopotamia, un frigorífico que en verdad reunía a diez fábricas juntas con más de 3.000 empleados, ya son un clásico en las tierras de López Jordán.
Y esa es una noticia, pero hay otras similares o peores.
El frigorífico y El Quebracho...
Tirso Fiorotto-UNO-8/8-Leer
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