| Traducido del francés para rebelión por Beatriz Morales Bastos |
Desde finales del siglo XVIII Occidente impuso su hegemonía sobre el mundo musulmán y sobre el conjunto de los tres continentes. Al partir a la conquista del mundo para exportar sus capitales y sus ideales, «los burgueses conquistadores» occidentales sometieron a los pueblos de Asia y de África. La invasión de Egipto por parte de los ejércitos de Bonaparte, la colonización de India por parte de Inglaterra, la conquista de Argelia y después del África subsahariana y del conjunto del Magreb marcaron el avance inexorable de los ejércitos occidentales. El desmantelamiento del Imperio Otomano tras la guerra de 1914-1918 significó poner al conjunto del mundo musulmán bajo tutela directa o indirecta.
Esta hegemonía occidental no es únicamente económica, militar y política. También es cultural, ideológica y espiritual. El discurso orientalista acompaña y legitima el proyecto de dominación occidental sobre el mundo musulmán. Al aliar este discurso que desvaloriza al Otro con la promoción de su propia ideología, el «Occidente oficial» promueve una nueva identidad colectiva: la suya. Como ya escribían Marx y Engels, la burguesía occidental obligó a todas las naciones «a introducir en ellas lo que se denomina civilización, es decir, a volverse burguesas. En una palabra, se crea un mundo a su imagen» [1].
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