La voz honda y noble de Ricardo Maldonado llenó de sentidos el rancho de la Asociación Tradicionalista Entrerriana de La Bajada, que está en la calle Alem.
Melodías de autores desconocidos, que el poeta galarceño escuchó de antiguos cantores y guitarreros en los ranchos de la Entre Ríos profunda, volvieron en su garganta y sus cuerdas para dar alas a los versos, algunos también anónimos y de por aquí nomás.
En pleno siglo XXI, tiempos de la red de internet y los satélites y las investigaciones sobre el átomo y las moléculas, Maldonado sigue jugando al reencuentro de poesías, historias y melodías que marcharon siglo largo por caminos diversos y atravesaron las épocas y están aquí.
El resultado es toda una revelación, y se ha convertido en una marca de este cultor de las artes sudamericanas que eligió el jueves 27 de mayo, día de su cumpleaños, para presentar entre amigos la obra “Rapsodia Bárbara y otras canciones”.
Rapsodia Bárbara, del oriental Emilio Oribe, es un poema trágico que bucea en las tensiones de Nico Coronel, entre la vida y la muerte, el amor y la venganza, desde sus desencuentros con Justo José de Urquiza y el magnicidio. Maldonado lo recita, y canta algunos versos montados a una vidalita suya.
El disco llegó envuelto con la foto en la portada de un cinto de rastra que bien pudo usar un criollo cuando las montoneras federales, con monedas de Méjico y un caballo de plata del virreinato, plata de los saqueos de Potosí, quién sabe. Todo está a tono y cuidado en la entrega.
Amaro y Marcelino. Hay melodías y poemas del propio Maldonado, y el artista los presenta con alguna, digamos, humildad. Son bellos y sin embargo Maldonado decidió poner el acento en los versos de Amaro Villanueva, de Marcelino Román; y en otras melodías que son recreaciones de estilos recopilados a Tránsito Albornoz, a Próspero Rodríguez, criollos antiguos de la entrerrianía, herederos de un universo con mucho todavía por decirnos.
Es que Maldonado siente el compromiso de transmitirnos las creaciones de otros, y como sabe hurgar en las profundidades del alma entrerriana, es un vehículo sin precio.
Este autor polifacético se enamora y se vuelve a enamorar del mundo criollo que es la fuente de su canto enteramente hernandiano, y lo expresa con una energía que contagia. Cuando recita el poema Don Escolástico Junco, de Amaro, y a la vez ejecuta alguna milonga de Fleury, uno advierte que el intérprete está haciendo carne los versos y el personaje, desde el nombre mismo, y además con una interpretación muy suya de la guitarra.
Hay que llamarse, claro, Escolástico Junco y saber llevar esa bandera con dignidad. Maldonado se derrite por esas honduras que Villanueva supo traducir como nadie, y goza con los versos y transmite ese gozo apenas abre la boca y dice “Ojalá cantara un gallo / pa saber en dónde me hallo”, un dicho de Junco.
¿Acaso no escribió Amaro para que lo interpretara Ricardo?
“Porque es de aquellos antiguos / que se hablaban con la yerba. / Sola su alma con el mate / para saludar la fresca, / como aguaribay del monte, / tronco, barbas y melena…”
Las profundidades del arte del recitado gauchesco vuelven remozadas con el galarceño, y eso le permite a Amaro mostrarse entero, y hace que el guerrero viejo, don Escolástico, resucite para contarnos andanzas y pareceres. “Y después de los modales / de la urbanidad campera, / con el gusto de los mates / desentumimos la lengua. / La voz de don Escolástico / reposada, limpia, gruesa, / tiene el respeto ganado / desde que sale a la puerta / y unos nombres de otro tiempo / que la bombilla calienta. / De punta Gorda y Caseros / nos vamos hasta Cepeda / y al Don Gonzalo crecido… / -Con Lopez Jordán a cuestas, / que fue, como militar, / bastante huevo de yegua. / Nos enchiqueró en tres aguas / con los otros de tranquera. / Sarmiento probó los Remingtons / en la gente montielera / que era de lanzas y sables / y fusiles sin cartera. / Con los de repetición / nos pegaron una buena…”
Pa regalarle a Jordán. Y claro, es imposible no seguirle el hilo a Junco, la letra a Amaro, la voz a Maldonado.
“En un relincho limpito / todo el campo se presenta. / Alumbra, desde un rincón, / medio frasco de ginebra. / Me convida con un beso / y cuando, a su vez, lo besa, / murmura don Escolástico: / -¡Pa desparramar la yerba!..”.
Sabe elegir, el galarceño, los versos que llegan al tuétano, como él dice; los versos que no mueren. Y en eso son un ejemplo las “Coplas del cancionero jordanista” en aire de cielito, que toma del cancionero anónimo entrerriano con fuentes en Cándida García de Corsini, Aníbal S. Vásquez y Tránsito Albornoz.
