domingo, 13 de febrero de 2011

Tahrir: el giro de la historia



Luego de estar en Irlanda del Norte y vivir los días posteriores a la revolución portuguesa, llegué a Medio Oriente en junio de 1976 y me instalé en El Cairo con el encargo de cubrir una de las interminables negociaciones para poner fin a la guerra civil en Líbano. Pero luego de comer vegetales sin lavar en un restaurante local me dio gastroenteritis –fiebre entérica es una frase tallada en muchas lápidas de Raj– y pasé noche tras noche con ratas en el estómago y chorreando sudor en el lino de la cama. La primera vez que me aventuré a la calle me desmayé sobre una banca de concreto de una parada de autobuses, entre un paso a desnivel y una plaza con pasos elevados de hierro quemante, repletos de egipcios que vociferaban.

Allí estuve inconsciente durante cinco horas. Nadie acudió en mi auxilio. Desperté adolorido, seguro de que el mundo árabe debía de ser un lugar duro y cruel. Hasta escribí mi renuncia al puesto de corresponsal del Times en Medio Oriente… luego de una semana de haber sido contratado. La mugre de la estación de autobuses, el olor a orines, el caliente estalinismo de concreto del edificio Mugama a mis espaldas –monstruosidad estajanovista donde día tras día buscaba la extensión de mi visa– me convencieron de que no podía trabajar en la fétida dictadura de Anuar Sadat. Mi enfermedad era lástima de mí mismo. La plaza se llamaba Tahrir. Casi 36 años después he merodeado por este sitio como si fuera mi hogar, con sus decenas de miles de valerosos demócratas exigiendo un Egipto que ni yo ni ellos llegábamos siquiera a soñar. De hecho, muchos de los jóvenes hombres y mujeres que se acercaban a todo extranjero gritando ¡Viva Egipto! no habían nacido cuando yo yacía en esa banca de concreto. La estación es hoy el edificio de un nuevo hotel –que ha servido de baño común en las pasadas tres semanas, el olor a orines aún está allí–; el Mugama, tan terrible como siempre, está vacío, pues sus legiones de burócratas han sido impedidos de entrar a la plaza por los revolucionarios del nuevo Egipto.

Rebelión-13/2-Leer





Truthout

El siguiente ensayo es un resumen del prefacio del libro de Henry Giroux “Hearts of Darkness: Torturing Children in the War on Terror” [“Corazones tenebrosos: Torturando a los niños en la guerra contra el terror”] -Paradigm Publishers 2010-. Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.


Desde que empezó el siglo XXI, estamos viviendo un período histórico en el cual Estados Unidos ha ido renunciando a sus más tenues proclamas democráticas. Las estructuras a través de las cuales la democracia reconoce a otros seres humanos como merecedores de respeto, dignidad y derechos humanos se han sacrificado en aras de un modo de hacer política y cultura que devino sencillamente en una extensión de la guerra, tanto dentro como fuera del país. Sin embargo a nivel interno, y muy mal concebido, el Estado punitivo ha ido sustituyendo cada vez más al Estado del bienestar, a la vez que una cantidad de individuos y grupos cada vez más numerosos son ahora considerados poblaciones desechables, no merecedoras de esas redes de seguridad y protecciones básicas que proporcionan las condiciones para vivir con un sentido de seguridad y dignidad.

Rebelión-13/2-Leer



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Colectivo NPH-Leer

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