Jorge Riani
En las más intrascendentes de las decisiones, como doblar la esquina o seguir, en los eventos que corren por fuera de cualquier cálculo puede estar un pequeño engranaje, engranaje de relojería, vital para hechos posteriores, luego convertidos en el andamio sobre el que se recuesta una gran historia, un logro.
Gutiérrez le dice a Nula en La Grande, de Juan José Saer: “Si Ulises no hubiese vuelto derecho a su casa, la Odisea no existiría”.
En eso que algunos llaman azar y otros destino se recuesta la parte sobresaliente de la vida de José S. Álvarez. Es probable que si no lo hubiesen expulsado de la Escuela Normal de Paraná no hubiera recalado nunca en Buenos Aires, donde se convirtió en Fray Mocho: el gran periodista y hacedor de la más célebre revista argentina, Caras y Caretas.
Era un jodón irremediable. Sus biografías abundan en detalles sobre noches de juerga –sana, casi inocente– en su ciudad natal, “con nombre de estornudo, cómo el definiría”: Gualeguay-chú; o en Concepción del Uruguay, donde concurrió al histórico Colegio del Uruguay; o en la capital entrerriana, donde llegó para estudiar gracias a una beca que le otorgó Onésimo Leguizamón, el entrerriano que fuera ministro de Culto e Instrucción Pública en la gestión de Avellaneda.
Lo cierto es que había llegado a Paraná para convertirse en maestro, pero una sublevación contra el director José María Torres lo tuvo entre los protagonistas y eso le valió la expulsión. No alcanzó con que haya venido becado por el ministro Leguizamón.
El 1879 gastaba sus días y José S. sus veinte años, cuando se encuentra con el camino de la docencia truncado. Optimista y decidido, el joven entrerriano, que ya había hecho sus primeras crónicas en diarios paranaenses, decide convertir esa circunstancia inesperada en una oportunidad.
El Diario-8/8-Leer
En las más intrascendentes de las decisiones, como doblar la esquina o seguir, en los eventos que corren por fuera de cualquier cálculo puede estar un pequeño engranaje, engranaje de relojería, vital para hechos posteriores, luego convertidos en el andamio sobre el que se recuesta una gran historia, un logro.
Gutiérrez le dice a Nula en La Grande, de Juan José Saer: “Si Ulises no hubiese vuelto derecho a su casa, la Odisea no existiría”.
En eso que algunos llaman azar y otros destino se recuesta la parte sobresaliente de la vida de José S. Álvarez. Es probable que si no lo hubiesen expulsado de la Escuela Normal de Paraná no hubiera recalado nunca en Buenos Aires, donde se convirtió en Fray Mocho: el gran periodista y hacedor de la más célebre revista argentina, Caras y Caretas.
Era un jodón irremediable. Sus biografías abundan en detalles sobre noches de juerga –sana, casi inocente– en su ciudad natal, “con nombre de estornudo, cómo el definiría”: Gualeguay-chú; o en Concepción del Uruguay, donde concurrió al histórico Colegio del Uruguay; o en la capital entrerriana, donde llegó para estudiar gracias a una beca que le otorgó Onésimo Leguizamón, el entrerriano que fuera ministro de Culto e Instrucción Pública en la gestión de Avellaneda.
Lo cierto es que había llegado a Paraná para convertirse en maestro, pero una sublevación contra el director José María Torres lo tuvo entre los protagonistas y eso le valió la expulsión. No alcanzó con que haya venido becado por el ministro Leguizamón.
El 1879 gastaba sus días y José S. sus veinte años, cuando se encuentra con el camino de la docencia truncado. Optimista y decidido, el joven entrerriano, que ya había hecho sus primeras crónicas en diarios paranaenses, decide convertir esa circunstancia inesperada en una oportunidad.
El Diario-8/8-Leer
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