domingo, 20 de febrero de 2011

El Pilar y Benegas, intriga y traición

El 22 de febrero de 1814, gracias a José Artigas, entrerrianos y orientales derrotaron en El Espinillo, a 25 kilómetros de Paraná, a una fuerza enviada por el director Antonio Gervasio Posadas para liquidar la influencia artiguista en Entre Ríos y fundaron la independencia de nuestra provincia.

Acta del tratado del Pilar, pieza maestra de la intriga de Manuel de Sarratea, firmada por Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires.

Casi seis años más tarde, el 23 de febrero de 1820, Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires firmaron el tratado del Pilar, pieza maestra de la intriga de Manuel de Sarratea, que tras la derrota del ejército porteño en Cepeda, donde las montoneras federales arrasaron a Rondeau en “la batalla del minuto”, encontró la manera de transformar el revés en triunfo, eliminar a su archienemigo Artigas y luego a Francisco Ramírez y dejar a Buenos Aires dueña de todo.

AIM-20/2-Leer



Pueblo charrúa: de personajes de circo a valientes libertarios

Ocuparon el territorio que los mapas identifican como Uruguay, Santa Fe y Entre Ríos. En esta provincia convivieron por 70 años con los españoles, gracias a una paz negociada que contemplaba el respeto de mutuos intereses. Hasta que un día estalló la guerra y la matanza se prolongó por años. Los charrúas, esa nación originaria libró una guerra sin descanso para evitar su extinción. Fueron víctimas de emboscadas y engaños. También de humillaciones como fue mostrarlos en un circo francés a modo extrañezas de la exótica Sudamérica.

Jorge Riani

El detalle del gargajo pardo escupido a la vereda, pardo por mascar tabaco, aporta un instante repugnante, fugaz y verídico. Así se la pasaba todo el día, escupiendo una loza blanca hasta dejarla marrón, el abuelo de Sergio Escalante.
Contaba Escalante que su abuelo murió a los 82 años en la ciudad, en la que se refugió después de que le vaciaran el globo ocular de un disparo una madrugada. Según el relato, por el almacén del abuelo pasaban todos los jefes políticos y daban sus argumentos. Se retiraban sin escuchar ni una palabra del viejo. A la semana, llamaba a uno de ellos. “Conversaba diez minutos con el jefe político –escupiendo sus gargajos de flema parda a la vereda– y después se hacía preparar su volanta y salía a recorrer los ranchos de los mocovíes. Ese año, el jefe político que había mandado llamar ganaba la elección”.
En su novela Cicatrices, Juan José Saer recrea una de las formas de relación de mutuo interés que unió a la población de inmigrantes y sus descendientes y la de los pueblos originarios.

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