“Dónde están los blancos lirios, / qué se han hecho, dónde están. / Dónde están los entrerrianos, / dónde está López Jordán. / De azahares tengo coronas / pa regalarle a Jordán / y a todos los que defienden / el derecho provincial. / Lo ví venir a Jordán / en un caballo tordillo / gritándole a los salvajes / que se aten los calzoncillos”.
El himno federal. Y por si quedaban dudas, allí está otra perla, la “Antigua litoralera”, en aire de cielito también, que es una recopilación y recreación del poeta gualeguaychense Claudio Martínez Payva, con música de Maldonado, y luce espléndida cantada en el rancho de la calle Alem.
Del río Uruguay al Paraná, de costa a costa, pasando por el talento y la capacidad de observación de un hijo mediterráneo, la Antigua litoralera quiere expresar, redonda, la entrerrianía.
Es sin dudas una de las obras logradas del compositor de Galarza, una pieza sin fisuras, un verdadero himno al federalismo panzaverde.
“Dicen los directoriales / que sólo ellos son los güenos, / naide es más y naide menos / decimos los federales. / Libres y juntos, / o que sigan a muerte / los contrapuntos”.
El arte y la historia, uno al servicio del otro, ida y vuelta. La Antigua litoralera, cielito entrerriano, ya esparce el aroma de los clásicos.
Y hay otras hermosas composiciones en la nueva obra, décimas por estilo, décimas por milonga, con letra y música de Maldonado, que son también expresiones de la identidad en la guitarra y la poesía. Es cierto que un par de grabaciones agarraron al cantor con la voz un tanto gastada ese día, pero eso no opaca la creación.
Hay que decir aquí que Maldonado es maestro de escuela, fotógrafo, periodista, editor. Que conduce El Tren Zonal, esa revista con voz propia y estaciones en los más alejados y queridos pueblitos y en los más variados momentos de nuestra geografía y nuestra historia sudamericanas. Que dirige además el sello Ediciones del Clé, lo que lo convierte en un permanente motor de las cosas nuestras.
Si en este mayo el cumpleaños de la patria llama a la celebración, a la reflexión, a los nuevos compromisos, la presentación de Maldonado mostró, se diría, una síntesis, porque es música, es canto comprometido, es homenaje a nuestras raíces más hondas.
Diversidad del cancionero. Dice Maldonado de su abuelo que es “un modo del paisaje”, y lamenta el éxodo de las familias campesinas: “¡Aquí, vientos miserables / desparramaron los nombres”.
Y para que su dedicatoria sea más genuina todavía le da a sus letras una música traída de antes, de las que transmitiera un Tránsito Albornoz.
Uno vuelve a escuchar y encuentra así otras aristas que el compositor intenta trabajar y pulir y tejer, en una trama con personalidad.
Las milongas, las canciones del litoral, los chamamés, las chamarritas de Víctor Velázquez, Ramón Sixto Ríos, el Zurdo Martínez, el Chacho Muller, Carlos Santa María, Abelardo Dimotta, Edmundo Pérez, Francisco Casís, Aníbal Sampayo; y así Linares Cardozo, Santos Tala, Ramón Bernárdez, Roberto Romani, Jorge Méndez, Omar Morel, Guido Tonina, Alcibíades Larrosa, Walter Ocampo, el Negro Aguirre, el Flaco Heinze, Rubén Fracalossi, Ariel Maidana, y tantos otros artífices y cultores del cancionero, gente de gran talento que sería largo enumerar y entre los que brilló, claro, Atahualpa Yupanqui en las orillas mismas del Gualeguay; toda esa masa leudante recibe ahora los antiguos cielitos, milongas, estilos, remozados y refinados; y los recitados en la voz y las cuerdas y el ritmo de Ricardo Maldonado.
Es otra fibra de la compleja urdimbre de nuestro cancionero, arrancada a las lomadas, los montes, la soledad; los arroyitos más que el río, los ranchos del campo y orilleros más que lo urbano. Y a todo un universo de amores, caudillos, maravillas y tragedias de un territorio que fue regado de sangre en las luchas federales.
El barbado compositor de los estilos y cielitos vivos, de las décimas por milongas que se pasean en un abanico de tonos y épocas, obras al fin de este siglo XXI, evoca ese mundo que no grita ni deslumbra, que permanece más o menos oculto y constituye la callada resistencia a la globalización.
Maldonado camina en las antípodas de esa tendencia a la uniformidad. Mejor será entonces dejar que nuestro artista suelte sus bandadas, como él mismo nos invita en “La voz”: “Por eso, compañero, / préndase a cantar, / saque afuera primero / lo que pesa más”.
Tirso Fiorotto-UNO-6/6
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