Por Boaventura de Sousa Santos *
Las divisiones históricas entre las izquierdas fueron justificadas por una imponente construcción ideológica pero, en realidad, su sostenibilidad práctica –es decir, la credibilidad de las propuestas políticas que les permitieron atraer seguidores– se basó en tres factores: el colonialismo, que permitió el desplazamiento de la acumulación primitiva del capital (a través del despojo violento, con incontable sacrificio humano, muchas veces ilegal y siempre impune) hacia fuera de los países capitalistas centrales donde se libraban las luchas sociales consideradas decisivas; la emergencia de capitalismos nacionales con características tan diferentes (capitalismo de Estado, corporativo, liberal, socialdemocrático) que daban verosimilitud a la idea de que habría alternativas para superar el capitalismo; y, finalmente, las transformaciones que las luchas sociales fueron produciendo en la democracia liberal, permitiendo alguna redistribución social y separando, hasta cierto punto, el mercado de las mercancías (los valores que tienen precio y se compran y venden) del mercado de las convicciones (las opciones y los valores políticos que, al no tener precio, no se compran ni se venden). Si para algunas izquierdas esa separación era un hecho nuevo, para otras era un engaño peligroso.
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