Entrevista a Esther Vivas, coautora del libro “Del Campo al Plato” (Ed. Icaria, 2009)
Comprar en una gran superficie un kilogramo de azúcar, un litro de leche o un paquete de galletas puede parecer un acto de lo más cotidiano. Pero bajo esta apariencia inocua subyace la relevancia política de nuestras acciones, incluso las más inocentes.
Esther Vivas, activista social, por la soberanía alimentaria y militante del movimiento antiglobalización, alerta sobre la primacía del capital privado a la hora de imponer gustos, marcas y productos. Junto a Xavier Montagut ha publicado los libros “Del Campo al Plato”, “¿Adónde va el comercio justo?” y “Supermercados, no gracias”.
Eres coautora del libro “Del Campo al Plato” (Ed. Icaria, 2009). ¿Opinas que nos están envenenando?
El modelo de producción de alimentos antepone intereses privados y empresariales a las necesidades alimentarias de las personas, a su salud y al respeto al medio ambiente. Comemos lo que las grandes empresas del sector quieren. Hoy hay el mismo número de personas en el mundo que pasan hambre que personas con problemas de sobrepeso, afectando, en ambos casos, a los sectores más pobres de la población tanto en los países del norte como del sur. Los problemas agrícolas y alimentarios son globales y son el resultado de convertir los alimentos en una mercancía.
925 millones de personas en el mundo padecen hambre. ¿Constituye ello una prueba del fracaso del capitalismo agroindustrial?
Sí. La agricultura industrial, kilométrica, intensiva y petrodependiente se ha demostrado incapaz de alimentar a la población, a la vez que ha tenido un fuerte impacto medioambiental reduciendo la agrodiversidad, generando cambio climático y destruyendo tierras fértiles. Para acabar con el hambre en el mundo no se trata de producir más, como afirman los gobiernos y las instituciones internacionales. Por el contrario, hace falta democratizar los procesos productivos y propiciar que los alimentos estén disponibles para el conjunto de la población.
Las empresas multinacionales, la ONU y el FMI proponen una nueva “revolución verde”, alimentos transgénicos y libre comercio. ¿Qué alternativa puede plantearse desde los movimientos sociales?
Hace falta recuperar el control social de la agricultura y la alimentación. No puede ser que unas pocas multinacionales, que monopolizan cada uno de los tramos de la cadena agroalimentaria, acaben decidiendo lo que comemos. La tierra, el agua y las semillas han de estar en manos de los campesinos, de aquéllos que trabajan la tierra. Estos bienes naturales no han de servir para hacer negocio, para especular. Los consumidores hemos de poder decidir qué comemos, si queremos consumir productos libres de transgénicos. En definitiva, hay que apostar por la soberanía alimentaria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario