San Carlos de Bariloche es considerada, junto con Mar del Plata, una de las dos ciudades turísticas más importantes del país. Año a año asisten miles de turistas nacionales e internacionales a disfrutar de su paisaje. Esta situación ha desembocado en una representación distorsionada de la ciudad que choca con la realidad objetiva. Efectivamente, se trata de imágenes prototípicas de Bariloche. Se impone una situación ficticia, alejada de su verdadero contenido social. Los conflictos sociales, por lo tanto, son excluidos de toda lógica. Sin embargo, la verdadera situación está muy alejada del mito. Determinadas circunstancias nos revelan, con desnuda evidencia, que Bariloche tiene también su lado oculto. Veamos el asunto un poco más de cerca y descubriremos que la mal llamada “Suiza Argentina” no es más que una ciudad irritada por sus propias contradicciones.
¡La sociedad no se fijará en ellos!
El atributo fundamental de Bariloche es la pérdida de sus contornos genuinos. Se establece una división arbitraria entre, por un lado, los que se otorgan el cariz de impulsores del progreso económico de la ciudad, la población del “centro y de los kilómetros”, y, por el otro, los supuestos culpables del atraso económico y de los desórdenes, los habitantes del “alto”. Los primeros, en la zona situada hacia el noroeste, lindante al lago Nahuel Huapi, exteriorizan un odio furioso contra aquellos que son relegados a las barriadas pobres. La constitución de los barrios del “alto”, tiene su origen en el proceso de relocalización que tuvo lugar en el año 1979, año en que se produjo el traslado y desalojo de alrededor de 400 familias que habitaban barrios cercanos al casco urbano y, por ende, visibles y perjudiciales para la imagen del Bariloche turístico y feliz.
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